Entrevista exclusiva
Mariano Cohn y Gastón Duprat: “Lo de divertirse era una premisa”
Tras presentarse en el Festival Internacional de Cine de Venecia, luego en el de San Sebastián y por último estrenar en España, llegan a la Argentina con su original propuesta.
Desde el próximo jueves se podrá ver en salas de todo el país Competencia oficial, protagonizada por Penélope Cruz, Antonio Banderas y Oscar Martínez, bajo la dirección de Mariano Cohn y Gastón Duprat, que vuelven a trabajar en conjunto tras sus proyectos en solitario 4x4 y Mi obra maestra, respectivamente. La película está ambientada en el mundo del cine: una particular directora pondrá a prueba a los protagonistas de su próxima pelicula, llevándolos a límites extremos, en una inteligente y divertida comedia. Diario Hoy dialogó con los realizadores para conocer detalles de este trabajo que, una vez más, los posiciona en lo más alto del cine argentino y mundial.
—¿Cómo fue imaginar el relato, desde el proceso inicial al final, para que tenga ese ritmo tan arriba?
—Gastón Duprat: La película tiene una estructura bastante concreta: tiene un prólogo, un epílogo, y el 80 o 90% de la historia son los nueve ensayos de esta demente. Al tener esta estructura, simple y concreta a la vez, pudimos trabajar dentro de ella lo que decís, va para arriba, baja, de golpe sube, y eso permitía controlar las tensiones.
—Mariano Cohn: Y también, sin dudas, el personaje de Penélope era el que más riesgo tenía de toda la construcción. Hay algo que me gusta, que estos ensayos, la apuesta que se redobla, una atrás de la otra, tiene que ver con los estados de ánimo, impredecibilidad e inestabilidad que tiene en manos un director cuando está manejando un artefacto carísimo como el de una pelicula, y me gusta que esté en manos de ella esta propuesta.
—Es una propuesta más abierta, a diferencia de las películas que hablan sobre el cine y son más herméticas…
—MC: No es elitista. Hay una inmersión en el universo de las películas, pero eso que sucede ahí, ese duelo de egos, sucede ahí, en un sindicato, en un jardín de infantes, en un hospital o un colegio público; acá con la lupa en el mainstream y el mundo de la actuación, pero habla de algo más grande, no sólo del cine.
—Lola hace cosas extremas con sus actores, ¿llegaron a hacer algo así en alguna oportunidad?
—GD: No, a lo sumo recuerdo haberle dicho a un actor, que repetía que quería hacer distinta una toma, que la haga sabiendo que no nos iba a gustar, y que la cámara esté apagada. Más que eso no. Con Mariano generamos una complicidad con los actores para que funcione la película, sino es muy desgastante. Antonio nos contó de una película que rodó en Hollywood, en donde el director le hablaba a él y a su compañero en contra de cada uno, y eso lo llevaron a las escenas, uno se quebró una costilla peleándose. Salían envenenados, y el director feliz. Pero no se necesita eso, la construcción de un director debe ser más sutil e inteligente.
—MC: Yo fui malvado en un documental que hicimos, extendiendo tiempos más allá de lo tolerable. En Yo Presidente, extendí algunas grabaciones, repitiendo tomas, pidiéndoles que expliquen algo con objetos. Hay algo de esa búsqueda de la repetición del fuera de juego que quede en on, que es lo que hace Lola con sus actores.
—En tiempos de plataformas y mundialización de los contenidos, ¿cómo hacen para que su firma siga presente?
—GD: Eso debe ser porque no tenemos carnet de director, tenemos una formación más sui generis, venimos del videoarte, de Cupido, fundamos un canal de televisión; no venimos de la escuela de cine. Tenemos nuestra manera de narrar con nuestro lenguaje, y eso es un distintivo, no hacer un switcheo como el que se hace en la TV. Nosotros tenemos planificados hasta los cortes, los planos, el tiempo, cómo se habla, configurando un estilo reconocible; y eso me parece un elogio. Algunos putean o nos piden que agreguemos planos, y no queremos que se parezca a otra cosa. Es algo nuestro, meticuloso, con pocos cortes, por ejemplo, en esta película; porque con la austeridad de recursos también se arma un lenguaje, una serie de tópicos que configura un estilo, todos raros.
—MC: Todos deformes. Y también la incapacidad de soltar un proyecto y querer que siempre esté tocado por nuestras manos; es una falencia, porque siento que perdés horas de filmación, de equipo. Uno se involucra mucho.
