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La extraña muerte de Percy Shelley

Fue uno de los grandes poetas románticos ingleses, marido de la autora de Frankenstein. Su final fue digno de un cuento prodigioso.

Percival Bysshe Shelley nació en 1792 en el seno de una familia de abolengo, descendiente del conde de Arundel. A los 18 años publicó su primera novela y su primer libro de poemas. Un año después fue expulsado de la Universidad de Oxford por su libro La necesidad del ateísmo. Se fugó a Escocia con la hija de un tabernero de ­Londres y, al poco tiempo, se sumó a un ­movimiento insurreccional en Irlanda. A los 22 conoció a quien sería su gran amor, Mary Godwin.

Percy y Mary tuvieron una vida itinerante, huyendo de los acreedores de país en país. Mientras, él seguía escribiendo obras maestras como Alastor o el espíritu de la soledad y Mont Blanc, cuyo eje es la relación entre el ser humano y la naturaleza. El matrimonio Shelley era amigo de otro gran poeta y aventurero, Lord Byron. Los tres vivieron juntos en Suiza y en Italia, y fue precisamente en la Villa Diodati, en 1816, que los tres jugaron a escribir historias tan espeluznantes como esa noche tormentosa que les había tocado. Cada uno de los tres se encerró en su habitación y, al día siguiente, se leyeron lo escrito. Mary Shelley enmudeció a sus compañeros cuando leyó su cuento, llamado, para todos los tiempos, Frankenstein.

La vida del matrimonio recibió muchas bofetadas del destino. En 1818 murió Will, su hijo. Y un año después perderían a una hija recién nacida. A manera de exorcismo, Percy escribió una tragedia, Los Cenci, y también por entonces escribió sus poemas políticos más conocidos: La máscara de la anarquía, La bruja del Atlas y Hombres de Inglaterra –se comenta que Karl Marx llegó a aprenderse esos poemas de memoria–. El matrimonio ­Shelley tendría otro hijo, al que llamaron Percy, y que heredaría el título de barón a la muerte de su padre.

Esa vida llena de peripecias excepcionales no podía tener un final convencional. Percy Shelley amaba los barcos y se había hecho construir uno al que llamó “Don Juan”, en homenaje a la obra escrita por Byron. Precisamente, el viaje inaugural era para visitar a su amigo, por lo cual el viaje iba a ser desde Pisa hasta Livorno. En medio de la travesía se desató una fuerte tormenta, un viento huracanado jugaba con la embarcación como si se tratara de una cáscara de nuez, hasta que finalmente se hundió. Shelley, que no sabía nadar, murió ahogado. Tenía solo 29 años. Su cuerpo fue devuelto por las aguas a la costa italiana. El capitán del barco intercedió para que incineraran los restos de su amigo, pese a que la legislación vigente imponía que los ahogados en el mar fueran sepultados de inmediato, por miedo al contagio de alguna enfermedad. Edward John Trelawny consiguió que Shelley ardiera por completo en una playa cerca de Viareggio. Pero ocurrió algo inexplicable, un hecho poderosamente simbólico: el corazón de Percy Shelley se mantuvo intacto.

El corazón de un poeta

Sin poder explicarse el acontecimiento, Trelawny rescató el corazón de Shelley de entre las cenizas y se lo entregó a la viuda, Mary Shelley. Que el corazón de un poeta no hubiera podido ser consumido por el fuego es una metáfora a la que ningún autor se hubiera animado. Pero es un hecho que pertenece a la más estricta ­realidad. Los hechos fueron narrados por el propio Trelawny en el libro Memorias de los últimos días de Byron y Shelley.

Mary Shelley, en cuya literatura abundan tormentas capaces de ­insuflarle vida a lo inerte y monstruos inocentes creados por la ambición de los seres humanos, aceptó con ­naturalidad el prodigio y recibió el corazón de su hombre como una muestra de amor. La última de su marido. Lo envolvió con un pañuelo de seda y lo puso en una caja, entre los libros preferidos de ambos. Y allí estuvo, latiendo en la memoria de Mary, durante los 30 años que sobrevivió a Percy.

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