Hace 33 años, subía con buen fútbol y cábalas

Bailó a Racing en dos finales y gritó el ascenso en el Reducido que vio todo el país por TV. El grupo humano de Nito tuvo calidad y en el final apeló al folclore de la superstición

Cuando descendió en 1979, en el cuadrangular de la muerte, el DT era Ubaldo Rattín. La bronca se hizo larga porque a Gimnasia le costaría cinco años regresar a Primera. Al famoso ídolo de Boca le pesó mucho más, ya que no volvió a dirigir. 

El domingo 30 de diciembre de 1984, el Bosque explotó de gente. En las inmediaciones, muchas familias caminaban entre la ansiedad del partido final del Octogonal y el olor que emanaba de la parrilla del desaparecido Chaparral.

Estaba fresca la Navidad. Tres días después de la fiesta, llegó el 3 a 1 en la ida. Un regalito que solo se empañó con la expulsión del arquero Tripero Carlos Castagnetto. Pocos pensaban que se iba a escapar, más aún si jugaba “Charly” Carrió (el de la pegada fenomenal) o Víctor Andrada (“Copito”, el de los rulos). 

El “Topo”, Luis Luquez, que llegó de Boca unos años antes, habló con diario Hoy  sobre el tema de las cábalas: “En ese Reducido se incrementaron, yo compartía la habitación con Quique Molina, que a la bañera le empezó a poner ruda. Después se tenían que meter todos. ¡Salíamos verdes!”, dijo. En esos baños de inmersión se comentó que hubo otros yuyos que Molina traía de Reconquista, su pueblo natal.

Gabriel Pedrazzi  demuestra buena memoria, ya que tenía apenas 19 años y cada detalle le quedó grabado en su alma. “Cenábamos en el club Matheu en la previa a los partidos y se respetaba cada lugar para comer. Igual que la habitación, donde debía estar siempre el mismo compañero. A la hora del desayuno no te podías sentar en otra mesa”, afirmó. “Charly” Carrió, hoy trabajando en las juveniles de Huracán, dijo que al “Beto Menendez, el ayudante, después de la cena lo traíamos a caballito. Imaginate si vas a poder hacer algo así hoy”.

Osvaldo Ingrao  se remontó al túnel y contó: “Salía y miraba a la tribuna, veía a mi viejo, a mi hermano, y después, me tocaba la espalda tres veces con la mano derecha”.

“No eramos la mayoría del club, pero fuimos entrando en la piel del hincha, porque nos metimos en esas frustraciones de cinco años sin poder subir”, explicó Ángel Ismael Flores, actualmente trabajando en el Municipio de Lanús.

Todos evocan con cariño a Nito Veiga (el único fallecido, contando a jugadores y cuerpo técnico, en diciembre de 2004). “Veníamos de un año bravo, 1983. Gimnasia había salido último y yo me volvía a Arsenal, pero Nito me convenció, junto a un profesor como el 

Cabezón Solé. Si uno llegaba tarde a la práctica, era como fallarse. Pero la charla del último partido, extrañamente, no fue en el hotel. Nito rompía la cábala. Dejó para el vestuario su voz bohemia. ¿Sabés cuánto duró? ¡Dos minutos! El estadio es un teatro, salgan a divertir a la gente, nos dijo”.

Palabras de los participes

Pedrazzi: 

“En la salida del túnel, iba primero Ingrao y a mí me gustaba salir undécimo. A medida que pasábamos de fase, se agregaban más cábalas”.

Flores:

 “Competíamos el sábado y el domingo íbamos todos a Estancia, con la familia. Jugábamos a las bochas y a un juego de mesa, el TEG. Eso fue muy importante”.

Luquez:

“Al Beto Meléndez (ayudante de Nito) lo traíamos a caballito al volver caminando después de la cena. Íbamos desde el club Matheu hasta al Hotel La Plata”.

Carrió:

“Por idea de Quique Molina, en la bañadera del hotel se ponía ruda y otros yuyos. Ese circo formaba parte del folclore del fútbol y siempre está”.

Ruben Solé:

“El profesor solía decirles la misma frase luego de cada partido revancha (definieron siempre en La Plata): ¡Levantemos todo, dejemos las habitaciones libres!”.

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