cultura
Mario Soffici: el cine como forma de compromiso social
Nació en Italia, pero fue uno de los pioneros del cine argentino, dirigiendo 40 películas, algunas de las cuales han quedado en la historia.
Mario Soffici nació en Italia, de donde emigró a los nueve años con su familia en las vísperas de la Primera Guerra Mundial. Luego de practicar ilusionismo y teatro, se convirtió en uno de los célebres protagonistas de los inicios del cine argentino, atravesando un umbral que parecía inexpugnable. En total, filmó más de 40 películas. Sin embargo, fue un hombre obligado a luchar hasta su último día y que se despidió con el orgullo de nunca haberse traicionado.
En lugar de regalarle soldaditos o pistolas de juguete, su padre le traía teatritos de títeres y linternas mágicas. Su hermano y él se entretenían haciendo teatro, inventando historias y viendo proyecciones de placas fijas de vidrio con lámparas de querosén. Cuando cumplió nueve años, su familia recién llegada de Italia se radicó en Mendoza. Su padre era joyero fundidor en el Ponte Vecchio de Florencia, y cuando arribó a nuestro país le aconsejaron que fuera a esa provincia, porque en Buenos Aires ya había demasiada gente con el mismo oficio. El primer día de colegio de Mario, le dieron una página de manual de lectura que decía “qué bello es el otoño”; y él, en vez de leer eso, copiando el acento familiar leyó “qué beio es el otoño”, y se rieron de él. Eso le generó una aversión irreversible al colegio y sus compañeros.
Luego de abandonar la escuela, le pidió desesperadamente a su padre que lo hiciera trabajar de cualquier cosa. En un primer momento, aquel se resistió, pero después no tuvo más remedio que aceptar la decisión de su hijo, quien entonces ya conocía la calle como la palma de su mano. Trabajó en decenas de oficios. Una de sus primeras ocupaciones laborales fue la de cadete de imprenta; luego fue ponipliegos en un periódico local, e incluso salía a vender diarios –él recordaba particularmente cuando tuvo que vocear el anuncio de la guerra del 14–. Por entonces, renació su deseo de hacer teatro. A los 18 años, empezó a dirigir sus primeras obras y a soñar con ser profesional: le escribió a su amigo Juan Magiante, quien ya era un reconocido actor, para que le diera una oportunidad en la compañía que iba a formar para el año siguiente, aunque fuera como partiquino. Y así realizó su primer viaje a Buenos Aires.
A los pocos meses regresó a Mendoza, los de la compañía le dijeron que no servía para el teatro. A su familia no le dijo la verdad, dio como disculpa una huelga en el teatro. Llegó a convencerse de que los demás tenían razón, que no tenía condiciones. Entonces se subió a un camión y empezó a hacer el traslado de bordalesas de vino, desde las 4 de la mañana hasta las 6 de la tarde. Pero, por esos días, pasó por Mendoza la compañía de Manuel Salvat y Concepción Olona. Se había enfermado uno de los actores y no encontraban cómo cubrir ese papel. Iban a hacer Los intereses creados y no tenían quien les hiciera el Polichinela para esa obra. Lo llamaron a Mario y, a pesar de que no estaba muy convencido, les dijo: “Bueno, haré lo que pueda”. Tras aquella función, largó de una vez los camiones y se hizo para siempre hombre de teatro. Pero ya estaba gestando dentro de él otra pasión, el cine.
Un legado imborrable
En 1924, hizo su primer ensayo cinematográfico con Francisco Martínez Allende, José Goia y Enrique Santos Discépolo. Lo hicieron a plena luz del día, en el patio de camarines del teatro Avenida. En Mendoza estaban representando Muñecas de Armando Discépolo y un día apareció el productor García Velloso, que estaba haciendo una película que nunca se estrenó, llamada Claveles mendocinos.
Desde esa época, el interés de Mario Soffici por el cine absorbió todo lo demás. En 1931, filmó con José Ferreyra Muñequitas porteñas, para la cual utilizaron un maquillaje especial que Mario consiguió pintando las caras de color ocre y los labios de verde porque las películas no eran sensibles al rojo.
Después del cortometraje Noche federal, dirigió su primer filme, El alma del bandoneón. En esa línea siguieron otras célebres películas, como La barra mendocina y Cadetes de San Martín. Aún no había tenido tiempo para darse cuenta, pero Soffici ya había pasado a la historia grande del cine nacional, un lugar del que nadie podría mover a partir de Prisioneros de la tierra, una película de fuerte contenido social que inspiraría a directores como Hugo del Carril, Leonardo Favio y Pino Solanas.