Cultura

Quino y Alicia Colombo, una historia de amor

Joaquín Salvador Lavado fue conocido en el mundo entero como Quino, gracias a su inmenso talento y al trabajo amoroso y persistente de su pareja, Alicia Colombo.

Joaquín no se decidía a contestar; fue Alicia entonces la que tomó la hoja, la alisó, y comenzó a escribir. Fue Alicia Colombo la que respondió al editor que insistía desde Italia. Gracias a ella, Mafalda se publicó por primera vez en Europa. En 1968, treinta tiras fueron incluidas en Il libro dei bambini terribili per adulti masochisti. Al año siguiente apareció Mafalda, la contestataria, volumen exclusivamente dedicado a la tira, con prólogo de Umberto Eco. Este presentaba a Mafalda como “una heroína de nuestro tiempo”, y concluía diciendo: “Ya que nuestros hijos van a convertirse (por mérito nuestro) en otras tantas Mafaldas, será prudente que la tratemos con el respeto que merece un personaje real”.

Quino dibujó a Mafalda durante 9 años, hasta 1973; pero el éxito de la tira se mantuvo sin interrupción hasta la fecha, y buena parte se debe a la perspicaz red de contactos establecida por Alicia Colombo.

Alicia se había doctorado en Química y trabajaba en la Comisión Nacional de Energía Atómica, pero a fines de la década del 60 dejó todo para dedicarse al cuidado y difusión del trabajo de su marido. Gracias a ella, Quino tuvo su merecida proyección internacional: publicó casi 2000 tiras de Mafalda que fueron leídas en 43 países, y traducidas y editadas en 23 idiomas, entre ellos el japonés, el griego, el indonesio, el armenio, el hebreo y el chino.
Alicia fue su representante hasta que, en 2003, le cedió el lugar a su sobrina, Julieta Colombo.

Un primo de él los presentó. A los dos les gustaba la música, el cine, los libros. Ella, nieta de un genovés, hija única, porteña. Él, mendocino, hijo de andaluces. Estuvieron casi seis años de novios, hasta que a mediados de 1960 se casaron. Se fueron a vivir una temporada con los padres de ella, hasta que se pudieron alquilar un departamento en el barrio de San Telmo. Durante la última Dictadura, se fueron del país. Vivieron en distintas ciudades de Europa, mayormente en Milán y Roma. “No se nos ocurrió que podíamos terminar juntos”, deslizó él en una entrevista en el diario El País, de España, cuando viajó a recibir el Premio Príncipe de Asturias -que, dicho sea de paso, Quino le dedicó a Alicia-.

La verdadera madre de Mafalda

El dibujante Miguel Rep, muy cercano a la pareja, dijo: “No hay Quino sin Alicia”. Es que fue Alicia la que lo sostenía en momentos en que él caía en depresiones, la que hizo circular los libros entre sus colegas y artistas de toda laya. La que respondía las cartas que Quino posponía indefinidamente, la que le leía en voz alta cartas, como ésta del Negro Fontanarrosa: “Ayer estuve viendo tu último libro (el que editó Siglo XXI) y me dije: Yo le tengo que escribir a este monstruo. No sé bien qué decirte, pero, si tal vez te sirve de respetuoso índice, te digo que cada página de tu libro que pasaba me decía: ¡Qué hijo de puta!, que creo es la máxima expresión admirativa que puede arrancarse de un argentino”.

O esta otra que el Premio Nobel de Literatura, Gabriel García
Márquez, le escribió, en 1992, a propósito de Quinoterapia: “Quino, con cada uno de sus libros, lleva muchos años demostrándonos que los niños son los depositarios de la sabiduría. Lo malo para el mundo es que a medida que crecen van perdiendo el uso de la razón, se les olvida en la escuela lo que sabían al nacer, se casan sin amor, trabajan por dinero, se cepillan los dientes, se cortan las uñas, y al final (convertidos en adultos miserables) no se ahogan en un vaso de agua, sino en un plato de sopa. Comprobar esto en cada libro -en cada dibujo- de Quino es lo que más se parece a la felicidad: la Quinoterapia”.

Una cultora del perfil bajo

Quino solía decirle “Monito”, ella siempre mantuvo en secreto el apodo doméstico que le había puesto a él. Amaban ir al cine; a veces, hasta dos veces por día. Eran abonados del Teatro Colón, así como lo fueron de la Ópera de París y del Scala de Milán.

Mientras Quino siguió dibujando, Alicia -quien decidió renunciar a su trabajo- preparaba todo el material y religiosamente lo mandaba por correo a cada diario del mundo donde publicaba.

Ella era una gran cocinera. Su risotto alla funghi tenía fama entre los amigos; y en el verano nunca faltaba en la mesa una sopa fría de pepino, menta y hierbas.

En el libro ¿Quién anda ahí?, publicado a finales de 2012, se ve un dibujo de una mujer muy elegante (del estilo de Alicia), sentada en una silla plegable frente a una tumba. No se la ve triste.

Debajo de una foto está escrito el nombre del difunto (Joachim Washed -un juego de palabras con el nombre Joaquín Lavado), la fecha de nacimiento (1932 -coincidente con la de Quino-) y la fecha de su muerte está tapada por las dos copas de champagne que tiene la mujer que mira el reloj, esperando la hora del festejo.

Lo que Quino no previó es que ella se iría dos años antes que él, tal vez con el fin de organizar las cosas en el cielo para cuando él llegara.

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