CULTURA

Pietro Mascagni, un músico al servicio del fascismo

Compuso 17 óperas, entre ellas la famosa Cavalleria rusticana. Aceptó ser considerado el músico oficial del régimen de Mussolini.

La polémica rodeó la vida de Pietro Mascagni, quien nació en Livorno el 7 de diciembre de 1863. A los 19 años ingresó en el conservatorio de Milán, donde fue alumno de Michele Saladino y compañero de Giacomo Puccini. En 1890 estrenó la que sería su obra más popular, Cavalleria rusticana, escrita en dos meses, y que insuflaría una gran fuerza a la ópera italiana de la época.

Hizo toda clase de sacrificios para llevar adelante su vocación de músico. Lo nombraron maestro de banda en Ceriñola, una pequeña ciudad de las Apulias. Por esa época, el conocido editor Sonzoemo había organizado un concurso para la música de un drama: Cavallería Rusticana. Mascagni quiso aprovechar esa oportunidad, pero era necesario llevar la partitura a Roma, y el viaje y la estada en la capital significaban un gasto que el desconocido músico no podía sufragar. Además, tenía otra preocupación: el nacimiento de una hija.

Aconsejado también por su mujer, se abocó con el director del único banco de Ceriñola y le expuso su caso; el director le otorgó un crédito de trescientas liras luego de haberle hecho firmar una letra de cambio. En una neblinosa mañana de enero, Mascagni sacó un boleto de tercera clase y, acompañado hasta el tren por los fieles músicos de su banda, emprendió el largo viaje. En Roma, buscó la pensión más modesta, y su única preocupación fue entonces la de asistir a los ensayos de Cavallería Rusticana. Fue el ganador del concurso y su Cavalleria rusticana se convirtió en un éxito arrasador. Pietro Mascagni fue proclamado maestro. Cuando volvió a Ceriñola, todo el pueblo estaba esperándolo en la estación, incluyendo el director del banco, quien le propuso no cobrar la letra de cambio pero sí conservar el documento con su firma a manera de autógrafo.

Uno de los mayores admiradores de Pietro Mascagni era Benitto Mussolini, quien iba a ver todos sus conciertos. Aún no era el Duce, tenía el cargo de Presidente del Consejo de Ministros Reales de Italia, pero su poder ya era omnímodo. Pietro Mascagni le dedicó en 1935 la ópera Nerón, homologando a Mussolini con el emperador romano, a manera de panegírico. Una de las primeras medidas que tomo Mussolini cuando se convirtió en Duce fue nombrar a Pietro Mascagni “Músico Oficial de la Italia Fascista”.

Cuando recibió la consagración oficial, Pietro Mascagni vivía con su esposa en un suite de lujo del hotel Plaza de Roma, en cuyo suntuoso lobby de columnas de mármol recibía a las visitas. Apoltronado en un diván de cuero verde se mostraba orgulloso de haberse convertido en vida en estatua. Parecían haberse borrado los desengaños que hasta los 26 años había acumulado en la vida.

Sólo parecía arrancarlo de ese embalsamamiento plácido el recuerdo de un episodio vivido con Giuseppe Verdi: “El gran Verdi se encontraba, durante un período de descanso en Busseto. Yo me sentía entonces asediado por la música del Rey Lear, que interpretaba en una apacible noche primaveral, mientras el salón del Plaza, casi desierto, sin luz eléctrica, era un sedante refugio, un oasis de tranquilidad en medio de la gran Roma elegante y bulliciosa. Y yo, encontrándome una hermosa mañana con Verdi en el parque de su villa, me confié con él: Maestro, estoy poniendo música a Rey Lear, que no me deja sosiego ni de día ni de noche. Y Verdi me contesto: Yo tengo un abundante material de estudio para ese argumento, y me sentiría contento de verdad en entregárselo a usted. Yo le pregunté por qué no terminaba esa obra.Verdi entrecerró los ojos, reconcentrado. En ese momento hasta los pájaros del bosque dejaron de cantar. Al cabo de un rato, Verdi, con voz que no parecía la suya, lentamente contestó: La escena en la cual el rey Lear se encuentra frente a la floresta me asustó. Me quedé helado. Si ese gigante fue capaz de sentir miedo, ¿con qué derecho puedo forjarme ilusiones? Mi Rey Lear murió en aquel parque de Busseto”.

Luego de la ejecución de Mussolini, el 28 de abril de 1945, la vida de Pietro Mascagni se deslizó hacia el abismo por una pendiente fatal. Había dilapidado su fortuna en lujos que creía tan permanentes como el fascismo que lo había convertido en una suerte de deidad. Murió en la indigencia, abandonado por todos, en esa Roma que supo glorificarlo pero que, veleidosa, ya le había dado la espalda aquel 2 de agosto de 1945.

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