cultura

Manuelita Sáenz, la conspiradora que enamoró a Simón Bolívar

Al lado del libertador venezolano se convirtió en coronela, desafiando al poder colonial y a los prejuicios patriarcales de la época.

Hacia junio de 1822, el humo de las batallas aún no se había disipado en Quito. Pero se advierte un horizonte diferente, el de la independencia. Simón Bolívar, libertador de Venezuela, Colombia y Ecuador ingresa triunfante a la ciudad. Lo espera todo un pueblo, con los balcones adornados y guirnaldas colgadas en los frentes de las casas. En uno de esos balcones, una mujer: Manuela Sáenz. Tiene veinticinco años. No puede contenerse y le arroja una corona pequeña de flores que golpea el pecho del general, quien levanta la mirada y descubre a aquella mujer menuda cuya pasión desborda su cuerpo. Después, ya no hubo distancias que lograra separarlos.

Manuela Sáenz Aizpuro nació en Quito en 1795, cuando germinaban las semillas de la Revolución Francesa, y, como quien está a punto de naufragar en el mundo físico, se rehusó a vivir internada en el Convento de Santa Catalina y escapó para vivir un romance con un coronel. Sin embargo, pronto su padre tomó cartas en el asunto y la casó contra su voluntad con un rico médico inglés, James Thorne, que le llevaba veintiséis años. Después del casamiento, una vez radicada en Lima, Manuela conoció -a través de su amiga Rosa Campuzano- al general José de San Martín y adhirió a la causa independentista, al punto que el protector del Perú la bautizó “Caballeresa de la Orden del Sol”.

Apartada de su vida de glorias, pérdidas y batallas, comenzó a escribir en su diario íntimo las remembranzas de su lucha por la libertad y de su historia de amor, que durante muchísimos años fue escondida bajo siete llaves por una sociedad hipócrita que la condenó hasta el final de sus días. Allí volcó, con maestría de escritora, su desesperada búsqueda de entender aquella iluminería política de su amado Simón, quien ciertamente se había adelantado a su época: “Hoy se me hace preciso escribir por la ansiedad -empieza una de sus cartas-. Estoy sentada frente a la hamaca que está quieta como si esperara a su dueño. En este silencio mío medito. No puedo olvidar. […] Simón(Bolívar) no comprendió nunca que todavía no había llegado el momento para emprender luchas y lograr conquistas de libertad. Solo consiguió deshacer su vida de él. La llenó de dificultades. Sus hazañas extraordinarias quedaron vilmente desposeídas de gloria. Se apagó su orgullo viril y su amor muy adicto por la libertad. Siempre bajo su destino despiadado...”.

Formada en tiempos donde a las mujeres se las destinaba al silencio y a la obediencia, su ejemplar conducta en la batalla de Pichincha le valió el grado de coronel del Ejército Colombiano. Siempre transgresora, como también lo fue Bolívar, conformó con él una pareja desafiante, capaz de los gestos más gloriosos y colectivos. “No siguió a su hombre con fidelidad perruna -escribe Calloni-, sino con la fuerza de una perra, a dentelladas, decidiendo por sí misma, peleando sus propias batallas”.

El 17 de diciembre de 1830, Manuela recibió la noticia de la muerte del Libertador. Abatida, quedó desamparada y rodeada de enemigos. Pero nunca se rindió: volvió a andar caminos con sus baúles, pobre, digna y combatiendo, reviviendo aquellos inolvidables días de amor.

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