entrevista exclusiva
Luis Brandoni: “Antes yo era inmortal, ahora ya sé que no”
Uno de los más talentosos intérpretes de la escena nacional volvió con uno de sus grandes sucesos, una obra sobre la amistad, la vejez y las diferencias.
En el décimo aniversario de su estreno, volvió Parque Lezama. Protagonizada por Luis Brandoni y Eduardo Blanco, la obra puede verse en el Teatro Politeama de la Ciudad de Buenos Aires. Hablamos con Brandoni para saber más detalles del espectáculo.
—¿Qué significa para vos la amistad?
—Bueno, para mí es un hecho muy importante en la vida. Es muy importante. Fue muy importante cuando era un niño, cuando era un joven, cuando era un estudiante secundario, cuando era un estudiante del conservatorio, cuando tenía la ilusión de ser actor, después cuando fui actor. Y ahora sigo teniendo amigos, algunos de entonces; desde entonces con la sensación poco agradable de que un día nos vamos a separar. Estoy más cerca que antes, antes yo era inmortal, ahora ya sé que no, pero es un hecho muy importante en mi vida, muy importante.
—Parques, plazas, ¿tenés algún parque al que te guste ir a leer?
—Yo nací en el Dock Sud, que era un barrio obrero, de modo que no teníamos ni plaza, pero como mi papá trabajaba en el centro y tenía auto, yo fui alumno de la primaria en una escuela de Reconquista y Corrientes, Catedral al Norte, José Manuel Estrada, de manera que pasé todos los días de mi infancia por el Parque de Lezama, y lo conozco mucho, lo conocí mucho. Lo conocí cuando el Parque de Lezama, por la calle Brasil, que es la bajada, tenía un espejo de agua con peces de colores y una serie de escalones que eran rosales, así era el parque que yo conocí. Hoy sería imposible, ahora hay un lugar de cemento, nada más, las rosas por supuesto no están. Y no tuve la posibilidad de hacer las maravillosas caídas con esos autitos con rulemanes, que eran la gran aventura del Parque Lezama, pero tengo ese recuerdo para siempre: haberlo visto todos los días.
—¿Y te pasó alguna vez, por ahí, de estar en alguna plaza que puede ser el parque Lezama o cualquier lugar del mundo, y de encontrar en el otro, en una charla espontánea, algo parecido a lo que muestran en la obra?
—No, no porque esas cosas se pueden dar cerca de la casa de un joven o de un chico, no de paso, y no en un paseo por otra ciudad lejos de la mía, entonces no recuerdo haber tenido algo parecido a una relación, no lo recuerdo. Salvo a la fantasía extraordinaria, nunca terminada de cumplir, que era el Día del Estudiante, el 21 de septiembre, pero uno pensaba que iba a encontrar a la mujer de su vida. Pero no, no lo tuve.
—¿Cómo fue para vos volver a ponerse en la piel del personaje?
—Fue muy sencillo. Yo pensé si me acordaría de hacer el acento que tiene él, que es un recuerdo de su juventud, que es lo que pasa con los inmigrantes. Pero nada, lo empezamos a usar y salió, solo llevábamos más de 800 funciones. Creo que no sé si acá cumplimos las mil, pero debíamos tener muchas posiciones. Y en ese sentido, el teatro está muy incorporado a uno, así como la memoria que reverdece. El hecho teatral también se presta rápidamente a encontrarse con el ritual de la función. Y se hace grato. Trabajoso, pero se hace muy grato hacerlo. Es una exigencia. Yo cuando estrené, hacíamos dos los sábados. Y ahora, claro, bueno, son cinco horas arriba del escenario. Pero la participación del público es muy importante en este espectáculo, muy importante, así como el recibimiento en la despedida, el homenaje que nos hacen después de cada función; eso también aún nos reconforta.
—Yo te vi muy conmovido el domingo, y uno se sorprende al ver que siguen conmoviéndose con el aplauso, con la devolución del público…
—Y claro, porque no es tan frecuente. Por eso la pregunta reiterada de qué es lo que prefiero yo, cuál de la rama de la profesión, si el cine, la televisión o el teatro... Es que sin ninguna duda yo prefiero teatro, porque es la única expresión del actor en la que uno sabe efectivamente qué pasa con el público, después uno no sabe qué pasa con el público en los cines o en las casas. Así que eso es muy conmovedor, y el entusiasmo de la gente, que en general muestra la gente, que es como un agradecimiento, entonces eso es para conmoverse, claro que sí.
