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El Martin Fierro que se filmó en Villa Elisa

La película de Leopoldo Torre Nilsson de 1968, protagonizada por Alfredo Alcón, fue filmada en parte en el campo de maniobras de la Policía de la provincia de Buenos Aires.

Fueron 1183 tomas de 81 secuencias, las que Leopoldo Torre Nilsson filmó para su película Martín Fierro, con protagonistas de la talla de Alfredo Alcón, Lautaro Murúa, Graciela Borges y Leonardo Favio. La película tuvo un presupuesto de 107 millones de pesos, aportados 60 por el productor norteamericano André Du Rona y el resto por Contracuadro, una empresa argentina. Para mensurar la inversión que significó, basta decir que fue el filme más caro por entonces del cine argentino, al superar los 40 millones de La cigarra no es un bicho, los 30 de La Guerra Gaucha, los 35 de La dama duende.

Dijo Leopoldo Torre Nilsson: “Desde 1960, el libro de Hernández comenzó a ser mi obsesión”. El esquema fijado fue hacer un raconto inicial narrado en primera persona con las sextinas de Hernández en off (la imagen de la felicidad perdida, el hogar y la vida eglógica en la estancia) y luego las desventuras de Fierro, las muertes del negro, el malevo y el compadre, la historia de Cruz, la huída al desierto, el rescate de la cautiva, las penurias de los hijos , las andanzas del Viejo Vizcacha, y al final, en un boliche, el adiós definitivo. En cincuenta páginas Ulises Petit de Murat redactó ese bosquejo como si fuera un cuento. Luego, el director lo dividió en posibles secuencias y las distribuyó a cuatro grupos de libretistas formados por él y su mujer -Beatriz Guido-, Edmundo Eichelbaum en tándem con Hector Grossi, Luis Pico Estrada y el propio Petit de Murat.

Cuando el libreto estuvo terminado, Torre Nilsson comenzó a pensar en la luz, en el color, en los ritmos de composición, en el montaje y en los rostros de quienes serían cada uno de los personajes. Una vez listo el encuadre, el director ejecutivo de la producción y sus asistentes emprendieron un relevamiento minucioso de los lugares pedidos. La búsqueda de locaciones incluyó zonas aledañas a la ciudad de La Plata.

En julio del 67 llegaron de los Estados Unidos 125 kilos de pelo de diferentes medidas y colores., que se transformaron en 500 pelucas. También desde Nueva York, se remitió media tonelada de bases, polvos, cremas, crayones especiales y correctores sensibles a la película utilizada en la filmación. Tardaban una hora en transformar las caras de los extras y actores de reparto. Para lograr que la de Martín Fierro no presentara ninguna falla, mantenían inmóvil a Alfredo Alcón, ante el espejo, dos horas antes de comenzar las tomas diarias.

Los fortines tienen un lugar destacado en el poema Martin Fierro -donde según el gaucho se llevaba una vida muy dura-, para levantar el fortín en la película fueron necesarios 30 albañiles, carpinteros y zanjadores, y se recurrió a 150 conscriptos del batallón 181 de Comunicaciones. Los reclutas vestían quepis rojo, chaquetilla de ordenanza y chiripá, y son incluidos en las películas como soldados que defendían a la “civilización” de la embestida de los indios.

El campo de maniobras de la policía de la provincia de Buenos Aires, ubicado en Villa Elisa, fue una de las locaciones preferidas por Leopoldo Torre Nilsson. Al rodar en la tapera del Viejo Vizcacha, el equipo debió esperar a que el sol comenzara a ponerse y todo se tiñera de un lento bermellón. Recordaba Torre Nilsson: “El crepúsculo duró 25 minutos, y la espera, dos horas. En esos minutos se trabajó hasta la desesperación para no perder ni uno solo de los colores que el sol, quizás, no nos volvería a ofrecer nunca”. Cuando los nueve perros que manejaba un diestro criollito de 10 años comenzaron a inquietarse, y algunos se pusieron a aullar, la luz buscada se filtró en la tapera e iluminó todos los estertores del anciano que era la encarnación agonizante de la viveza criolla.

Como no siempre era posible conducir la luz natural hacia los interiores, el iluminador -Di Salvo- trata entonces de producirla artificialmente. Debajo de sombrillas blancas instalaba pequeñas y potentes lámparas de cuarzo, dirigía su luz hacia la seda y la refractaba sobre las caras y las cosas, logrando así una atmósfera difusa que esfumaba las sombras de contrastes duros. Alfredo Alcón dijo sentir al Martín Fierro “con la misma comodidad con que un actor inglés debe sentirse dentro de Hamlet”. Por su parte, Lautaro Murúa negaba que Martín Fierro fuera un personaje de exportación y afirmaba su universalidad recordando una frase de Tolstoi: “Pinta tu aldea y serás universal”. En una entrevista hecha, precisamente, en Villa Elisa, declaró que la película venía a sacudir al cine argentino: “El talento, la audacia y la perseverancia pueden sacudir un malsano y paralizador quietismo”.

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