cultura
Iris Marga: los secretos de una diva
Fue una artista que conoció el éxito a ambos lados del Río de la Plata, actuó en la primera comedia musical argentina y fue una vedette que pasó a la historia.
"Yo, de chica, era tímida, flaca, feúcha, con la naricita que me colgaba un poco”, se describía a sí misma María Iris Elda Rosmunda Pauri Bonetti, quien nació en Italia en 1901 y que alcanzaría gran fama en nuestro país con el nombre de Iris Marga. Llegó a la Argentina con su madre cuando tenía cuatro años, era hija única. Su padre, Apolo Pauri, las dejó al poco tiempo de desembarcar en nuestro país. Uno de los primeros recuerdos de Buenos Aires que atesoraba esa niña eran las hojas de morera que sombreaban las calles de Belgrano, en los lentos paseos que por las tardes hacía con su madre. Otro recuerdo muy fuerte era el de su madre iniciándola en la cría del gusano de seda. Su madre fue la primera especialista en nuestro país en sericicultura.
Desde los cuatro años, Iris Marga leía y escribía. Hizo sus estudios en la Scuola Nazionale Italiana de Buenos Aires. Recordaba vagamente que su padre estaba relacionado al teatro, pintaba y hacía escenografías. De chica le gustaba subir a los escenarios para las representaciones escolares y tenía una gran memoria para los recitados. Se jactaba: “Yo he recitado en italiano ante el general Roca, en casa de Mariano de Vedia”. Era parlanchina y congeniaba rápidamente con la gente. Pero no era por vocación que se dedicó al teatro: “Todo nació de un profundo temor a la vida, de una necesidad de autodefensa”. A los trece años vio caer a su madre gravemente enferma y se preguntó: “Si mi madre muriera ahora, ¿qué sería de mí? De ahí que sintiera la urgencia de apurar mi destino, de saber adónde iría a parar”.
En su juventud, Iris Marga pasaba temporadas en Montevideo, en casa de una amiga, y un día la invitaron para celebrar las bodas de plata con la escena de don Florencio Parravicini, uno de los actores más célebres de su generación. Esa noche, Iris hizo la imitación de una francesa que había conocido en su barrio, y cantó en tono paródico Mi noche triste. Un empresario presente en esa fiesta la convenció de que hiciera eso mismo en el Teatro. Así, a los diecinueve años, Iris Marga debutó en el Teatro Solís de Montevideo. A la semana, le ofrecían 40 pesos oro por noche. El éxito de ese número hizo que lo siguiera haciendo en Buenos Aires, en el Teatro Maipo, durante seis meses. Pero Iris Marga era por entonces una muchacha asustada que se confundía con los aplausos. Una noche le ofrecieron hacer su propio espectáculo: “Y yo, en el colmo de la inconsciencia, dije que sí”. Fue entonces que decidió cambiarse el nombre para siempre.
Cantaba en inglés, en francés, en italiano, y nunca falta algún tango en sus actuaciones. Se fue convirtiendo lentamente en una diva. Pirandello le hizo una dedicatoria: “A Iris Marga, bravissima Giovanna in Quando si é qualcuno, per cordialissimo ricordo, Buenos Aires, 24-IX-1933”. Fue a ella que llamaron para inaugurar el teatro del Casino de Copacabana. Aparecía en las revistas de espectáculo de Brasil, se puso de novia con el Encargado de Negocios de Bélgica en Río de Janeiro: “Estuve a punto de casarme con él, no lo hice porque hubiera debido alejarme demasiado de mi madre”. Por ese tiempo, pasó por Brasil la famosa troupe de Madame Rasimí que tenía como estrella mayor a Mistinguett, una cantante y vedette que era una de las atracciones mayores del Folies Bergere y el Moulin Rouge. Mistinguett se enfermó y su reemplazo fue, sorpresivamente, Iris Marga, quien cosechó los más altos elogios de la prensa carioca de espectáculos. Los aplausos atronadores de Brasil se escucharon en Argentina. Fue contratada por 15 días para el Empire de la calle Esmeralda. Se creó una inmensa expectativa, las entradas se agotaron por completo antes de la primera función. Cuando llegó la noche del debut, avanzó sobre el escenario con su gran vestido y sus perlas, sintió el chirrido de los focos que la anegaban y se sintió tan menuda y desamparada que no logró emitir una sola nota. Se había quedado sin voz. Desde el foso, el violinista Carlos Pessina la miraba desolado. Hubo un silencio espeso, hizo una seña a la orquesta, que atacó de nuevo, y cantó. Era un tango que un violinista del cine Ariel, de Montevideo, le había deslizado una noche en la mano, apretado en un rollito. El violinista se llamaba Manuel Jovés, y las primeras palabras de ese tango dicen: “Buenos Aires, la reina del Plata”. Esa noche, Iris Marga se retiró del escenario, con paso de reina.