El aliento, en distintos puntos del planeta

Desde la playa, el bar y hasta en un cine, o con la magia de la mítica radio, el show de los platenses se vivió de mil formas, con ritos y nervios, y en rincones recónditos

Lo que queda del fútbol no es el resultado final. Más allá de que el paso de los años registre los apellidos de los que entraron y el marcador, hay condimentos que están fuera del alcance de la transmisión de la TV o de los propios hinchas que entraron ayer a 60 y 118. ¿Cómo se vivió en otras partes? 

El mar se comía la costanera de Las Toninas. Franco Ferrari se metió a un bar, en donde rápidamente se le acercó un joven del conurbano que, al verlo con la rojiblanca, quedó automáticamente invitado a charlar y ver juntos el partido. A sus espaldas, dos Triperos. “Todo bien con ellos, pero no hubo diálogo”, explicó el joven Franco.

En San Clemente, Fabián Estuard, otro Pincharrata que habita el barrio San Lorenzo, agitaba la bandera entre el viento y la arena. La misma que estrenó en 2006, cuando debutó como DT Diego Simeone. “Estos son los pagos de Abel Tití Herrera”, dijo el fanático.

Delia Miceli, una mujer virtuosa que vive en El Dique con mucho optimismo a sus 84 años, esta vez tuvo que dejar de lado el ritual del estadio del Lobo ante un caso familiar impostergable: nació María, una bisnieta. 

A último momento, Braian Medina logró conseguir los tickets y fue feliz junto a su familia, por más que el resultado del partido era un 0 a 0 inamovible.

Pero el personaje más especial del sábado fue Sergio Chicote, quien desde que no hay ingreso del público visitante decide meterse en un cine, pero lejos de la ciudad ya que no quiere saber nada sobre el partido. “Es por costumbre, diría el doctor Bilardo, no por cábala”, se ríe y muestra su entrada de $190 para ver un filme que solo eligió por su horario: tenía que empezar a las 17. Maze Runner fue la película a la que poca atención le pasó. 

En Brasil, la familia Rosales disfrutó con una foto enviada especialmente a diario Hoy. Súper pinchas, de los que van siempre a la cancha, aprovecharon para seguirlo por radio desde San Pablo. 

A su vez, regresando desde Porto Alegre, otros Albirrojos como los Gil Sosa pegaban la vuelta por la ruta hacia Paso de los Libres, recibiendo la información por WhatsApp a través de un hijo que lo veía en el Country.

La tarde cayó con sus deudas emotivas. El sol naranja se filtraba entre la arboleda del Bosque platense. El planeta había visto pasar otro clásico muy luchado y poco vistoso en el césped, pero increíble en las graderías. Los que más descarga energética vivieron fueron los que estaban en el “Juan Carmelo Zerillo”, que apurando el paso de la salida revisaban en la memoria una mezcla rara de escenas del ayer con las del presente. Al fin y al cabo, el hincha, ese que nunca cambia de colores, en su propio torneo personal, volvía a ser la gran figura.