—¿Y cómo es recibir a nuevos participantes dentro de esta historia que ustedes vienen contando con Juan José, con Eduardo, pero que se fueron sumando, cambiando? ¿Cómo es sumarlos?
—Lo que pasa es que hay un episodio previo al exponerse ante el público, que son los ensayos, y esto nos permite empezar a compartir el trabajo, las dificultades, tratar de resolverlas. Eso es una tarea también a veces grata, y sobre todo cuando uno se siente cómodo con los compañeros o las compañeras. Es un gusto, digamos. Más allá de otras cosas, hay momentos de la obra en que es muy placentero hacerla. Si tuviera que darte un ejemplo, podría dar el de la escena con mi hija, que dura 25 minutos. Entonces, podría ser una obra en sí.
—Ahí mencionabas que antes hacían dos funciones, pero, ¿cómo hacés para estar tan activo con tantos proyectos, teatro, cine, series?
—Porque me gusta hacerlo, porque necesito. Muchas veces lo hacía para poder solventar mis gastos, de mis niños y de mi familia. Yo pasé momentos difíciles laboralmente hablando, entonces es natural, es lógico que uno quiera hacerlo, yo hace más de 60 años que trabajo todos los sábados y domingos, por ejemplo, ya no me pesa, claro, me gustaría disfrutar de algún sábado y domingo, claro, pero bueno, así es el trabajo y hay que hacerlo y encararlo con entusiasmo, con honestidad, de la mejor manera. Para nosotros es un problema enfermar. Es un verdadero problema. Yo tengo algunos traumas. Cuando hacíamos Las criadas en el año 70, tenía 39 grados de temperatura, y me llama el boletero y me dice, ¿estás seguro de que no podés? Y digo, no, no puedo mantenerme en pie, y él me decía: “mirá que tenemos que devolver toda la sala, todavía me duele”. Y aprendimos, de alguna manera, a enfermarnos los lunes.
Parque Lezama, del teatro al cine
—Tuve la oportunidad de hablar con Eduardo Blanco en diciembre, cuando estaban por volver con la obra, y me dijo que en el medio estuvo la idea de hacer una película sobre la obra…
—Soy un fervoroso adherente a la idea de hacer una película de esto, me parece que sería penoso que no se hiciera la película, sencillamente. Depende del director. Sería lastimoso que no se hiciera esto, porque con un director como él y una historia como la que conoce él sería bastante sencillo realizarla, y yo lamentaría que no tuviéramos la posibilidad de hacer una película. Porque el cine lo que hace es dejarlo para siempre, y es la única forma, es todo lo contrario del teatro, que desaparece y que muere cada noche.
—¿Pensaste alguna vez qué otra obra te gustaría que se transforme en película?
—Ah, tendría que hacer memoria, pero por ejemplo Made in Lanús, que se transformó en Made in Argentina, fue una cosa importante en nuestras vidas y en una de esas la reponemos, pero dirigiendo, no actuando. Creo que sería muy importante para el público volver a verla, porque es un testimonio incomparable. En el programa tiene que decir que la acción, como decía antes, transcurre en el barrio de Lanús, en 1984. Porque es importante que la gente se ubique, porque no se va a cambiar ni una letra y podría tener un efecto muy conmovedor para el público. Es un poco lo que pasó de algún modo con la película que relata el juicio a las Juntas, que fue un descubrimiento. No sé qué hicieron los padres en estos años, que no les dijeron nada a los hijos. No es un pecado nuevo en nuestro caso. Otra, una obra que yo hice de Oscar Viale, Chúmbale, me hubiese gustado. Creo que hubo un intento fallido de filmación de esa película. Pero después, de otras no tienen la posibilidad de transformarla en una película, no importa si está encerrada o está abierta, pero en el caso de esta obra sería perfecto y además se luciría mucho, sería lindísimo.