La barbarie de la guerra a lo largo de la historia
Toda la historia humana es un inagotable inventario de batallas, cuyo saldo fue siempre el horror, la muerte, el dominio de unos pueblos sobre otros, y la excusa para seguir guerreando.
El militar prusiano Carl von Clausewitz sostenía que la guerra no es un fenómeno independiente, sino la continuación de la política por diferentes medios. En ese sentido, el imperio chino tomaba la guerra como se toma un oficio, buscando lograr una eficacia que no estuviera contaminada por idealizaciones. El ejercicio del oficio militar implicaba un entero compromiso intelectual, una minuciosa planificación en la que los sentimientos no tomaban la menor parte. En la literatura china, el general desempeña muy rara vez el papel de héroe; en cambio, es frecuente verlo aparecer bajo la forma de bravucón. Nunca en China se ha sentido vergüenza por la pérdida de una campaña. Siempre se ha concedido la preeminencia del puño por sobre las armas del espíritu.
Las tropas españolas al mando del emperador Carlos I habían puesto a sitio a Metz, defendido por los franceses. Para esta operación se llegó a reunir un ejército de más de cien mil hombres. Al cabo de sesenta días de asedio, las enfermedades y penalidades padecidas por los españoles causaron entre ellos cuarenta mil bajas y entonces el César decidió levantar el sitio. En tal estado, se retiraron las tropas, que movieron a compasión a los franceses de la guarnición, que no quisieron atacarla para no aumentar sus males.
Casi inverosímil es que un general admita haber perdido una batalla. En la de Luzzara, Italia, al comienzo de la agotadora guerra de Sucesión, Felipe V se enfrentó con el príncipe Eugenio, general del ejército imperial. Ambos ejércitos se creyeron vencedores y cantaron sendos Tedeum en acción de gracias. El Tedeum alude a la celebración católica que se realiza a fin de año o en sintonía con alguna festividad nacional; el término surgió de la expresión latina Te Deum, que se traduce como “a ti, Dios”.
En las dos últimas conflagraciones militares, hubo guerras criminales, pero esto no era nada nuevo. En 1779, Rusia, indignada por la alianza de España con Francia, declaró inmediatamente la guerra. Pero, insólitamente, por la distancia y falta de escuadras todo se quedó en el terreno de las palabras. De todos modos, ese mismo año, España le declaró la guerra a Inglaterra. El Tratado de Aranjuez le comprometía a intervenir en la Guerra de la Independencia americana. Lo cierto es que la emancipación de las colonias inglesas era un mal precedente para los dominios españoles en América, el conflicto podía perjudicar al comercio y la lucha llegaba a la frontera con Luisiana, el nuevo territorio español que Francia había regalado a Carlos III.
El general francés André Masséna, al que Napoleón bautizó “el niño mimado de la victoria”, sitiado en Génova por un poderoso ejército austríaco, se vio obligado a rendirse. Durante el asedio, provocó en el enemigo más bajas que los soldados que tenía a sus órdenes. Tan valerosa resistencia le permitió salir de la plaza con los máximos honores de guerra. Aunque muchos de los generales de Napoleón fueron entrenados en las mejores academias militares francesas y europeas, Masséna fue uno de sus preferidos, ya que fue uno de los pocos que logró inferirle una derrota al poderoso ejército ruso, lo que llevó al zar Pablo I a proyectar una alianza con Francia.
En 1849, durante la disputa con los italianos, que pretendían la unidad de su patria, el ejército austríaco lanzó un ataque contra Venecia con doscientos globos con una bomba de veinticuatro a treinta libras cada uno. Se había previsto que los globos caerían sobre la bellísima ciudad de las lagunas, haciéndola polvo. Afortunadamente para Italia, los vientos soplaron de una manera imprevista y los globos terminaron cayendo sobre los austríacos. Esta fue la primera tentativa de bombardear una ciudad mediante artefactos aéreos.
El factor psicológico como arma de guerra no es descubrimiento de los últimos tiempos. En la guerra franco-prusiana, los alemanes bombardearon a París con insistencia, causando víctimas y daños naturales cuando se disparó sobre los grandes núcleos de población y, ante la gran protesta del mundo, los prusianos replicaron que se trataba de un “medio psicológico” para conseguir la rendición de la plaza.