Witold Malcuzynski, un genio en La Plata

Fue uno de los más grandes pianistas polacos del siglo XX. Cada vez que desembarcaba en nuestro país, pedía al menos una actuación en el Teatro Argentino.

La primera vez que vino a la Argentina, en la década del 40, Witold Malcuzynski dio un concierto en el antiguo Teatro San Martín, en el marco de su primera gira internacional.

El enamoramiento con el público fue inmediato y recíproco. Venía de una Polonia recientemente invadida por los nazis. Desde entonces y hasta su muerte –el 17 de julio de 1977, en Mallorca–, no dejó de visitar periódicamente nuestro país, pidiendo que se incluyera, en su agenda, alguna actuación en La Plata, ciudad por la que sentía una profunda simpatía.

Cada vez que venía a presentarse en nuestra ciudad, “Witeck”, como lo llamaban sus íntimos, luego de una infaltable siesta salía a caminar despreocupadamente y sin plan previo. Casi siempre su lugar de llegada era el bosque, pasaba largos ratos llenándose los pulmones de aire puro, acariciando los árboles, sentándose a su sombra a imaginar escalas musicales, la manera de renovar la interpretación de una pieza o improvisar íntimos conciertos de silencios.

En una carta que escribió a su esposa, la afamada pianista Colette Gaveau, que vivía en Suiza, le dijo: “Ya vendrás conmigo a perderte en este paseo de La Plata, en la que todos los matices del verde son posibles, y la naturaleza está tan presente que uno parece transportarse en el tiempo”.

Decía que los más grandes compositores musicales eran los del siglo XIX, por eso interpretaba a Beethoven, Chopin, Schumann y Schubert: “No sé cómo explicar el fenómeno, seguramente se deba a que en ese tiempo hubo como un apogeo del piano como instrumento. Actualmente, en cambio, parecería existir menos interés en los recitales pianísticos. Es algo que no logro entender”. Para él, el piano era el instrumento más completo, porque ­ninguno permite alargar tanto las notas, gracias a los pedales, ni tiene semejante variedad de sonidos.

Le gustaba adivinar al público, más que verlo. Tocaba con la sala completamente oscura, con un solo reflector que lo iluminaba intensamente: “Muchos piensan que es para hacer resaltar mi melenita o para parecer omnipotente. No es así, ocurre que me intimido muchísimo sabiendo que tengo una multitud enfrente. No podría mirar a la platea y encontrarme con un amigo o una persona conocida. Me resulta más fácil tocar en el Colón o en el Carnegie Hall que en una fiesta familiar con diez personas mirándome. No sé a qué se debe eso”.

Cuando le preguntaron cómo calificaría al público platense, dijo: “Sin duda alguna, es uno de los más sensibles que conozco. Es difícil explicar, uno lo siente así, una cosa misteriosa, una especie de electricidad en el ambiente. Percibir todo esto influye muchísimo en el intérprete”. Por esa razón, aunque originariamente los empresarios no lo hubieran previsto, hacía agregar al listado de sus conciertos una actuación en La Plata.

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