Hugo Capel: nacido para ser ídolo de una minoría que ama el fútbol liguista

20 de mayo de 1960. La agendita de periodista no tiene fallas: hoy cumple años Eduardo Hugo Capel.

Sepa disculpar estimado lector de diariohoy.net, pero estas líneas (que homenajean a un jugador de la Liga) dan rienda suelta a lo emocional. Un día como hoy pero de 1960 nació mi ídolo. El jugador que hablaba con la pelota. El que hacía goles olímpicos como si nada. El que antes de una final alzó una plegaria junto a sus compañeros. El que  vistiera con honores la Nº 10 de dos de mis pasiones, Villa San Carlos y For Ever, y que también lo tuvieron "a favor" los de Estrella de Berisso, los Fuerte Barragán y de última se animó -a los 39- en Everton.

Vaya uno a saber por qué extraño designio nació el mismo año que Diego Maradona, el ‘60. Nadie puede ser como el Diego y, vaya irreverencia, cómo podría compararse a un ser humano con otro, pero sobre con la naturaleza futbolística del de Villa Fiorito. Sin embargo, osaré en tomar a uno que muchos platenses disfrutaron, el Beto Márcico (casualmente también nació en el ‘60) para una mejor referencia de la picardía y la mirada despierta de este Hugo Capel.

Hoy cumple años “El Hugo”, también conocido en la cancha como "El Mago" o “El Negro”. Un muchacho simple que soñó ser “el 10 de Estudiantes” y tuvo la gran chance de la prueba pero no fue eximido para una Primera donde ya brillaban otros astros. Era una época de frutos dulces que caían a La Plata de todos los potreros bonaerenses. Este era uno de esos chaplines, que sacaba sonrisas de propios y extraños. Que hacía de la pelota un chicle, y con sus ocurrencias más de un rival quedaba abrazado al árbitro. Hoy siento que jugaría tranquilamente en cualquiera de los treinta equipos de Primera División.

Sé que varios futbolistas del anonimato corrieron la misma suerte que Capel. Por mencionar un caso cercano, el berrisense Walter Amaya, el “Pinino” que hoy está radicado en Mendoza porque el fútbol mismo lo chanfleó para allá. Vaya tesoro: Amaya y Capel se divirtieron juntos en Villa San Carlos en 1984, y después volvieron a encontrarse en Estrella, en 1998, siendo campeones de la Liga Amareur Platense con la “Cebra” y abrochando clasificación al Regional (hoy Torneo del Interior).

Cuando aún existía la revista capitalina “Sólo Fútbol”, en la página de la Primera D salió un comentario que lo involucraba con un interés de Boca Juniors. El sábado anterior había hecho tres goles en la cancha de Riestra. Finalmente quedó todo "en una nota" y una impotencia indescriptible cada vez que el habilidoso le preguntaba a los dirigentes qué oferta llegó al club en concreto. Dicen que le pidieron un disparate, igual que cuando River Plate pidió por Amaya.

Cuentan que una vez, de tantos lujos que tiró en la cancha de Porteño, en Ensenada, la figura de For Ever tuvo que escaparse por un agujero que encontró en el alambrado. “Salió por la 43, disparó para La Plata… que si no le rompían los huesos”, recuerdan quienes vieron la corrida del número diez de la camiseta albiazul a rayitas finas.

Cuando For Ever dio la vuelta olímpica en 57 y 1, una tarde calurosa de diciembre en la que mi rebeldía juvenil me llevó a entrar con un par de cohetes e invitar a 4 amigos de la secundaria para alentar en la final, Hugo cumplía el sueño de besar el césped de su amado Pincha, y aparecer por ese túnel del arco que daba a las canchas de tenis. Ese día a Capel le salieron todas, menos el gol, pero el 2 a 1 contra El Cruce permitió el milagro: el primer título de “El Mondongo” en el fútbol Platense, dirigido por el presidente Gustavo Fracassi. Esa tarde, tomado de la mano de Capel iba una mascota de 6 años, el colorado Maximiliano Sparvieri, mi primo.