—¿Qué les pasa cuando ahora, por ejemplo, quieren ponerle nombre a los personajes? Lola es igual a Lucrecia Martel, y así…
—GD: Ese personaje es multifacético y contradictorio, y no creo que Lucrecia sea contradictoria, me encantan sus películas. Quisimos construirla más cercana al arte conceptual que al cine; porque en el rodaje, en el set, estás encorsetado, no tenés libertades extremas. Tiene algo de Marina Abramovic, tiene muchas cosas de las experiencias que nos contaron los actores. Por ejemplo, Penélope nos dijo que un director muy conocido le preguntó si no se comía la ropa del personaje, con los botones, para incorporar el rol, que finalmente no hizo. El director en el esquema del cine es vertical absoluto, en el rodaje es como el presidente, y le puede pintar un Napoleón, se le pegan los caramelos, da mucho para el autoritario y el salvaje, para marcar su territorio. Hay algo de eso.
—MC: Está eso, y en la actualidad, con la demanda de plataformas, la dirección, en un punto, se volvió casi un servicio técnico. Se desdibujó, quedando inmersos al servicio que no pensaron, escribieron o imaginaron. Se abandona la parte autoral.
—¿Ustedes como showrunners buscan que esto no pase?
—GD: En la serie que hicimos con Guillermo Francella, hay una identidad visual propia pero inusual, por lo detallista y por lo lejos del registro visual de comedia. Ahí diseñamos otro sistema visual, autoral, distinto al de Competencia Oficial. No hacemos esto de servicio, que uno ni sabe quién la dirigió. Es anodino, no pasa nada con esas películas, se pierde identidad.
—MC: Y se genera un estilo, de películas que se parecen a otras películas.
—GD: El caso extremo fue lo que pasó con El ciudadano ilustre, que se cayó muchas veces por problemas que teníamos con un productor corrupto acá; y la tercera vez, Mariano agarra el Excel con el presupuesto y sacó todo el equipo técnico; compramos una cámara por internet, esas de casamientos, y se filmó con eso, sin luces y yo con la caña. Obvio que es rústica, pero eso le valió un espacio en la Competencia Oficial de Venecia, donde sólo eligen 15 películas, y la primera crítica decía “ficción filmada como documental”, y tal vez si se hacía de la otra manera no existía y eso del estilo documental forzado no aparecería.
—¿Tenían ganas de jugar los actores?
—Gastón Duprat: Sí, cada uno con su estilo, que son los tres buenísimos, cubriendo colores de la paleta diferente. A Oscar lo conocemos más, es un actor de gran precisión, con una voz perfecta, con una dicción extraordinaria, es muy técnico, muy emotivo también, pero no es un actor repentista, es un actor de estudio, le das una parrafada de texto y le pedís que cambie una coma de la mitad y lo seteas de otra manera. Antonio es más repentista, más cálido, lo hace, no quiere preparar demasiado, empieza con actuación muy alta, muy de comedia, empieza y luego llega. En cambio Penélope, en sintonía con el personaje, necesita saber mucho, necesita estar muy segura, necesita explicaciones para cada uno de los sentidos de las palabras que va a decir, es una actriz genial, que no es ni como Oscar o Antonio, es muy sensible, es genial, pero no hace ocho tomas iguales, es más orgánica y natural. Así que aprovechamos las dotes de cada uno para construir los personajes para ellos.
—Mariano Cohn: Lo de divertirse era una premisa desde cuando nos juntamos y aún no había una película, como premisa de divertirse a la hora de filmarla; porque hacer una película es un embole, para los actores el triple que para un director, porque tienen mucha espera y luego el momento de filmación es muy pequeño, y encima que es pequeño está todo mutilado.
—GD: Principalmente Antonio, que venía de las películas de acción que es un segundo y ya está.
—M.C: Esperan y el otro actor hace el contraplano solo. Entonces hubo complicidad para divertirnos, tener poco romanticismo con el tema que tocamos, el cine, en el que estamos todos; aportar cada uno su pequeña cuota de maldad, y eso, divertirse, fue el motor de la película. Y trabajar con nosotros, porque está claro que, para agrandar sus cuentas bancarias, las hacen; pero esta es otro tipo de película, de grandes actores, consagrados, eligiendo con qué director quieren trabajar y llevarlo adelante y divertirse. Esa era una premisa y también que se divierta e