cultura

La música de Horacio Verbitsky

El reconocido periodista político acaba de publicar un libro donde pasa revista a su omnívora pasión por la música.

La música del Perro se llama el libro, y a más de uno desconcertará esta faceta de Horacio Verbitsky, pero a quienes siguen sus columnas en “El cohete a la luna” no los sorprenderá.

“Bach es el primer recuerdo que yo tengo de la felicidad. Cuando tenía tres años, pasaba los fines de semana con mis tíos ―él era hermano de mi madre y ella hermana de mi padre―. Ellos no tenían hijos, practicaban conmigo. A la noche, cuando era la hora de dormir, se apagaban las luces y comenzaban a sonar los conciertos de Bach. Puedo escuchar a ciegas cualquiera de las seis suites de Bach y reconocer a su intérprete”.

La interpretación que más lo conmueve es la de Pablo Casals, grabada hace más de ochenta años. “A mi gusto, nadie lo superó. Además de ser un instrumentista descomunal, Casals era una persona de unas convicciones sólidas como una roca. En 1936 ensayaba la Novena Sinfonía de Beethoven en el bellísimo Palau de la Música de Barcelona cuando un funcionario irrumpió para anunciar el alzamiento militar. Pese a la amenaza de bombardeos insistió en terminar el ensayo, para no darles el gusto. Una vez vencida la República, se fue a Francia y mantuvo una intransigencia absoluta con la dictadura, igual que Picasso. Ambos se negaron a pisar el suelo español mientras viviera Franco”.

―¿Alguien que trabaja tan minuciosamente la forma y el fondo de cada uno de sus artículos, puede escuchar música mientras escribe?
―No hay una regla única. Me da mucho placer buscar el material, averiguar las circunstancias de la grabación, toda la historia alrededor, aparte de la música en sí.

―¿Te gustan los boleros?
―Mucho. He publicado varias historias de boleros.

―Recordá alguna.
―Cuando se casaron Agustín Lara y María Félix, en 1945, ella era la joven más hermosa de México y él un maduro compositor y cantante que le llevaba catorce años. A ella le decían “La Doña”, desde que Rómulo Gallegos se empecinara en que fuera la actriz que personificara a su Doña Bárbara. Lara tocaba el piano en un piringundín donde se transaban cocks & pussies. Todos decían que era muy feo, pero a ella le parecía atractivo. El matrimonio no llegó a durar tres años. Él desarrolló unos celos patológicos que hicieron infernal la convivencia, pese a que ella juró siempre que le fue fiel. Ni la separación ni los tres matrimonios posteriores de Agustín Lara impidieron que continuaran como buenos amigos.

―Pese a tus gustos muy eclécticos, pareciera que tu mayor afinidad es con el tango. ¿Cuál es tu orquesta de tango preferida?
―Hay que dejar a Pantaleón fuera de concurso, porque con él no puede competir nadie. Mi primer trabajo periodístico fue una entrevista con Piazzolla, para una revista estudiantil, cuando yo tenía quince años. Él acababa de volver de Francia y estaba empezando esa obra profundamente disruptiva. Lamentablemente no conservé ejemplares de la revista.

―¿De qué hablaron?
―Hablamos de su pelea encarnizada con la Vieja Guardia del tango. Eran dos mundos que se repelían. Hay un documental extraordinario, Los años del tiburón, donde se cuenta muy bien la lucha de Pantaleón contra la adversidad. Él nació con un defecto físico en un pie y eso lo condicionó psicológicamente; estaba todo el tiempo haciendo pruebas para superarse. El documental cuenta el porqué de su pasión por la pesca del tiburón: él dice que sacar un tiburón implica un esfuerzo equivalente al de tocar el bandoneón, y cuando él no pudiera sacar un tiburón abandonaría el bandoneón. Por eso se obligaba a enfrentar las batallas con los tiburones.
Luego de aquella entrevista seguimos frecuentándonos asiduamente, hasta comienzos de la década del setenta, con los años duros de la militancia.

Piazzolla empezó a tocar con Troilo cuando todavía tenía pantalones cortos y era el arreglador de la orquesta. Juntos revolucionaron el tango. Fue una gran época, con Fiorentino como cantor. Es el tango clásico, pero con formas de armonía que preanuncian todo lo que iba a venir una década después. Fiorentino murió muy joven, de una muerte ridícula: ahogado en un charco.

―Pasemos a un cantor que fue, al mismo tiempo, uno de los mayores directores de cine: Leonardo Favio
―Fuimos muy amigos. Él me dedicó su última película. Cuando tuvieron que operarlo de la cadera me mandó los betacam con el montaje final de Perón, sinfonía de un sentimiento, con un mensaje: “Si me pasa algo, vos decidís qué hacer con esto”.

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