CULTURA

Pepe Quintana, un hombre lleno de historias

Era sobrino del mítico director del diario Crítica, Natalio Botana. Compartió redacción en el medio con Roberto Arlt y Jorge Luis Borges. Acaba de morir a los 102 años.

En 1961 la cantora chilena Violeta Parra y su madre viajaron a Argentina para buscar al tío Lalo (Eduardo Parra), quien al enviudar decidió venir a Argentina a buscar trabajo. Fracasada la búsqueda, la madre de Violeta regresó a Chile; ella se quedó un tiempo en Buenos Aires porque se había hecho amiga de un curioso personaje porteño, Mario “Pepe” Quintana, quien la alojó en su quinta de Olivos.

El pasado 21 de febrero murió, a los 102 años, este hombre que era sobrino de Natalio Botana, mítico director de uno de los diarios más célebres de la historia del periodismo argentino: Crítica.

Pepe Quintana había aprobado el examen de ingreso a la Facultad de Medicina. Su padre quería que fuera médico y él se lo había prometido. Pero al morir aquel, la promesa quedó trunca, porque recordó que desde adolescente su sueño era ser periodista. Desde que entró por primera vez a las instalaciones del diario de su tío, quedó prendado con el ajetreo de la redacción, el olor a tinta, la concentración de esos seres que estaban guiados ciegamente por una pasión que él también tenía urgencia de sentir. Era el más joven en una redacción de lujo donde brillaban Jorge Luis Borges, Raúl González Tuñón y Roberto Arlt.

La primera nota que hizo fue en el Bajo porteño. Lo mandaron a cubrir un desastre que habían hecho los escandinavos en un tugurio del puerto. Eran jornaleros, que después de largos meses de trabajar en soledad, al desembarcar se desataron. Se había hecho cargo de la página 2, poniéndole un título que luego tomaría Juan Carlos Onetti, otro reconocido compañero de redacción, para titular uno de sus cuentos: Para esta noche.

Se hizo amigo de Roberto Arlt, tal como indica: “Siempre estuvo enamorado de mi tía Salvadora. Se peleó con Botana porque en los años 30 el hombre comenzó a desacartonarse en su vestimenta de cuello duro, el sombrero. Vino una moda de sin sombrerismo. La gente comenzó a salir sin el accesorio y Roberto Arlt comenzó a saludar esa costumbre como sana. Entonces, Botana lo llamó y le dijo Me estás sacando los sombreros y los mejores avisadores de Crítica son los fabricantes de sombreros”. Cuentan que Arlt se ofendió y se fue. Con elescritor se reunía en un café que estaba al lado de diario, sobre la Avenida de Mayo , que se llamaba La Alameda. A veces, lo llevaba al estudio que Arlt tenía en el Once donde ensayaba sus inventos. “Era un conventillo en la calle Bartolomé Mitre, detrás de la estación Once. Recuerdo un pasillo largo y ahí hacía sus experiencias con la rosa eterna, la rosa de cobre. Había una pileta metálica. Me impresionaron el lugar y la falta de elementos, pero él hablaba como un científico”, recordaba.

De las muchas notas que escribió, una de las que se sentía más orgulloso era la cobertura que hizo de la jornada del 17 de octubre de 1945. “Después del mediodía empezaron a venir obreros de Berisso, en esos años el más numeroso era el gremio de la carne. Comenzaron a venir a la Plaza de Mayo movilizados por los hermanos Reyes, que eran dirigentes de la carne, por Gay, que era dirigente de los telefónicos. Fue impresionante ver al pueblo en la calle. Absolutamente abrumador e inolvidable”, escribió. El diario cayó en desgracia con la caída del gobierno de Perón y dejó de aparecer en 1955.

En los años 50 conoció a Ernesto Guevara en casa de la que por entonces era su novia, Carmen Cordova Iturburu. “Le entregué una carta en 1953 cuando él se iba para Centroamérica, para Guatemala. Le entregué una carta de Juan José Arévalo que había sido presidente de Guatemala para Jacobo Arbenz y después lo encontré a Guevara ya convertido en el Che”. Ese reencuentro fue en 1961, cuando el Che fue a la conferencia de Punta del Este. “Fui a verlo con la familia. Me acuerdo cuando lo veo venir en los pasillos del Hotel San Rafael y el recuerdo que yo tenía de un muchacho flaquito, muy irónico, y lo veo convertido en Che con su cigarro y su voz inconfundible. Fue grandioso. Cinco horas habló, no volaba una mosca”, contó.

Durante la Dictadura fue secuestrado y permaneció detenido en dos campos de concentración: Club Atlético y la Escuela de Perros de la Policía. También pasó por una cárcel de La Plata. Muchas veces había venido a nuestra ciudad para pasar horas junto a su gran amigo, Javier Villafañe.

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