Lucio Demare, del cabaret al mundo

Fue uno de los más sutiles músicos de tango que llegó a componer para Gardel e integrar la orquesta de Francisco Canaro.

Rememorar a Lucio Demare es rescatar las invisibles huellas de la historia del tango. Como si la música hubiese hundido sus dientes en una carne indefensa. Nacido en el corazón de Buenos Aires el 9 de agosto de 1906, su calle fue el piano. Su familia vivía hacinada en dos piezas; su madre, Otilia, le advertía a los gritos que la comida se enfriaba y, como el niño no aparecía, amenazaba con tirarla a la basura, pero el piano seguía escuchándose, cada vez más alto. “Creo que nací para la música”, dijo alguna vez. “Ahora, de dónde me salió no sé”.

Hijo del violinista Domingo Demare, quien le enseñó algo de teoría en el piano, solfeo y teclado, a los seis años su compulsión por aprender a tocarlo era brutal. En esa época, Domingo tocaba con el padre de Francisco Amicarelli, y este le dijo un día: “Si tu hijo tiene las condiciones que vos decís, yo tengo un maestro para él”. Se trataba del italiano Vicente Scaramuzza, cuyas excentricidades devenían en exigencias: si el alumno no tenía las condiciones que él requería, directamente lo echaba. El maestro se encargó de quitarle todos los vicios que Lucio tenía. Cuando cumplió ocho años, ya se ganaba la vida con la música.

Cuando comenzó, ganaba cuarenta pesos mensuales trabajando en un cine cerca de su casa, donde hacía también el acompañamiento de películas mudas. Tocaba desde las dos de la tarde hasta las doce de la noche. Aun siendo una feroz explotación, lo hacía con especial cariño.

A los 16 años, después de su época de varieté, se incorporó a la orquesta de Nicolás Verona: “Este hombre era un bandoneonista bastante significativo dentro de la línea de músicos”. Solían presentarse en el Real Cine de Buenos Aires, donde se estilaba representar tres orquestas: la clásica en el foso, una de jazz en un palquito y la típica en el otro.

El problema era que Lucio aún no había llegado a la mayoría de edad, y no se permitía trabajar a menores en ese lugar. Entonces le dijo a su madre que empezaría a usar los pantalones largos. Como buena tana, ella pretendía que los usara a partir de los 18. Lucio no tuvo más remedio que decirle la verdad: “¡Pero, vieja, es un cabaret, no puedo ir así, es ridículo!”.

En 1926, se reunió con Francisco “Pirincho” Canaro para viajar a París. Este le preguntó qué quería hacer y la respuesta fue contundente: “Tango”. Al año siguiente, conoció a Carlos Gardel. A propósito de él, afirmó: “Con noso­tros era un tipo campechano. Le gustaba compartir la sinceridad del porteño”. Entonces Demare empezó a componer tangos, pero ni siquiera les ponía título. No obstante, uno de los primeros fue Mañanitas de Montmartre; cuando lo estrenó, no se tomó la molestia de anunciarlo y durante meses le mandaban a preguntar cómo se llamaba ese tema.

Un célebre trío

Después de dos años, dejó la orquesta de Canaro y formó el célebre trío Irusta-Fugazot-Demare. Debutaron en el teatro Maravillas de Madrid con un éxito rotundo. Un día le preguntaron qué quería hacer, les respondió que quería dedicarse a ir con un conjunto y escribir tangos. “Músicos argentinos no hay”, le advirtieron. Lejos de mostrarse derrotado, se defendió: “Yo voy a conseguir todos los músicos argentinos que pueda”. Y surgió un espectáculo de una hora y media que dio la vuelta al mundo.

Demare componía sus temas solo. Una noche, a mediados de 1931, mientras Irusta y Fugazot dormían, se despertó repentinamente. Un feroz ataque de insomnio. Empezó a hurguetear entre libros y encontró Por el camino adelante, de Joaquín Dicenta. Y lo musicalizó de un tirón, a las tres de la mañana: “No sé si por facilidad o por la pasión que tenía, me gustaba escribir sobre textos. Por ejemplo, todas las cosas que hice con Homero Manzi fueron sobre sus versos”. Entre canciones inéditas y el afecto de su público, murió el 6 de marzo de 1974.

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