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El niño autista que fue salvado por la música

El hijo del gran escritor japonés Kenzaburo Oé, sufría de graves lesiones cerebrales que lo condenaron al autismo. La música obró un milagro.

Kenzaburo Oé fue una de las personalidades más célebres del Japón: fue un enorme escritor que ganó el Premio Nobel de Literatura en 1994; había estudiado literatura francesa y el existencialismo de Jean Paul Sartre de algún modo caló en él. Aunque creció durante la Segunda Guerra Mundial, no recordaba su infancia con amargura. Muy pronto publicó sus dos primeras novelas, que tuvieron una exitosa recepción. Y, sin embargo, se sentía sin rumbo. Pero en 1963 sucedió algo que remeció su vida y terminó de delinear su obra: nació su hijo Hikari.

Hikari había nacido con una hidrocefalía tan tremenda que parecía tener dos cabezas. Su única oportunidad de vida dependía de una operación muy riesgosa que, en el mejor de los casos, lo dejaría con un daño cerebral irreversible. Los médicos preferían no operar y el propio Kenzaburo era de la misma opinión, pero la esposa le dijo que prefería suicidarse antes de dejar morir a su único hijo.

Hikari sobrevivió a la operación, pero quedó con lesiones cerebrales permanentes, epilepsia, problemas de visión y severas limitaciones de movimiento. Su autismo era total hasta que su madre paseaba con él cerca de su casa, oyeron el canto de un pájaro, al que Hikari, de inmediato, imitó con gran precisión. Kenzaburo consiguió un disco en que se oían diversos cantos de pájaros y una voz masculina que los identificaba. Poco después, el hijo pronunció su primera palabra: “Avutarda”, dijo al oír el canto de un pájaro. Había memorizado los 70 cantos distintos de aquel disco. El mismo prodigio demostraría luego con la música.

Por entonces, las escuelas no se acomodaban a las necesidades individuales de ciertos niños, y todo niño que no encuadrara en un modelo preestablecido no entraba: las discapacidades, ya físicas o mentales, no se incluían en las aulas. Sin embargo, la vida de Hikari se conectó profundamente con la creatividad de su padre: Oé comenzó a escribir para darle voz a su hijo. Un año después, el escritor publicó su segunda obra, Una cuestión personal, la novela que consolidó su obra. En ella narra la historia de Bird, un joven padre con un niño idéntico a Hikari, “un monstruo con cabeza de gato y el cuerpo hinchado como un globo”. Los médicos le dicen que es mejor dejarlo morir. Bird pregunta si sufrirá. “¿Usted cree que los vegetales sufren?”, le responden. Bird quiere escapar, sueña con viajar a África y se refugia en una amante. Atormentado, piensa matar al bebé, pero finalmente decide salvarlo.

Una profesora de piano llamada Kumiko Tamura dejó de dar clases a niños virtuosos para dedicarse por entero a un único alumno: Hikari. La señorita Tamura decidió entonces empezar a explorar junto a Hikari ese mundo de sonidos que llevaba dentro. Las sesiones de piano se hicieron diarias y ocupaban toda la tarde; Hikari rara vez apelaba a la palabra para comunicarse, pero con un mero tarareo era capaz de expresar lo que quería. Ambos trabajaron ese lenguaje, con proverbial templanza japonesa, durante diecisiete años.

Un día la señorita Tamura recibió la visita de una ex alumna, la célebre Akiko Ebi, y cuando ésta le preguntó a qué había dedicado todos esos años, la anciana sentó a su ex alumna frente al piano y abrió una de las partituras de Hikari. En 1994, la pianista argentina Martha Argerich tenía que dar un concierto en Japón a dúo con Rostropovich y le propuso tocar, entre la primera y la segunda parte del recital, la inolvidable pieza que había escrito Hikari. La propia Argerich explicó no sólo que la había descubierto gracias a Ebi, sino que aquella pieza era “música literalmente pura”.

Alguna vez, Kenzaburo Oé reconoció durante un reportaje: “Me horroriza pensar qué hubiese sido de la vida de Hikari y de nuestra familia sin la música”. Lo cierto es que Hikari fue variando y puliendo sus piezas, breves y delicadas composiciones para cámara. Con el apoyo de sus padres y su maestra, en 1992 publicó su primer CD, una colección de 25 obras para piano y flauta. Fue el primero de tres discos que en conjunto vendieron 600.000 copias.

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