cultura
Herbert von Karajan, entre el esplendor artístico y los secretos inconfesables
Fue uno de los directores de orquesta más reconocidos del siglo XX. Su talento está fuera de toda discusión; su pasado tiene manchas que no han logrado ser borradas.
Desde 1954 y hasta su muerte –en 1989- Herbert von Karajan dirigió la Filarmónica de Berlín, considerada una de las orquestas sinfónicas más importantes del mundo. Parte de ese prestigio es debido a este músico austríaco, nacido el 5 de abril de 1908 en el seno de una familia que pertenecía a la alta burguesía de Salzburgo. A los 21 años debutó como director de orquesta con Salomé, y a los 26 años ya dirigía la Orquesta Filarmónica de Viena. Al año siguiente su vida sufriría un quiebre.
En 1935, Herbert von Karajan se afilió al partido nazi. Hizo una estrecha relación con algunos de los jerarcas del régimen. Llegó a ser el director de orquesta preferido de Adolf Hitler, quien le dio todas las facilidades para que pudiera llevar la música por donde quisiera. En 1938 estrenó Tristán e Isolda, un crítico berlinés habló de “Das Wunder Karajan” (El Milagro Karajan’). Llegó al cenit cuando firmó contrato con Deutsche Grammophon para realizar una serie de grabaciones que se iniciaron con La flauta mágica, de Mozart.
En junio de 1939, Hitler organizó el Festival de Bayreuth, un evento anual dedicado a Richard Wagner, el compositor dilecto del Führer. El festival era organizado por Winifred Wagner, nuera del compositor y amiga personal de Hitler, quien pidió que fuera Von Karajan la figura principal. El director de orquesta se sentía tan avalado y tan seguro de su capacidad que decidió dirigir sin partitura. La obra elegida fue Los maestros cantores de Nuremberg, una ópera wagneriana de cuatro horas y media. Von Karajan estaba seguro de que, de salir todo bien, se consagraría como el director de orquesta más importante de su tiempo. Pero algo ocurrió en medio del concierto. El director hizo una pausa, la orquesta se sumió en un desconcertado silencio, la sala permaneció expectante como si el tiempo se hubiera suspendido. Herbert von Karajan finalmente meneó la cabeza. Había olvidado cómo seguir. Se retiró de la escena con los hombros vencidos. Los músicos uno a uno se fueron yendo hacia los camarines. Hitler se puso de pie, enfurecido, gritó algo que sonó con la fiereza de un juramento. Herbert von Karajan no volvió a dirigir mientras duró el régimen nazi.
Caído el nazismo las cosas no le resultaron fáciles. Los gobiernos de ocupación le impidieron actuar hasta tanto se dilucidaran los alcances de su colaboración con el régimen vencido. Recién en 1945 se le levantó la prohibición y pudo seguir dirigiendo. En 1955 llegaría su consagración en los Estados Unidos, con una gira que se repitió durante varios años consecutivos. Luego, su triunfo en Japón, Corea y China. Fue Herbert von Karajan quien anunció públicamente la técnica de los discos compacto, y uno de los primeros CD fue su grabación de la Sinfonía número 9 de Beethoven.
León Spirer, concertino de la Filarmónica de Berlín, dijo acerca de Von Karajan: “Es el director más fascinante con el que yo haya trabajado. Al principio estaba un poco aterrorizado. Él exigía una forma de tocar firme pero, a la vez, no agresiva, a la cual yo no estaba tan acostumbrado. Quería que los músicos se escucharan a sí mismos, no confiaran demasiado en el director, por eso en los ensayos marcaba poco a propósito. Nunca fue un gran técnico, pero sabía exactamente lo que quería”. Cuando von Karajan bajaba la batuta la orquesta sonaba exactamente como debía sonar. Dirigía con los ojos cerrados. Decía: “El arte de dirigir consiste en saber cuándo dejar la batuta para no molestar a la orquesta”.
En 1949 vino a Buenos Aires a dirigir la Orquesta Estable del Teatro Colón. Fue duramente recibido por la crítica, su pasado nazi lo condenaba. En un diario pudo leerse a propósito de su interpretación de la Cuarta sinfonía de Schumann:“ Es una especie de cámara de tormentos, en la lucha penosa entre una obra de arte y los esfuerzos de un director por maltratarla hasta el punto de dejarla irreconocible”. Herbert von Karajan juró no volver nunca más a la Argentina. Y cumplió su promesa.