Cultura

Arturo Jauretche y la Hidrovía

El gran referente del pensamiento nacional supo que en el tratamiento que se dé al comercio realizado a través de nuestros ríos se juega un modelo de país.

El tema de la llamada Hidrovía que está hoy en discusión parecería un tema que no roza los intereses populares y que, en tiempos de pandemia, tendría un carácter secundario y sin mayores consecuencias. Pero lo que está en juego es, ni más ni menos, que la soberanía nacional. Pues en la cuestión está involucrado el comercio exterior de nuestro país (el grueso de las exportaciones se realiza por esa vía) y el contrabando, que significa una sangría de divisas. De esa manera, se podría decir, citando a Mempo Giardinelli: “Nos roban la riqueza, porque nos han robado la soberanía”.

La cuestión no es nueva y por eso es necesario seguir sus raíces históricas para descifrar su sentido. Arturo Jauretche, en una conferencia que dio en 1948 sobre la soberanía fluvial y la política exterior, señalaba: “Lo ocurrido en los último años en materia de crecimiento de las flotas fluviales en la Hidrovía Paraná-Paraguay nos demuestra que el Paraguay creció en forma exponencial, hasta ubicarse como la más grande de Latinoamérica y la tercera del mundo”. El autor del Manual de Zonceras Argentinas no veía allí ningún milagro, sino la voluntad política de establecer un verdadero plan de desarrollo fluvial-portuario; y lo explicaba desde dos perspectivas: “Una general, la de la geopolítica, y otra particular, de contenido empresarial, la que surge a partir de que el inversor fluvial, cuando tiene demanda de bodega y condiciones regulatorias favorables, enseguida invierte y se radica en el país que le asegura tales circunstancias”.

Este tema fue un desvelo permanente de Arturo Jauretche. En su texto Progresismo nacional o de factoría, publicado en una recopilación titulada Tribuna de la revolución, señala con gran claridad que nuestro país “es una economía de factoría; no tenemos marina mercante. Agreguemos que se hizo lo posible para que no la tuviéramos. La libre navegación de los ríos fue inscripta en nuestra carta constitucional. A los ingleses jamás se les ocurrió establecer la libertad de navegación del Támesis, ni a los alemanes del Elba, ni a los franceses del Sena. Las flotas de cabotaje y fluviales son la base de la formación de la marina mercante”. No fue una maldición bíblica sino una decisión política: “Se deseaba que no tuviéramos flota mercante”.

Preocupado por las panaceas que el liberalismo prometía a nuestro país, en el libro Política y economía, Jauretche insistió en que, si bien los nuevos mercados no se conquistan en un día, hay que acreditar la producción, organizar el sistema comercial y de transporte, y adecuar los productos a las exigencias de los mismos. Pero sostuvo que esto es imposible si no existe una política nacional firme. En ese marco, discutir si la principal vía de entrada y salida del comercio exterior del país debiera o no continuar en manos privadas sería un primer paso.

El pensamiento jauretcheano recobró notable vigencia (mientras el futuro de la Hidrovía Paraguay-Paraná se cocina a fuego lento), en su conclusión de que el comercio exterior impuso desde afuera nuestra producción, y que es imperioso cambiarlo para organizar al país de una manera más justa. Las recientes movilizaciones populares que pusieron en agenda este tema crucial responden a la voluntad de construir un país soberano. Como dijo Jauretche, mientras tanto, “el cipayo se encarga de que nuestra hora no llegue, y que nuestra independencia sea solo una palabreja, que aún como palabreja, los cipayos la han reducido a su mínima expresión”.

Con ese humor descarnado y socarrón, intransferiblemente suyo, Don Arturo dijo algo que debiera resonar hoy más que nunca en la conciencia de los argentinos (ya que todo dependerá del grado de interés que mostremos en estos meses de prórroga): “Lo más grave es que encima se nos enseñó que eso (en relación a la ausencia de soberanía) era un triunfo”.

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