cultura

Historia de la curiosidad humana

La necesidad de hacer preguntas que siente nuestra especie es tan antigua como su racionalidad y está íntimamente vinculada a su voluntad de supervivencia.

Refiriéndose a los filósofos escépticos, el filósofo francés Michael de Montaigne señaló que eran incapaces de expresar sus ideas en ningún idioma, ya que, según afirmó, “necesitarían uno nuevo, puesto que nuestro lenguaje se compone de proposiciones afirmativas, las cuales atentan contra la esencia misma de sus doctrinas”. En el campo de pensamiento de Montaigne, las proposiciones afirmativas del lenguaje giran sobre sí mismas y se convierten en preguntas. No obstante, preguntar sobre el acto de preguntar tenía raíces mucho más antiguas.

“¿De dónde viene la sabiduría? —preguntaba Job, desolado, en la Biblia— ¿Y cuál es el lugar de la inteligencia?”. Ampliando el rango de esa pregunta, Montaigne afirma que el juicio es un instrumento necesario en el examen de toda clase de asuntos. Según la teoría de Darwin, la imaginación humana es un instrumento de supervivencia. La palabra “curiosidad” viene del latín curiositas y significa “deseo de saber”. Aristóteles comienza su Metafísica diciendo que todos los hombres, por naturaleza, desean saber. Para aprender mejor sobre el mundo, y por lo tanto para estar mejor preparado ante las adversidades, el homo sapiens desarrolló la capacidad de reconstruir la realidad externa en su mente y concebir situaciones a las que podría enfrentarse antes que sucedieran. En ese sentido, cuando el hombre toma conciencia de sí, puede reconstruir cartografías mentales de esos territorios y explorarlos de infinitas maneras.

“Fracasa. Inténtalo nuevamente. Fracasa mejor”, fue una de las célebres conclusiones de Becket. La historia del arte y la literatura, así como de la filosofía y la ciencia, no son más que la historia de los fracasos más enriquecedores. Registramos con orgullo los momentos en que el inspirado Arquímedes grita “¡Eureka!” en su bañera, pero estamos menos dispuestos a recordar ocasiones muchísimo más numerosas en las que, como el pintor Frenhofer en el relato de Balzac, contemplaba su obra maestra desconocida y se lamentaba: “Nada, nada... ¡No he creado nada!”.

A través de la historia, la pregunta “¿por qué?” ha aparecido bajo diversas formas. En 2010, The Guardian de Londres convocó a un grupo de científicos y filósofos a que formularan una lista de diez preguntas que “la ciencia debe responder”. Las preguntas más destacadas fueron: ¿Qué es la consciencia? ¿Qué ocurrió antes del Big Bang? ¿Podemos crear una manera científica de pensar que se aplique a todos los ámbitos? ¿Cómo podemos asegurarnos que la humanidad sobreviva y prospere?, entre otras. No había una progresión evidente entre las preguntas, tampoco una prueba clara de que pudieran ser contestadas, sino más bien se presentaban como bifurcaciones del conocimiento, hurgando creativamente en los saberes adquiridos.

Hay libros que permiten como ninguna otra cosa una exploración de uno mismo y del mundo. Dante Aligheri afirmaba, a propósito de la Divina Comedia, que en su poema “mano pusieron cielo y tierra”. Giovanni Bocaccio comparó esa obra con un pavo real cuyo cuerpo está cubierto de angélicas plumas iridiscentes de innumerables matices. Jorge Luis Borges la asemejó a un grabado de infinitos detalles; Giussepe Mazzota a una enciclopedia universal. La poeta rusa Olga Sedakova señaló que el poema de Dante es “arte que genera arte” y “pensamiento que genera pensamiento”.

Montaigne citó en sus ensayos algunos pensamientos del Dante. “Tanto saber, dudar me agrada”, palabras que el autor de la Divina Comedia dirige a Virgilio, en el sexto círculo del infierno, después de que el poeta latino le hubiera explicado a su discípulo por qué los pecados de la incontinencia son menos ofensivos para Dios que aquellos que son frutos de nuestra voluntad. Para el propio Dante, esas palabras representan el placer que se siente en el expectante momento que precede a la adquisición del conocimiento; en cambio, para Montaigne, describen un estado continuo de rica incertidumbre. Aunque cualquier lector sospecharía que, para ambos, la fase de cuestionamiento logra ser más gratificante que la del conocimiento.

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