La ciencia escoge la mejor canción para dormir
La música, como señalan los científicos, genera placer, mejora el humor y disminuye la frecuencia cardíaca.
CienciaFueron dos de los mayores escritores uruguayos. En un café del centro de Montevideo, iniciaron un vínculo desolado, cruel y único que mantuvieron hasta el final de sus vidas.
05/04/2021 - 00:00hs
Idea nace un 18 de agosto de 1920. Su padre, Leandro
Vilariño, un poeta anarquista, fue quien eligió los nombres de sus hijos: Azul, Alma, Idea, Poema y el menor, Numen.
Ella escribió desde siempre (“Desde antes de saber escribir”, según decía) poemas armados con palabras que muchas veces no entendía pero cuyo sonido le resultaba fascinante. Solía indicar: “Un poema es un franco hecho sonoro (sonidos,timbres, estructuras, ritmos), o no es”.
Vilariño perteneció a la Generación del 45 en Uruguay, un grupo de escritores, poetas y editores que realizaron una revisión crítica del pasado literario nacional; fundaron revistas y editoriales, y tradujeron a los grandes escritores europeos.
La poesía de Idea Vilariño en su Uruguay natal mereció rápidamente el reconocimiento de la crítica y de los lectores. Ella consideraba que el amor (según sus parámetros) resultó la experiencia más terrible y aniquiladora. “Gaspara Stampa, la gran poeta italiana del Renacimiento, quería vivir ardiendo sin sentir el mal. A Idea Vilariño solo le fue concebido lo primero”, dijo Juan Gelman.
“La década del 50 es fundamental para mí”, dijo en una entrevista. “Empieza la enseñanza, la militancia política y me enamoro de Onetti”.
En Construcción de la noche, la biografía de Juan Carlos Onetti escrita por María Esther Gilio y Carlos María Domínguez, el primer encuentro entre ambos es recordado así por Idea Vilariño: “Él pensaba que yo era una mujer gorda, vestida con colores fuertes y a la pesca de un hombre con quien pasar la noche. Él estaba esperando conocer a una persona bastante horrible, bastante barata. Entonces dice que se sintió sorprendido de ver a un ser delicado con una sonrisa giocondina. Y a mí me pasó lo mismo. Yo iba a ver a un tipo medio despreciable y me encontré con un tipo seductor y muy inteligente. Esa misma noche, me enamoré de él”.
A partir de aquel encuentro, empezó una correspondencia abrumadora que fue artífice de una relación literaria, hecha para la biografía. Fue un vínculo extraordinariamente difícil. Decía Vilariño: “Es el último hombre de quien debí enamorarme (...) Discutíamos, nos dejábamos de ver, pasaban meses, yo comenzaba una relación y cuando estaba en lo mejor llamaba a Onetti y se iba todo al demonio”.
Abundaban los desencuentros. Él llegaba a la casa de Idea sin aviso, a cualquier hora, cerraban las puertas y las ventanas. Se detenían los relojes. Ya no sabían si era de día o de noche. Juraban quererse, pero regresaban a la vida transformados en enemigos, o en desconocidos: “Si yo hablaba de algo sumamente delicado, él me salía con una barbaridad. Decía cosas que me hacían echarlo, imposibles de soportar”. Se peleaban y volvían a juntarse. Ella lo echaba, pero al poco tiempo regresaba. “Una noche me llamó desesperado para que fuera a verlo. Yo estaba con alguien que me amaba y lo dejé por ir a pasar una noche con él. Y recuerdo que lo único que hicimos fue ponernos de espalda, leyendo un libro él, y yo otro. A la mañana siguiente le agarré la cara y le dije: Sos un burro Onetti, sos un perro, sos un camello. Y me fui”.
En 1954 Onetti le dedicó su novela Los adioses. Tres años más tarde, ella publicó Poemas de amor y se lo dedicó a él; aunque algunos años después ella quitaría esa dedicatoria, y él, ya viejo, sentiría rabia. Él le reprochó siempre que no lo amaba de verdad, que solo lo usó para escribir “esos poemas tremendos”; ella le reprochó que nunca apareciera “ni una mujer entera” entre los personajes de sus novelas. Él se casó cuatro veces, ella una. Alguna vez él le propuso a ella que se casaran, pero la poeta no aceptó.
Vilariño sentía que en todo amor está escrito su propio final. Y si los protagonistas lo olvidan, allí estará la muerte para recordárselo. Así se lo dijo a Mario Benedetti en una entrevista publicada en el semanario Marcha, en 1971: “Creo que la actitud más lúcida, más sana, es tener presente que la vida y el amor se acaban. Ver a los otros y a uno mismo caminando a la muerte, vivir el amor a término, tal vez hagan el amor y la vida más terribles, pero también digo que los hacen más intensos y más hondos”.
Ella murió el 28 de abril de 2009, quince años después que él. Dejó escrito en una nota: “Nada de cruces. No morí en la paz de ningún señor. Cremar”. A su entierro solo fueron catorce personas. Y quizás un fantasma. Para reencontrarla, en el amor y en la guerra.