Axel Krygier llega con su cóctel estético y musical

El multinstrumentista se presentará hoy en la ciudad con un show electrónico, lúdico y bailable. En una charla íntima, el exintegrante de La Portuaria contó su experiencia con Soda Stereo y habló de su devenir solista

De adolescente, Axel Krygier se escapaba de sus clases en el Colegio Nacional de Buenos Aires para encerrarse con un amigo en un salón vacío a leer música clásica o armar un dúo de chelo y flauta. Esa instrucción paralela dio sus frutos, y Krygier es hoy un multinstrumentista virtuoso que toca, además, el piano, el saxo, la percusión y el acordeón. Con un show que combina sonidos electrónicos desde su teclado, donde prima lo lúdico y la improvisación musical, se presentará esta noche, desde las 21, en 55 entre 17 y 18. “Va a ser intenso, bailado y jugado”, dijo a diario Hoy este cantante y compositor de mil facetas.

A su etapa solista de experimentación le antecede un largo camino, que lo vio brillar en la década de los noventa junto a La Portuaria, grupo que integró y con el cual editó cuatro discos. Esos años de rotar por el país y el mundo lo llevaron al escenario más grande que se recuerde en Latinoamérica: acompañó a Soda Stereo en su gira de despedida, en 1997. Allí, parado frente a miles de personas en estado de éxtasis, probó sus nervios, y supo de qué estaba hecho. “En ese momento me pasaron muchas cosas por el cuerpo, era una catarata de sensaciones. Fue una prueba, pero sabía lo que tenía que hacer y lo hice”, comentó Krygier.

En los ochenta, había sido un fanático más de Cerati y compañía, pero juró que jamás copió los peinados del líder de Soda (“nunca fui tan extremo”). El estilo no se negocia, y Krygier ha desarrollado su propia impronta, en la música y en la vida.

—¿Te definís a partir de tu música?

—Sí, totalmente. En ella hay muchos elementos que van desde el hip hop hasta el trap, pasando por cadencias latinas, en un juego algo arriesgado que retoma la estilística original de esos sonidos. Me monto a caballo de esos ritmos y desarrollo mi propia visión armónica y melódica. Hay un aspecto lúdico, de juego, y una despreocupación por arribar a buen puerto con el estilo que trabajo.

—Con banda o como solista, ¿cómo te sentís más cómodo?

—Son cosas distintas, me agradan ambas, pero depende del momento. Hoy, me gusta más presentarme de este modo, es muy liviano viajar solo. Siento que así soy espontáneo.

—De muy chico te formaste junto a Diego Frenkel, Kevin Johansen y otros músicos de tu generación, ¿cómo fue esa etapa?

—Sí, con algunos coincidí en el colegio, y tocábamos en todos los actos. Había algo de poético y musical en lo que hacíamos. Nos sentíamos jóvenes malditos, poetas de fines del siglo pasado. Teníamos una estética: íbamos a ver música clásica al Teatro Colón, pero antes nos comprábamos unos cigarros y unas mentas. Éramos como señores de 13 años.

—¿Había algo de esnobismo en eso?

—La dosis mínima, como para sentirse original. No en ánimo despreciativo, sino con la idea de identificarse con algo artístico y buscar la originalidad. No solo imitábamos, buscábamos algo nuevo, que era una conjunción de cosas. Admirábamos a los surrealistas, a los románticos y a los rockeros de los primeros tiempos. Hacíamos nuestros primeros cócteles estéticos, que después derivaron en esto, que uno va asentando con el paso de los años. 

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