Cristina pone en jaque la reconstrucción

Tras el temporal que afectó a 200 mil platenses y arruinó más de 30 mil viviendas, se puso en marcha un inmenso y emotivo operativo solidario, a lo largo y ancho del país. Así fue como llegó a nuestra ciudad, gracias al aporte de voluntarios y entidades sin fines de lucro, una innumerable cantidad  de donaciones para paliar el dolor.

Ahora bien, es imposible, sólo con la solidaridad y con el voluntarismo, reconstruir una ciudad tan dañada como La Plata. Nuestra ciudad no es Haití, ni forma parte de África. Por el contrario, gran parte de las familias afectadas por la inundación no quieren vivir de dádivas del Estado.  Son gente de trabajo, comerciantes, profesionales y jubilados que durante toda su vida buscaron progresar a partir del sudor de su frente. Es más, su dolor más profundo es que perdieron todo lo que consiguieron con su esfuerzo, sin que nadie les regalara nada. Por eso, sólo con el hecho de tener que ponerse ropa ajena, usada, hasta les genera cierto malestar porque están formados en otro estilo de vida.

Es en este punto donde aparece el total fracaso y la responsabilidad ineludible que le corresponde al gobierno nacional. Si la Argentina no hubiese dejado de ser una de las principales potencias económicas del continente, con una clase media pujante que la asemejaba a las naciones más prósperas del primer mundo, los afectados por el temporal podrían recuperarse muy rápidamente.

El proceso de reconstrucción de la ciudad será muy dificultoso porque el sistema productivo se encuentra devastado y no por la inundación.  El gobierno de Cristina y de su marido ha profundizado, en esta última década, el perfil económico impuesto por Martínez de Hoz y el menemismo, que llevaron a la Argentina a ser un país de servicios, donde los que más ganan son los que se dedican a la usura y a la especulación. En esas condiciones, es imposible lograr el desarrollo social.

El inmenso espíritu solidario que existe en la Argentina, hizo que llegara ayuda de todos lados, incluidos provincias como Corrientes, Salta, Formosa, Jujuy y Misiones.

Pero un árbol no puede tapar el bosque. Estamos hablando de ayuda que proviene de territorios socialmente devastados, donde miles y miles de compatriotas viven en condiciones infrahumanas, donde campean flagelos como la trata de persona. Allí aún persisten prácticas muy similares a lo que era la esclavitud: hasta se compran y venden niños.

Las consecuencias del temporal no hubiesen sido tan graves si, en la ciudad donde nació, se crió y estudio la presidenta, no se hubiese conurbanizado producto de las políticas económicas de los Kirchner.  En la periferia del Gran La Plata, donde hasta hace algunas décadas funcionaban fábricas que le daban genuino trabajo a miles y miles de obreros, ahora se levantan 130 asentamientos, donde la gente vive en condiciones tan infrahumanas como las que pueden verse en las provincias antes mencionadas o en las villas miserias del Gran Buenos Aires.

Brasil, en los últimos años, ha tenido varias tragedias muy similares a las que se registraron en La Plata. Pero siempre ha logrado reponerse gracias a su fortaleza económica y productiva, que permite reintegrar de forma muy rápida en el sistema a aquellos que se quedan sin nada.

Obviamente, en el vecino país, aún persisten desigualdades sociales muy importantes. Pero la sustancial diferencia con la Argentina es que, mientras que en nuestra nación la industria es una mera ensambladora de partes que se fabrican en otro lado y es cada vez más la gente que depende de las dádivas del Estado, en el país de Lula Da Silva y de Dilma Roussef año a año miles y miles de pobres, gracias a trabajo genuino, pasan a ser clase media. Y logran mejorar notablemente su calidad de vida.

Resulta ridículo el discurso de Cristina, que se dice de izquierda. Les resultaría muy ilustrativo a los militantes rentados del gobierno, a esos zurdos a la violeta, que lean el “18 Brumario de Luis Bonaparte”, donde Karl Marx alertó sobre los “lumpenproletariados”. Se trata de una categoría social que creó para identificar a los desclasados, a los marginales, que eran manipulados y usados de las formas más infames por las clases dominantes. Precisamente, esto es lo que viene haciendo el gobierno kirchnerista desde hace una década con los sectores más postergados, convirtiéndose de esa forma en una genuina expresión de la derecha más recalcitrante. 

Ante situaciones tan extremas, es necesario que haya una profunda renovación de la clase dirigente. El que se vayan todos, en 2001, no sirvió de mucho porque al final terminaron quedándose los mismos, solo que con una máscara diferente.

Ante la crisis que estamos viviendo, es necesario que intelectuales, profesionales, trabajadores y ciudadanos de bien, adquiramos el compromiso de querer modificar el status quo para evitar que la catástrofe vuelva a repetirse. Es necesario que todos los corruptos, que son los responsables políticos de las más de 50 víctimas fatales, dejen de tener injerencia en el manejo de la cosa pública.  Qué así sea.