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Los secretos de la Torre Eiffel

Es uno de los mayores símbolos de París visitado por cientos de miles de turistas por año. Detrás de su leyenda hay una historia oculta.

La obra cumbre del ingeniero civil francés Alexandre Gustave Eiffel, la Torre Eiffel, que se erige como un símbolo distintivo de París, es la más conocida de su legado. El imponente monumento, tal vez uno de los más famosos del mundo, es visitado cada año por miles de turistas. Compuesta por 18.038 piezas de hierro, y con sus 10.100 toneladas de peso y 324 metros de altura, desde hace más de un siglo la Torre Eiffel se alza con elegancia hacia el cielo parisino en el Campo de Marte, en pleno centro de la capital gala. No obstante, su contribución a monumentos significativos no se limita a esta estructura que lo convirtió en una leyenda. Eiffel también jugó un papel fundamental en la creación de la estructura interna de la célebre Estatua de la Libertad en Estados Unidos y su influencia se extiende hasta las esclusas del Canal de Panamá, una obra de ingeniería que facilitó la conexión entre los océanos Atlántico y Pacífico.

A pesar de que su magia y su luz han servido de inspiración a todo tipo de artistas, apenas dos semanas después de iniciarse su polémica construcción, más de trescientos destacados intelectuales publicaron un manifiesto en el que se oponían a aquella "inútil y monstruosa torre Eiffel". Lo cierto es que Eiffel no aspiraba a inmortalizarse con la Torre sino más bien hacerse millonario. Le gustaba mucho más esa idea que el proyecto en sí. De hecho, ni siquiera la diseñó él sino un par de empleados de su estudio. Y tampoco era una idea francesa: se la había robado a unos norteamericanos de Filadelfia que querían poblar las ciudades del Nuevo Mundo con torres-faro, que celebraran la era industrial.

El contexto de su creación fue el centenario de la Revolución de 1789 y la Exposición Universal que se organizaría durante los festejos. Eiffel se las ingenió para convencer al ministro de Industria de redactar un pliego de licitación que parecía describir su propio proyecto. Se presentaron 107 propuestas; ganó, por supuesto, el monstruo de hierro. Eiffel había incluido en su pliego hasta la manera de financiar los costos de mantenimiento, una vez construida: según él, la Torre recibiría no menos de dos millones de visitas al año, que pagarían religiosa entrada.

Sin embargo, sólo uno de cada quince visitantes a la Exposición Universal de 1889 pagó por subir a la Torre, que aún no tenía ascensores (atraía mucho más la Galería de las Máquinas, el milagro de la electricidad). Así siguieron las cosas hasta que empezó a acercarse el fin de la concesión que el municipio de París había dado a Eiffel: hacia 1909, en lugar de los dos millones previstos, apenas visitaban la Torre 150 mil personas al año (y eso aunque Eiffel bajó a la mitad el precio de la entrada y puso ascensores). Entonces apareció en escena el capitán Ferrié, pionero de la radiodifusión francesa. Ferrié odiaba las palomas mensajeras que usaba el ejército y propuso instalar a todo lo largo de la Torre una antena que cambiaría por completo las comunicaciones en Francia. Así se salvó la Torre.

Devenida en símbolo nacional, inspiración para todo tipo de artistas, lugar de celebraciones y escenario de acontecimientos de relevancia internacional, la Torre Eiffel ha sobrevivido a dos Guerras Mundiales – su verdadera fama la adquirió a partir de 1945- ha visto desfilar a personalidades de todo el mundo y ha sido testigo mudo de los últimos años de la historia de la capital francesa.

Por su parte, tras una larga y prolífica vida, el ingeniero Eiffel murió el 27 de diciembre de 1923, a la edad de 91 años, en su mansión de la rue Rabelais de París, dejando al mundo una ingente producción arquitectónica, aunque no cabe duda de que será eternamente recordado por la icónica torre que lleva su nombre. Eiffel fue enterrado en la tumba que su familia poseía en el cementerio de Levallois-Perret, en la capital francesa.

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