Brundibár, una ópera familiar nacida del horror
La pieza infantil, que se presenta hoy en nuestra ciudad, fue creada y estrenada en un campo de concentración nazi. En diálogo con este medio, su directora habló de las implicancias de la obra y de su vigencia actual
Con más de 60 artistas en escena, principalmente niños y jóvenes, la ópera infantil Brundibár se presentará hoy a partir de las 20 en calle 58 entre 10 y 11. Estrenada en 1942 en un campo de concentración nazi, se trata de una pieza que no solo se convirtió en el símbolo de la vida y la resistencia durante el Holocausto, sino también en una proclama contra la opresión y la discriminación en cualquier lugar donde se presente.
La música fue escrita en 1939 por el checo Hans Krása, poco antes de que fuera recluido en Terezín, donde Adolf Hitler enviaba a los judíos de Praga y Viena. El autor moriría en 1944 en las cámaras de gas de
Auschwitz junto con varios de los protagonistas de la obra, que durante esos años había sido estrenada y replicada en el campo de concentración por niños y jóvenes de entre 10 y 17 años. La pieza llegará a nuestra ciudad bajo la dirección de Estela Casalaga, quien habló con este medio sobre el desafío que representa Brundibár: “Al hacer la ópera, nosotros no solo la interpretamos, sino que la enmarcamos históricamente. Con distintos aportes e ideas, el equipo que la lleva adelante recuerda al público, en diferentes momentos, que se está dentro de un campo de concentración”.
Bajo la dirección de Estela estuvieron los niños y adolescentes del Coro de niños del Max Nordau y del Coro del Conservatorio de Música Gilardo Gilardi. Sobre la experiencia, Casalaga comentó: “No fue nada difícil trabajar con ellos, ya que de inmediato mostraron entusiasmo. Tanto los coristas como los solistas que participan tienen muy claro que no solo están representando la obra
Brundibár, sino que interpretan también a los niños que estaban prisioneros en Terezín y que actuaban en la misma”. Pese a estar destinada a la familia, hay una carga emocional que implica recordar los sentidos de esta pieza. “Los niños que estaban prisioneros en el campo de Terezín, mal alimentados y mal vestidos, en un estado de total indefensión, sabiendo que continuamente se llevaban gente de allí para ser asesinada en las cámaras de gas, tenían la oportunidad de realizar esta ópera. En el momento de cantar y actuar podían conectarse con la vida, sentirse personas y tomar fuerzas para resistir a sus opresores”, señaló Casalaga.
Con un significado histórico que ha barrido las fronteras y el tiempo, la obra nos interpela para recordarnos que la discriminación y la xenofobia contra cualquier religión, etnia o género no son cosas del pasado, sino que siguen vigentes en la sociedad actual, inmersa en una vorágine de violencia e individualismo, donde la culpa siempre es del otro.
