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Un guitarrista con ciudadanía mundial

Ernesto Bitetti es un músico rosarino considerado uno de los más refinados cultores de la guitarra. Tocó con algunas de las principales orquestas del mundo.

Su primer juguete fue una guitarra. Cuando tenía 5 años, vio una película donde se narraba la vida de José Betinotti –El último payador–, interpretada por Hugo del Carril. Ahí sintió una atracción irresistible por la guitarra, un impacto demoledor. Pasó de una guitarra de juguete a una del tamaño que necesitaban sus dedos y sus crecientes deseos de expresión.

Una vez terminada la escuela secundaria, intentó estudiar Ingeniería, pero solo duró un año. Ya la aleación entre hombre y guitarra era indestructible. A partir de 1961 comenzó a estudiar en el Instituto Superior de Música de Santa Fe. Después de 4 años y 44 materias, egresó y se lanzó a Europa en agosto de 1965. Hispa-Vox, el sello grabador que por entonces era el más importante de España, le ofreció un contrato. El círculo se fue ensanchando: lo convocaban de programas de televisión y estaba en la programación de los principales teatros. Con los discos llegaron giras por Estados Unidos, Centroamérica, Japón y varias capitales europeas. A los pocos años, eran pocos los países que le quedaban por visitar. Obtuvo la Guitarra de oro en el Festival de Música Internacional de Italia, en Japón fue honrado con el premio a la actuación artística más importante televisada en 1970, la televisora estatal de Madrid le dedicó siete recitales de gala y su versión del Concierto de Aranjuez fue elegida para la banda de sonido de la película de Carlos Saura El jardín de las delicias, y actuó acompañado por las principales orquestas sinfónicas del mundo.

Se casó en 1968 y eligió a Madrid como cuartel general. Optó por la capital española “porque es el lugar donde el ritmo de vida se parece más al que estábamos acostumbrados desde siempre. También es importante que España nos haya recibido muy bien desde el vamos, aunque existe una razón práctica que nos obliga a permanecer en Europa: la actividad más importante se desarrolla en Londres, Viena, París y Roma. Es razonable pensar que, residiendo en la Argentina, el contacto con estos centros artísticos se tornaría impracticable”. Sus primeras grabaciones fueron hechas por la noche en la iglesia románica de El Escorial que, según él, tiene la resonancia exacta que necesita la guitarra. Grabó una quincena de discos y algunos trabajos con Plácido Domingo y Ruggiero Ricci.

Fue uno de los protagonistas de una época que devolvió el auge a la guitarra, retomando su tradición popular y quitándole el frac a la hora de interpretar a los clásicos. Eso le permitió construir puentes con la juventud, dando muchos conciertos en universidades. Anduvo por un buen número de las 1.100 universidades estadounidenses que organizan espectáculos y en la Min-Non, una sociedad japonesa que nuclea un millón de asociados para brindarles programas completos de conferencias, conciertos y representaciones teatrales. Se llevó grandes sorpresas en la ya desaparecida Unión Soviética: “Por ejemplo, en capital de provincia corno Minsk, se ofrecían 365 espectáculos distintos durante el año, con precios muy accesibles y un público muy numeroso”.

Siempre resaltó la importancia que la música debe tener en las escuelas, la necesidad de que se vivan esas clases no como un largo recreo, sino como una manera de estilizar la sensibilidad estética, realizándose una verdadera iniciación musical con criterio educativo.

Dice que para llegar al dominio que tiene de la guitarra tuvo que estudiar piano, historia de las artes y dirección orquestal, entre otras cosas: “Primero hay que ser músico y después elegir un instrumento, esto es lo esencial”. Si bien el repertorio en el que se siente más cómodo es el de los últimos cuatro siglos de música española, Bach y Villalobos, también le da mucha felicidad interpretar la música popular de nuestro país, incluyendo la pieza que Astor Piazzolla le dedicó o el concierto para guitarra y orquesta que Waldo de los Ríos compuso expresamente para él.

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