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Eduardo Pavlovsky, el psiquiatra que hizo dar un vuelco al teatro argentino

Dramaturgo, actor, médico y militante político. Su obra y sus reflexiones sobre el proceso creador influyeron decisivamente en la cultura teatral de nuestro país.

Era un hombre que no creía en la cordura del mundo, sino en la rebelión transformadora como esfuerzo incansable contra un sistema despersonalizante. Cada época teatral suele tener personalidades que por su talento rompen los moldes de la tradición artística e imponen su huella indeleble al hecho escénico. En el campo de la dramaturgia y actuación nacional, se podrían citar a varias de esas figuras, pero ninguna tan destacada como fue la de Eduardo “Tato” Pavlovsky. Lo curioso es que, a pesar del alto reconocimiento obtenido y de acuerdo con una paradoja asidua en el país, casi nunca pudo vivir de los ingresos que le producían sus espectáculos.

Recibido de médico a los 22 años y especializado más tarde en psicoanálisis, Pavlovsky comenzó sus estudios teatrales casi al mismo tiempo de graduarse. Tras una breve experiencia en un grupo llamado El Gallo Petirrojo, a comienzos de 1960, se acercó al Nuevo Teatro, mítica formación del movimiento independiente que dirigían Pedro Asquini y Alejandra Boero. Fue precisamente a ese director —a quien homenajeó en La muerte de Marguerite Duras— al que Pavlovsky le adjudicó el haberle enseñado la importancia del cuerpo en el escenario. Por esos años también descubrió la obra Esperando a Godot de Samuel Becket, crucial para sembrarle el deseo de escribir sus propias obras.

Sus primeras presentaciones, La espera trágica y Somos, las estrenó en el grupo Yenesí, que fundó junto a otros estudiantes de cuarto año del Nuevo Teatro. Desde entonces, Pavlovsky escribió y estrenó cerca de veinte títulos. La dedicación absorbente que le impuso su condición de terapeuta fue una circunstancia que gravitó en su decisión de volcarse hacia realizaciones escénicas concentradas en su figura y la de uno o dos acompañantes, lo que le permitió mayor libertad de movimiento e independencia.

En noviembre de 1974 sufrió un atentado con una bomba en la puerta del Teatro Payró. Tato reveló que su exilio del país, a mediados de 1977, comenzó con su obra Telarañas: “Es una obra que trata sobre el fascismo interiorizado en la familia. En donde la familia es una entidad muy fascista. En las relaciones personales; no en el hacer política, sino en lo humano. Y por eso que yo escribí me llamaron de la intendencia y me dijeron: Si no lo sacás mañana, cagás fuego”. Tras marcharse de nuestro país, estuvo en Uruguay, Brasil y finalmente en España. Nunca dejó de considerarse un “exiliado de lujo” porque aun así pudo editar obras de teatro y todo lo que había escrito en psicología.

Al regresar del exilio, retomó la medicina —que es lo que siempre le permitió vivir en condiciones dignas—, pero también acepto diversos trabajos en cine y teatro. Un día, su amigo Ángel Fiasche lo vió en la avenida Corrientes un poco demolido. En ese momento, Tato estaba haciendo un papel en una adaptación de una obra de teatro de una novela de Jorge Amado y que dirigía Rubens Correa; también filmaba Cuarteles de invierno de Osvaldo Soriano y atendía el consultorio. Entonces, Fiasche le advirtió: “Te voy a dar un consejo, tenés que hacer teatro solo, no porque no puedas hacer otra cosa, sino porque vos sos el Darío Fo del subdesarrollo”.

Uno de sus títulos más atractivos fue el estreno oficial de Variaciones Meyerhold, en 2005. De algún modo, su decisión tuvo relación con algunas orientaciones del propio Vsevold Meyerhold respecto de la improvisación. Este artista fue una figura clave del teatro ruso anterior y posterior a la Revolución de 1917. El director ruso, en un episodio por demás siniestro, fue fusilado el 2 de febrero de 1942, acusado burdamente por el stalinismo de ser espía al servicio de una potencia extranjera. “Es una personalidad que me atrajo siempre —confesó Tato en un reportaje—, no solo por la tragedia de su vida, sino porque tengo líneas de coincidencias estéticas con su pensamiento”. Pavlovsky falleció el 4 de octubre de 2015, dejando una vastísima producción de obras inolvidables.

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