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Secretos de un genio de la música

Francis Poulenc es considerado uno de los grandes compositores del siglo XX. Una personalidad que osciló entre la depresión y la fe.

El 7 de enero de 1899 nació en París uno de los más grandes compositores del siglo XX, Francis Poulenc. Por herencia paterna, su destino parecía ser el de un farmacéutico, pero su madre, pianista aficionada, le instaló el alma para siempre la vocación de músico. A los 18 años estrenó Rapsodia negra, una obra en la que se funden rasgos de Stravinsky y de Milhaud. Integró Les Six, un grupo de músicos vinculados con el escritor Jean Cocteau, sobre cuyos textos compuso La voix humaine, una ópera unipersonal en un solo acto, y con quien también compondría Escarapelas. Es el autor de Diálogos de carmelitas, considerada una de las grandes óperas contemporáneas, sobre libreto del escritor George Bernanos. Toda su obra destila un sentimiento trágico cargado de un gran lirismo.

Su primer maestro fue Erik Satie. Pero la relación entre ambos se quebró cuando Poulenc tenía 25 años. El discípulo empezaba a desplegar alas propias y escribe a su amigo Paul Collaer: “Todo lo que podía obtener de los consejos espirituales de Satie lo obtuve ya. Ahora está enojado conmigo. Mejor. Uno no puede pasarse la vida diciendo sí, sí, por supuesto, indudablemente y otros clichés que terminan por ajar la admirable figura de ese maestro”.En los años veinte, el jazz lo marcó fuertemente y comenzó a componer canciones basadas en textos de grandes poetas contemporáneas. Tenía una gran capacidad para acompasar la música a las exigencia de los textos.

Solía pasar con facilidad de la depresión al entusiasmo. Entró en una etapa de profunda depresión en 1923, luego de la muerte del novelista Raymond Radiguet —amante de Jean Cocteau—, sus amigos llegaron a pensar que iba a quedar para siempre sumergido en esas aguas oscuras, pero una mano lo sacó a la superficie, una amiga de la infancia, Raymonde Linossier. Le propuso matrimonio, pero ella murió a los pocos años.

El 17 de agosto de 1936, en una carretera húngara, su amigo, el también compositor Pierre-Octave Ferroud, muere en un accidente de tránsito. Francis Poulenc queda devastado: “La muerte de Ferroud me ha trastornado desde todos los puntos de vista”. En esa carta dirigida a su amigo Georges Auric, agrega: “Me gustaría pensar como tú, tener tu fe, porque así estaríamos exactamente en el mismo plano. Pero ¿qué hacer cuando no se cree?”. A la semana siguiente visita Rocamadour, localidad del sudoeste francés que era sitio de peregrinación durante la Edad Media baja, Poulenc subió los 200 escalones excavados en la roca que conducen a la cripta de un santo y conoció allí una experiencia religiosa que lo marcó profundamente. Compuso entonces Letanías a la Virgen negra para voz femenina y órgano: “En esta obra intenté sacar a relucir ese lado mío de devoción campesina que me había impactado con tanta fuerza en este lugar elevado”. En una carta a Nadia Boulanger —quien sería maestra de dos argentinos: Astor Piazzolla y Miguel Angel Estrella— le confesaría la inédita paz de la que la invistió su reciente religiosidad: “¡Si supieras qué dulce es sentirse sostenido por una inspiración religiosa cuando uno tiene todavía todos sus sentidos! Esto me ayuda no solo a trabajar, sino a atravesar esta época horrible”.

Cuando los nazis invadieron París, se enroló en la resistencia. Inspirado en esos años de lucha, compuso en 1945 su cantata Figure humaine, basada en los textos del poeta Paul Eluard, que fue impresa clandestinamente y que expresa un poderoso espíritu de libertad.

En una carta de octubre de 1942, Poulenc revela su concepción de la originalidad artística: “Sé muy bien que no soy de esos músicos que habrán innovado la armonía, como Igor (Stravinsky), Ravel o Debussy, pero pienso que hay lugar para la música nueva que se conforma con los acordes que usaron otros. O no fue el caso de Mozart, Schubert. Por lo demás, el tiempo subrayará la personalidad de mi estilo”. Murió de un ataque al corazón el 30 de enero de 1963. “En la vida conocí el placer, nunca la felicidad”, dijo. Sin embargo, escuchar su música nos trae siempre ramalazos de felicidad.

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