Cultura
Martín Kohan y la ruptura radical de las vanguardias
El prestigioso escritor acaba de publicar un ensayo en el que reflexiona en profundidad las relaciones entre el arte y la política, repasando las distintas tendencias del siglo XX.
Martín Kohan es autor de numerosos libros, entre ellos Dos veces junio, Segundos afuera, Bahía Blanca, El país de la guerra y Confesión. Su novela Ciencias morales ganó el premio Herralde de España y fue llevada al cine por Diego Lerman bajo el título La mirada invisible. La vanguardia permanente es su libro de ensayo más reciente y fue publicado por Paidós.
—¿Cómo estás sobrellevando estos tiempos?
—A título personal, muy bien. Mientras haya bares, aunque sea para estar sentado afuera...
—¿Escribís en los bares o en tu casa?
—Hago todo en los bares. No solo escribir. Preparo las clases, corrijo exámenes, leo, absolutamente todo. Con mis amigos nos vemos ahí. Algunos ni conocen mi casa. Ahora voy menos, ese es el cambio más sustancial, lo que más sentí. Eso y la cancha.
—¿La vanguardia permanente lo escribiste durante la pandemia?
—No me acuerdo bien cuándo empecé, pero yo creo que fue durante la pandemia. Es una idea buena, es decir, no es mía.
—¿Cuál es el concepto de vanguardia con el que trabajás en el libro?
—Ese aspecto fue fundamental, porque hay más de una manera de pensar la vanguardia y existen varias definiciones. Tampoco es que yo pretendí establecer una única definición, pero sí de hacer hincapié, sobre todo, en pensar las vanguardias como gesto de una ruptura radical. Marcar una diferencia con lo que ocurrió concretamente a comienzos del siglo XX, es decir, la idea de que hubo ahí una radicalidad en la ruptura y la apuesta a lo nuevo, que fue ya no solo en el orden de introducir una innovación al interior del campo del arte, sino poner en crisis la concepción misma del arte y su relación con la sociedad.
—Trabajás mucho en el libro la interrelación entre vanguardia artística y vanguardia política.
—Absolutamente. Aparece con fuerza esa especie de ambición máxima que era liquidar la separación entre arte y vida y devolver al arte al mundo de la vida, algo que necesariamente tiene un carácter político. Hay un gesto político radical en la medida en que reintegrar el arte a la vida suponía la transformación del mundo de la vida. Esa relación nunca dejó de ser conflictiva.
—¿Con cuál de las vanguardias que hubo te sentís más afín?
—Con ninguna, porque yo no soy un escritor de vanguardia. De hecho, a lo largo del libro, cuando fui avanzando hacia una cierta consideración de las vanguardias y detectando algunas líneas en la literatura argentina contemporánea, no me puse en fila, no solo porque no corresponde, sino porque lo que escribo no es de vanguardia.
—¿La vanguardia artística necesariamente tiene que ser una suerte de patrulla perdida en la niebla o puede tener anclaje popular?
—Es una gran cuestión, porque lo de la patrulla perdida en la niebla no deja de ser una derivación fabulosa de la propia metafórica militar; o sea, la vanguardia efectivamente es esa fuerza reducida por definición, porque no es todo el ejército el que avanza, porque si así fuera, no habría vanguardia. Es decir, ya supone un grupo que se recorta respecto de un conjunto y que se adelanta en una actitud de exploración; por lo tanto, lo nuevo tiene esa resonancia también: el grupo que se adelanta a explorar lo que todavía no se sabe. Ahora bien, entre adelantarse a explorar lo nuevo respecto del ejército que viene atrás y ser una patrulla perdida –no es que se adelantaron a la exploración que seguirá el ejército, sino que se desengancharon de él– es casi una situación de fracaso. Hay un dilema crucial, porque de por sí una perspectiva artística que se basa en romper con lo existente busca fundar lo radicalmente nuevo, lo que va a desconcertar dentro de parámetros existentes. Ese problema no tiene una solución fácil, quizás no tenga ninguna.
—Hubo muchas vanguardias que en su momento no fueron vistas como vanguardias y que solo fueron reconocidas mucho tiempo después.
—Por un lado, efectivamente cada época tiene sus horizontes de expectativas y, por lo tanto, hay vanguardias que ya no escriben para lectores de su época, sino para lectores que todavía no existen.
—¿Cuál creés que fue la última vanguardia que hubo en nuestro país?
—En el libro propongo una cierta idea de vanguardia y trato de hacer un recorrido en la literatura argentina, concentrándome en la vanguardia literaria y llegando hasta el presente, a través de Saer, Puig, Walsh, etcétera. Me pareció necesario allí plantear qué pasa con ese legado o con esa imposibilidad de ser vanguardia o volver a serlo, para no ir a parar al optimismo vacuo de pensar que se puede volver a las vanguardias sin más, es decir, que se pueda hacer de nuevo lo nuevo –es un contrasentido–, pero no prestarse tampoco a la resignación conservadora de la imposibilidad de las vanguardias como conclusión.