cultura

Juana Bignozzi, una mujer perdida en una tierra de nadie

Publicó seis libros de poemas, sufrió el destierro, amó profundamente a Buenos Aires y alcanzó una voz propia que ha seguido sonando en el oído de las nuevas generaciones.

Hija de un panadero y una obrera textil, ambos anarquistas devenidos comunistas cuando el peronismo llegó a los sindicatos, Juana Bignozzi cultivó desde pequeña una voz incisiva e irónica. La ensayista Beatriz Sarlo alguna vez la definió como “una mujer iluminada con una luz cenital entregada a la irreverencia” y cuya obra experimentó una revalorización tan importante y necesaria como justa por parte de sus colegas. Aunque vivió radicada durante unos treinta años en Barcelona, ciudad donde, además de haber pasado gran parte de su existencia, publicó numerosos libros, su ausencia jamás debilitó ninguno de los rasgos de su identidad ardiente ni el cariño por Buenos Aires.

En una entrevista que le realizó María Moreno para Página12, la poeta detalló: “Es como si yo fuera, en mi libro Mujer de cierto orden, una muchacha que camina por la calle y escribiera la ciudad. Una ciudad que no era mistificada ni tanguera, sino que estaba más cerca de lo real”. Más allá de haberse convertido en una de las representantes de la poesía nacional durante los años sesenta, nunca se consideró una poeta de imágenes o de metáforas –como la mayoría de sus contemporáneos– sino que dominaba un estilo muy directo, sembrado en el diálogo, la ironía y la tristeza.

Ella era la única mujer en el grupo Pan dur –del que formaban parte, entre otros, Juan Gelman, y quien sería el adjunto del fiscal Strassera en el Juicio a las Juntas, Carlos Somigliana–. Ese nucleamiento de poetas –lejos de grupos como Florida y Boedo– tuvo sus propias señales de identidad y donde la diversidad de pensamiento y obra no producía fricciones ideológicas. El Tata Cedrón le decía a Juana Bignozzi: “Lo que pasa es que te considerábamos un hombre más”. Ese grupo de poetas desanduvo las ciudades, se acercó a los sindicatos, bibliotecas populares, comisiones de fomento, conventillos y universidades. Allí, Bignozzi se puso en contacto con quien sería su editor, José Luis Mangieri, fundador, entre otros sellos, de Libros de Tierra Firme. También conoció a Héctor Negro, letrista de tango. Aunque sus orígenes como poeta fueron en los años 60, Juana no quedó anclada a esa época, sino que fue actualizándose con el pasar de las décadas, manteniendo un diálogo permanente con poetas jóvenes.

A Juan Gelman le fascinaba saber cómo era la pelea que cada poeta tenía con las palabras. En el caso de Bignozzi, no existía tal lucha, sino que el mayor esfuerzo radicaba en elegir la palabra justa para un poema dado, que no siempre se encontraba. Podía estar la idea, pero no los vocablos adecuados. En ese sentido, ella remitía a la anécdota de Degas cuando le confiesa a Mallarmé que tiene un poema en la cabeza. Y Mallarmé le contesta: “Con palabras, Degas, con palabras”. La poesía de Bignozzi se nutrió, sobre todo, de mitos culturales: “Regreso a los lugares que quise ver y ahora logro ver. A veces pienso que Buenos Aires es un mito, aunque sea mi ciudad es un mito básico”.

Cuando le preguntaron qué creía que la gente joven buscaba en la poesía, Bignozzi no titubeó: “Mi idea es que buscan en primer término una expresión personal, una identidad, un deseo estético. Nosotros buscábamos lo mismo, pero teníamos además la militancia, que hoy existe de manera diferente. La del sesenta fue una generación muy politizada. Y esa circunstancia determinó en muchos aspectos la muerte de una parte de su poesía”.

La autora de Las sociedades maléficas estaba convencida de que, si uno comprueba los límites de la realidad para reconocer el campo en el cual debe moverse y luchar, no implicaba necesariamente resignarse. Pero, si se los comprueba para aceptarlos, sí. En ese sentido, la primera condición para cambiar algo es conocer la realidad con la que vamos a lidiar, siendo la base –incluso– para no perder el deseo de luchar ni de transformación, “porque si no se va a la frontera, no hay deseo de trasponerla”.

En una entrevista dijo: “me moría si no moría” en Buenos Aires, y que si muriera en Barcelona resucitaría y tomaría un avión hacia nuestro país para remediarlo. Quizá tuvo que apelar a ese remedio para morir en Buenos Aires el 5 de agosto de 2015. Lo cierto es que su poesía sigue resucitando.

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