Cuando en 1985 Capel firmó para For Ever decidió bajar varias categorías, de la "1º D" de la AFA (era figura en Villa San Carlos, dirigido por Roberto Zapata y Aníbal Alvarez) bajó a jugar en la "1º B" de la Liga Amateur. El pedido de sus amigos y un trabajo que le consiguieron los dirigentes lo motivaron y pasó a exponer sus “dibujos” en los campitos sin tribunas. Pero “mirá que curva” –me dijo en una nota-, “en el ‘86 voy para arriba, de la 1º B de la Liga a la 1º C de AFA, a Cambaceres con Miguel Ubaldo Ignomiriello.

Cuando uno va creciendo, comprende ciertas frases: “del amor al odio, solo hay un paso”. Mi tío Carlos Sparvieri recién asumía en For Ever, fines de 1992, pero la experiencia le duró poco: al tercer partido repartió las camisetas y la 16 fue para Capel, que debía esperar en el banco de relevos.

Cuando el Fuerte Barragán armó un equipazo, con ex jugadores del Ascenso y un par con aureola gimnasista (Carlos Girardengo y Guillermo Pantaleo), el maestro Oscar Barroso diagramó un equipazo con Capel de “2”. Te parecés a Franz Beckenbauer, lo adoraban en el templo del vestuario.

Hace más de una década y media que los campos de juego no lo ven cambiarse más como jugador. Hace tanto ya que los sábados no tiene que hacerse el meticuloso vendaje para evitar taponazos descalificadores. Como todo lo bueno, un día se acabó Capel. Probó como DT, tanto en For Ever como en Brandsen. No fue lo mismo.

Cuando la Liga organizó el Torneo Seniors, los clubes se empecinaron en convencerlo, pero agradecía con palabra firme: “ese tiempo al fútbol ya se lo di”. Con su vozarrón paternal hoy guía con una sonrisa al equipo de los amigos de su único hijo, Damián Capel. O a veces termina jugando para el equipo de la iglesia bautista en la cual quedó "religado" desde la fe cristiana y donde hoy planifica un campeonato inter-inglesias.

Cuando en 1997 dio la vuelta olímpica con la Selección de la Liga, Hugo ya tenía 37 años. Encaró aquel torneo de la Federación del Este como el último, se lo prometió a Dios. “El equipo no salía si no orábamos, y di la vuelta de la mano de mi hijo”. Como líbero, con pinta de veterano, sacó fuerzas sobrenaturales a la par de los jóvenes que participaron en aquel campeonato de selecciones. Llevaba la Biblia para leer mientras se viajaba a Rauch, Ayacucho, Tandil, Balcarce, Mar Chiquita, Alvear. Pero había estado tan “religado” a la pasión futbolera que le costó cumplirle al Ser Supremo... en 1999 desconoció la promesa y volvió a jugar un último torneo para Everton.

Cuando escribo esta nota siento que el potrero platense sigue ofreciendo “huguitos”, que pese a los edificios y a las play station, siguen vivos los reyes del amague y la gambeta, como el actual 10 de For Ever, Andrés Roldán, otro hijo de los potreros, con aires riquelmeanos.

Cuando muchos podrán objetar que “si no llegó por algo fue”, uno siente que en verdad el bendito fútbol quedó en deuda con Hugo Capel. Que ésta tenía que haber sido su profesión y no la de un empleado de un ministerio. Hacía chiches, se entretenía, abría la cancha y el alma. No googleen. No aparece ni un solo video de él, pero a la minoría que acariciamos los alambrados oxidados nos deleitaba ver por 90 minutos al capitán cuyo brazalete lleva en sus tres primeras letras el inicio de su apellido.

Los días de semana, antes de que la ciudad despierte, Hugo ya está trabajando con un taxi. Sus pies que tenían guantes en vez de botines ahora aprietan el embrague y el acelerador. La fila interminable de autos en la zona de la Terminal tiene al frente del volante del auto-disco 1342 al ex volante creativo.

Hace pocos días no resistí al verlo y frené con la bici para darle el abrazo de amigo. Al irme contento con el encuentro, percaté que la suma de los cuatro números del taxi 1342 da 10. 

¡Feliz cumpleaños, Hugo!. Ya 55 pirulos. Upa: 5+5 da otra vez 10. No existen las casualidades, no lo dude lector. Capel nació para ser ídolo, y lo fue, por lo menos para unos cuantos que nos aferramos al oxidado alambre de las canchas del Ascenso y de una ya centenaria Liga.