El escritor consagrado que estuvo preso en La Plata
Antonio Di Benedetto fue uno de los grandes escritores argentinos. Estuvo preso en nuestra ciudad en los años de la última dictadura.
El día en que comenzó la última dictadura, Antonio Di Benedetto fue detenido. El 24 de marzo de 1976 un comando del ejército lo arrancó del edificio del diario mendocino Los Andes, del que era director. Primero estuvo detenido unos meses en el Colegio Militar de Mendoza, luego fue trasladado a la Unidad 9 de La Plata. Se le puso una cinta azul. A los marcados les destinaban las golpizas más feroces.
Estuvo diecinueve meses preso. Sus carceleros le prohibían escribir ficción, por eso él enviaba al exterior sus textos, subrepticiamente, intercalados en sus cartas. Para que esos relatos pasaran la censura de los carceleros decía: “Anoche tuve un sueño muy lindo, voy a contártelo”. Así, pudo filtrar su literatura a través de los muros de la cárcel. Esos relatos luego se recopilarían en un libro Absurdos. Llegó a la cárcel de La Plata sin saber a dónde, porque no había ningún signo de identificación visible. Lo soltaron junto a los demás presos trasladados, en multitud, a través de un patio no muy cuidado, pero tampoco muy polvoriento. Los hicieron atravesar un terreno arisco, con piedras, y a los que se retrasaban les daban golpes, sin discriminar la parte del cuero. En esa oportunidad, Antonio Di Benedetto recibió un golpe muy fuerte en la cabeza, que significó para él una preocupación continua porque desde entonces tuvo la impresión de que tenía afectadas, en gran parte, sus capacidades mentales.
Sufrió cuatro simulacros de fusilamiento y numerosas sesiones de golpes y torturas, en un clima de permanente angustia. Antonio Di Benedetto ya era un escritor conocido, había publicado casi una decena de libros y numerosas distinciones como Caballero de la Orden del Mérito –Italia–, Medalla de Oro de la Alianza Francesa y Título de Miembro Fundador del Club de los XII. Nada de eso lo salvó del dolor y el escarnio. La prensa no dio noticia de encierro, la única voz fue la de Ariel Delgado, quien desde los micrófonos de Radio Colonia habló de “los tormentos padecidos por un escritor injustamente encarcelado en Argentina”.
Le pusieron un uniforme de lana que debía vestir tanto en invierno como en verano.Un uniforme que nunca le permitieron lavar, lo que era un castigo infernal para alguien como él, obsesivo de la higiene. Uno de los presos, Fernando Rulé, recordó: “En una de las primeras golpizas a las que fue sometido le rompieron sus anteojos y lo visitaban una o dos veces por día. El viejo contaba, con más pena y asombro que rabia, que uno de los tres carceleros se subía a la cama y, desde allí, le pateaba el pecho con sus borceguíes casi más pesados que la endeble humanidad del gran maestro de la literatura latinoamericana”. Para Antonio Di Benedetto, lo peor era andar sin anteojos, tocando la mugre, la propia y la del lugar. Anduvo descalzo mucho tiempo. Temió seriamente volverse loco.
Una madrugada lo llamaron. Se levantó instantáneamente de su catre miserable. La orden fue vestirse y salir. “Rapidito, rapidito”. Los presos salieron a los pasillos, atropellándose los unos con los otros Un guardia pasó dando golpes con un bastón, en el pecho o en el costado. Los llevaron a un patio grande. Los hicieron agrupar a medida que salían de los corredores. Y dieron la orden de desvestirse ahí inmediatamente. Corrió la voz de que los iban a fusilar. Di Benedetto sintió la inminencia de que ahí se iba a acabar todo. Pensó en todo lo que le faltaba hacer en la vida. Los hicieron poner de espaldas, a la espera de la ráfaga de tiros. Pasado unos instantes, les ordenaron retirarse. Fue el primero de los muchos simulacros de fusilamiento a los que fue sometido.
El 3 de septiembre de 1977, Antonio Di Benedetto fue liberado. Con el anticipo que le pagó su editor, se radicó en España. Dijo Julio Cortázar: “Di Benedetto pertenece a esos raros y preciosos autores para quienes la imaginación se da, por decirlo así, hacia atrás en el tiempo, como Karen Blixen, como Isaak Dinesen, como para insinuar con el doble nombre esa metempsicosis al revés, esa instalación tan natural y perfecta en un tiempo dejado atrás por la historia y por la literatura”.