Historias de vida: Zaro, el hijo del relator, que dejó este mundo habiéndole ganado a las drogas


“Apaguemos la radio, se fue Pablo Zaro”, fue el título de diario Hoy en octubre de 2011, cuando se sacaba el traje para que el espíritu tome otras dimensiones uno de los más recordados relatores de fútbol de la radiofonía nacional. Zaro ya no está, como tampoco está más entre nosotros ese pibe que lo seguía en las cabinas, el que creció y resultaría publicista, pero atravesando grandes tormentas que atentaron contra su vida. Hace exactamente un mes se cumple hoy, de la partida de ese chico que ayer nomás acompañana en las "campañas del visitante" a papá.

Su historia de vida también fue conmovedora, ya que el hijo del periodista había confesado su pelea con el demonio de las drogas. Y ese poder sólo lo atribuyó a la relación entablada con Dios, pudiendo volver a vivir dignamente cuando todas las ilusiones parecían perdidas.

Con la fe que despertó en su alma, se hicieron como una nube de algodón aquellos problemas grandes como montañas. Pablo Zaro (h) nos decía en aquel reportaje de hace tres años junto a su padre, en el edificio de Plaza Italia, que “primeramente llegamos a la casa de nuestros padres, qu queda aquí en la Tierra, pero tenemos un padre que no es terrenal sino celestial”.

Consiguió un espacio en una radio local para contar su testimonio, y una vez a la semana generaba con su voz un gran impacto en aquellos que no lograban la salida de las adicciones. El programa había sido bautizado por Pablo, “Qué sería de mi”.

Además, quienes se convencían a través del mensaje de Pabli, y creían que se podía arrancar con la nueva vida, se les ofrecía la internación gratuita en una granja, “Hogar Nueva Esperanza” (que cuenta con diecioscho centro de internación evangélicas pentecostales, tres de ellos ubicados en La Plata).

Extremadamente entusiasta, contaba “hoy una internación por adicciones cuesta unos $20.000 mensuales. Nosotros la ofrecemos sin cargo y sin esperas; es ya. Incluso tenemos una granja femenina para estar con sus hijos de hasta 12 años. Pero de ahí no salís sola, salís con el poder del Espíritu Santo”, aseguraba sobre esta obra.

Ayer nomás, Pablo Maximiliano era un adolescente que en las cabinas de transmisión de los estadios del Pincha y del Tripero, se posaba detrás de la figura casi mitológica de ese señor de gritos con ronquera de gol, con ocurrencias desopilantes que captaban oyentes domingueros y no pocos inconvenientes por su estilo comprometido. Pero Pablito no siguió en el mundo del fútbol, como lo hizo su progenitor hasta casi los ochenta años.

El pibe que parecía escondido en las cabinas, decidió tomar el micrófono para la difusión de un campeonato en el que muchos pueden campeonar desde la peor de las posiciones, sociales, económicas, físicas, morales. Se gana con el espíritu, y por eso “más de cien personas iban llegando cada año a las granjas", informaba.

Pablito, al que le costaba andar firme, el que fumaba mucho, atado a la marihuana y a la cocaína, incluso el mismo que estuvo 9 meses paralítico y en cama por haber calentado la droga, reconoció en aquel emotivo reportaje que "con papá hicimos un curso acelerado en el amor, no me quedaron cosas pendientes, le pude mostrar a los nietos y demostrar cómo salí adelante. Y hasta volvimos a irnos de vacaciones”.

El “pibe” de Zaro ya se fue. Había pasado los cuarenta y expresado mucho de su energía. Nació el 13 de septiembre de 1971. Hijo del relator Angel Pablo Zaro (fallecido) y de Marta Irma Apodaca de Zaro, hermano de María Florencia Zaro, casado con María Emilia Arangio de Zaro; papá de dos hijos, Emanuel Pablo y Cristiano.

Un día encontró un “papelito” en la calle que hablaba de Jesús y eso tocó su corazón. Más adelante, luego de oraciones y oraciones a Dios por parte de su madre para que sacara a su hijo de esa situación, llegó un pastor llamado Jorge Moyano, quien le dijo “¿Ya tocaste todos los timbres? Ahora te queda uno solo, el de Jesucristo”.

La palabra que siempre elegía Pablo para definir su cambio era que el Señor lo hizo “sobrenaturalmente”. Pablo estaba tan agradecido, que no paraba de predicarle a cuanta persona podía, en especial a sus amigos, que también se drogaban.

“Su fuerte referente espiritual fue el pastor evangélico pentecostal Bartolomé Dos Santos, quien ahora también se encuentra en la presencia del Señor. Pablo lo amaba”, describe su mujer a pocos días de la partida.

En los últimos años vivió de todo, esas postales bellas que parecían inalcanzables. En 2007 conoció a su esposa, María Emilia Arangio (hija de otro histórico relator, “Yiyo” Arangio), y en 2008, unos meses antes de casarse, sintió las ganas de servir a Jesús.

Comenzó a estar a cargo de un grupo llamado “Rescate” que repartía sobres con tratados casa por casa, por debajo de cada puerta de las calles de la ciudad. Allí explicaban que "Jesucristo de Nazaret es el único que puede libertarnos de cualquier problema o adicción". “El cuerpo necesita comer canelones; el alma, de la media naranja; y el espíritu, del Espíritu Santo de Dios, de Jesucristo de Nazaret”, decía en los programas.                                                                

Muchísima gente lo llamaba por teléfono a la radio, y o se acercaba para recibir consejería o internarse en los hogares evangélicos pentecostales completamente gratuitos.

El Señor lo usó para llevarle el mensaje del evangelio a miles de personas, de La Plata, Berisso y Ensenada en especial, aunque también de Quilmes y otras provincias, y a través de Internet sus palabras llegan al mundo.

Todavía lo estamos escuchando. Se fue, pero quedó aquí, grabado en nuestras almas, para saber que todo es posible y que hay victoria cuando uno eleva la mirada y entrega su vida a un orden divino.