cultura
El escritor de las geishas
Nagai Sokichi fue un escritor japonés que retrató los suburbios de Tokio, y se opuso a la intervención norteamericana salvando su vida por ser considerado un viejo licencioso.
Nagai Sokichi, rebautizado Kafu para el mundo de las letras, nació en Tokio, en el distrito de Koishikawa, en 1879. Era hijo de un alto funcionario y hombre de negocios: a pesar de la presión familiar, no consiguió o no quiso superar los exámenes de ingreso a la universidad y estudió chino en el departamento de lenguas de la Escuela Superior de Comercio de Tokio. Sin embargo, en 1898, su vida se transformó drásticamente cuando empezó a escribir cuentos y conoció a su primer mentor, el novelista Ryuro Hirotsi.
Durante su adolescencia, Kafu intentó escribir para el Teatro Imperial Kabukiza, luego fue columnista de sociales en el Asahi Shimbum, hasta que su padre se enteró de su vida disipada y diletante y lo mandó a enderezarse a los Estados Unidos, donde lo puso a trabajar en un banco en San Francisco. Kafu logró ser transferido a la filial francesa que tenía el banco, en Marsella: le llevó cinco años conseguirlo y apenas duró unos meses allá. Lo echaron por escaparse a París e instalarse en una buhardilla de Montparnasse. De aquellas experiencias surgieron dos libros de relatos: Amerika monogatari (1906) y Furansu monogatari (1907), este último prohibido durante muchos años por la censura.
En su antología de Kafu, el traductor Edward Seidensticker lo describe como un profesor puntual y lo grafica óptimamente al comentar sobre El río Sumida: “Para Kafu las cosas buenas estaban siempre en el pasado”. Lo cierto es que tras su peripecia occidental Kafu regresó a Tokio y aceptó un puesto enseñando literatura francesa en la universidad, porque se enorgullecía de haber aprendido más francés en seis meses en Marsella y París que inglés en cinco años en Estados Unidos.
Escribió Juan Forn que los relatos de Kafu no eran exactamente cuentos ni alcanzaban a ser novelas, y le salían siempre fallidos: abandonaba personajes o los terminaba demasiado pronto. Pero sus lectores lo amaban igual porque no había uno que no ofreciera páginas de gloria. En ese sentido, su fecunda actividad literaria se centró en el interés por las mujeres de los barrios de placer: geishas, camareras y prostitutas que eran para Kafu los vestigios de un tiempo pasado que siempre había sido mejor, y que está condenado a desvanecerse irreparablemente. Libros que tuvieron una fuerte inspiración autobiográfica, sin dejar de tomar el pulso a las costumbres de la sociedad de su época. Las obras posteriores estuvieron ambientadas en los barrios de Tokio, donde el autor reflejaba el espíritu del tiempo y retrataba una galería de personajes característicos del Japón.
Alguna vez escribió a propósito de uno de sus noviazgos con una geisha que duró exactamente un invierno y se extinguió con los primeros calores primaverales: “Cuando se rasgaba alguno de los paneles de papel de las puertas de nuestra habitación, lo cubríamos con las cartas que nos habíamos ocultado uno al otro, y nos leíamos en voz alta los pasajes más escabrosos para combatir el frío que se colaba en la habitación. Puedo dar fe de que ese es un placer que los ricos jamás conocerán”.
En los años críticos de la represión y de la guerra no asumió ningún compromiso público, aunque mostró siempre su desaprobación, tanto en sus relatos -Bokuto Kidan (Una extraña historia del este del río), de 1937, como en el diario iniciado en 1917, donde anotaba los acontecimientos cotidianos de forma abierta y directa, mediante palabras sarcásticas y viñetas incisivas. Odió el militarismo y la ocupación norteamericana; y se salvó porque las autoridades lo consideraban sólo un viejo licencioso.
Cuando se derrumbó su casa por los bombardeos se fue a vivir a una casa de citas. Cuando Mc Arthur prohibió la prostitución en Tokio, Kafu fue a refugiarse a los burlesques. Y cuando los encargados de esos teatros quisieron echarlo de camarines, se puso a escribir parlamentos para las chicas y ellas convencieron a los patrones de que le permitieran subir al escenario: fue un éxito arrasador. Kafu ya tenía 80 años. El escritor murió en Ichikawa, en 1959.