Arbolito, 20 años por los caminos de Latinoamérica
Ezequiel Jusid, cantante de la banda, adelantó el cierre de año que realizarán mañana en la ciudad
Una vez era feliz aquí
río azul, valles, montañas y el frío del sur.
(…) Pero ayer ya no pude pasar
un cartel (no se que cosa) de la propiedad.
Y esos señores que nos miran raros
como sabiendo lo que van a hacer
y mi mamita que no para nunca
dicen que pronto nos van a correr.
Niña mapuche, Arbolito
Pese a su crudeza, las canciones de Arbolito, el grupo que hace 20 años fusiona el rock y el folklore en un grito de libertad de los pueblos originarios, también invitan a la celebración, la alegría y al abrazo. Y si algo tienen para festejar los muchachos de Avellaneda, amigos de toda la vida, son las dos décadas rotando por Latinoamérica con su música, empapándose de los paisajes que luego dibujan con sus sonidos, mezclando la quena y el tambor con el bajo, la guitarra eléctrica y la batería.
“Por más que nuestras canciones son un poco tristes, siempre tienen una propuesta de juntarse y abrasarse, ese es el cambio generacional que hubo con la canción de protesta de los 70. Decimos lo que sentimos y pensamos, pero con alegría”, dijo Ezequiel Jusid. En una charla íntima y reflexiva antes de su show en nuestra ciudad, mañana a las 21 horas en 58 entre 10 y 11, el músico hizo un repaso de su carrera, y analizó las situaciones que hoy más lo conmueven, y que se despertaron con su primer viaje junto a Agustín Ronconi, guitarrista de la banda, por Bolivia, Perú y el Amazonas. Y como dice una de sus canciones, en el viaje mismo de la música y la vida fueron encontrando “nuevos caminos, para seguir caminando”.
¿Qué significa La Plata para ustedes?
Esta es una ciudad muy importante para nosotros, acá está el origen de Arbolito, que fue muy callejero. Todos los sábados veníamos a Plaza Italia y compartíamos con los artesanos. Había un ritual, con la gorra, la calle, y de ahí no paramos nunca. Siempre volvemos.
- Marcaron un estilo con su fusión de rock y folklore. ¿Cómo surgió?
- Somos de una generación (de los años 70) y de un territorio (Avellaneda) muy rockero, crecimos viendo y escuchando bandas de rock. El folklore vino después, y nos enamoramos. Fue un despertar con los viajes que hicimos por América Latina, y ahí se fusionó el rock que llevábamos dentro. La primera vez que hicimos sonar una quena, volaba como si fuera Pink Floyd. Van de la mano, la potencia de los ritmos del folklore y el vuelo del rock más progresivo y experimental, con la variedad de instrumentos que manejamos.
- ¿La música es su forma de militancia?
- Sí, pero tampoco esto fue algo propuesto. Desde que arrancamos, los primeros lugares donde nos invitaban a tocar no era Cemento o el Hard Rock Café, sino en asambleas populares, cárceles, escuelas, movimientos de desocupados. Supongo que si no seríamos músicos, estaríamos vinculados igual a esa movida. En el camino que nos tocó, que elegimos, y en el que queremos estar.
- ¿Cómo ven la situación de los pueblos originarios, hoy?
- Siempre vivieron momentos difíciles, desde la conquista. Fueron castigados, olvidados, arrinconados contra las montañas, empobrecidos, violados en sus derechos, y hoy hay un avance muy fuerte por los recursos naturales de los lugares donde viven. Ya está todo entregado para hacer las represas, la minería, el fracking. Eso ya se firmó, los van a correr.
Sin embargo, tengo mucha confianza en la resistencia cultural que tienen. Han soportado tanto, y hoy nos enseñan que hay que resistir, cuidar los territorios, la armonía del planeta. Nosotros no lo entendemos porque vivimos acá, en el cemento. Pero ellos la van a seguir peleando, aunque los persigan y los encierren.
Ezequiel hizo una pausa mientras la charla decantaba por carriles que lo conmueven. A Santiago Maldonado le gustaba Arbolito, y su hermano Germán, en medio del dolor, llamó a Ezequiel y a sus compañeros/amigos para hacer juntos una canción que le había compuesto mientras lo buscaba desesperado, en sus horas de incertidumbre y desaparición. Se cumplía un mes, “la plaza de Mayo estaba muy cargada, de gente y de emociones”, y ellos estaban detrás del escenario, preparándose para tocar. Se abrazaron “entre la tristeza de lo que pasaba y la alegría de hacer algo para que las cosas cambien”, recordó el artista. “Fue un momento intenso que no nos vamos a olvidar nunca”.
En 20 años hubo muchas experiencias fuertes, “con pueblos originarios, fabricas recuperadas, asambleas vecinales y movimientos sociales”, porque, agregó Jusid, “uno va a tocar, pero en realidad se está llenando de energía y conocimientos, que viviendo en la burbuja de Buenos Aires no los curtís”. Y eso, finalizó, “fue lo mejor que nos dio Arbolito, nos hizo crecer. A mi me hizo más abierto y mejor persona. Aprendí a hablar de lo que quiero hablar, con fundamento, y a callarme cuando hay que callar”.