ENTREVISTA EXCLUSIVA

“Me gustó leer y escuchar comentarios valorando la adaptación como shakespeariana”

En diálogo con este multimedio, Pompeyo Audivert reflexionó sobre la obra que lleva a cabo inspirada en grandes dramaturgos y poetas.

En diálogo con este multimedio, el dramaturgo e intérprete Pompeyo Audivert dio cuenta de la obra Habitación Macbeth, que lo tiene en escena. La cita obligada será este viernes, a las 21, en el Teatro Municipal Coliseo Podestá, ubicado en la calle 10 entre 46 y 47.

—¿Cómo te adentraste en este autor?

—Venía trabajando con autores nacionales, rioplatenses para ser preciso. Muñeca, de ­Discépolo, La farsa de los ausentes, versión libre de El desierto entra en la ciudad, de Roberto Arlt, y Trastorno, versión libre de El pasado, de Florencio Sánchez. Me interesa el cruce de nuestros lenguajes nacionales con nuevas formas de producción que trabajo e investigo en el estudio teatro El Cuervo. Pero llegó la pandemia y cambió todo. Se abrió una dimensión universal, de pronto todo el planeta quedó sumido en una circunstancia dramática e introspectiva. Todos los seres quedamos clausurados, reducidos a nuestros cuerpos en nuestras casas. En mi caso me fui a Mar del Sur a refugiarme junto a mi familia en una casa que tengo allí. De inmediato entré en un estado de angustia que solo se disipó cuando me di cuenta de que la única salida era pasar a la ofensiva, canalizar las fuerzas teatrales que acababan de quedar en suspenso, asumir que el único teatro que quedaba en pie era mi propio cuerpo.

Entonces resurgió un viejo deseo que siempre me acompañó y al que nunca había atendido por considerarlo desmesurado y peligroso: hacer una obra yo solo, encarnar a todos los personajes desde el comienzo hasta el final. Desatar así la fenomenología del teatro y la actuación como asunto paranormal, como zona metafísica. Era el momento y la circunstancia ideal para hacerlo. Entonces naturalmente me visitó Shakespeare, Macbeth, una obra universal para un momento universal. Una tragedia que cruza lo histórico con lo sobrenatural y también alude a nuestra condición teatral de seres, al estilo del teatro griego. A partir de ese momento se disipó la angustia y comenzó el trabajo sobre la adaptación.

—¿Cómo fue el proceso de la adaptación?

—Fue muy gozoso y mágico, en esa casa, rodeado de ese paisaje salvaje e inspirador, con mi hijo menor de cuatro años cerca de mí, en un estado de posesión y lirismo, comencé la adaptación. De inmediato sentí que estaba asistido en el trance por alguien, o algunos, vaya uno a saber, que me ayudaban. Quiero decir que la cosa fluía, me sentía inspirado, punto de encaje de una operación que no era solamente individual, que habían presencias y dictantes a mi lado, y solo tenía que dejarme hacer, organizar y completar lo que venía, perfeccionarlo en un plan de contingencia que rápidamente se constituyó en mandato: la obra original debía estar a salvo, la adaptación sería la brotación poética de los textos a favor de sus sentidos, me la di de Shakespeare por un tiempo, asumí que esas presencias que merodeaban eran él, que tenía su venia. También vinieron a la cita intertextualidades de poetas que admiro, fragmentos de Olga Orozco, Ramponi, Borges, Marosa di Giorgio, que se aparecieron por allí y se abrieron paso en la escritura.

—¿Cuáles son las observaciones que apreciaste de tu trabajo una vez que comenzó a girar por los escenarios?

—Me gustó leer y escuchar comentarios valorando la adaptación como shakespeariana. También sobre la forma de producción, que es uno de los asuntos centrales, el primer impulso anterior a Shakespeare, es decir: la cuestión del teatro como zona metafísica, el cuerpo del actor como habitáculo de encarnaciones, la identidad como campo ficcional. Ese tema tan teatral de la otredad. Otro comentario que me hacen es que la obra produce deseos de hacer, excita a la actividad teatral y a la búsqueda de otros resortes, eso me alegra mucho.

—¿A qué otros autores apelás también en este recorte?

—Además de los y las poetas que mencioné, apareció una dimensión Beckett. El personaje del servidor de escena que va acomodando todo en la penumbra de los apagones. Se trata de Clov, el personaje de Fin de partida; un cuerpo mecanismo, un ser afásico sin memoria ni identidad que solo sabe hacer eso, un sobreviviente de la extinción que cada noche vuelve a disponer de su cuerpo como un médium para el rito.

Como si se tratase de un teatro prehistórico o poshistórico que se lleva adelante en la noche del mundo. Un faro de tinieblas. ­Shakespeare y Beckett tienen muchos puntos de contacto, abejas mutuas.

Una invitación estelar

—¿Por qué recomendarías al público que concurra a la función?

—Recomiendo Habitación Macbeth porque incita al deslinde, a suspender la identidad individual y colectiva por un rato, nos invita a ser otros, a desatar nuestra imaginación subversiva. A arrojar un piedrazo en el espejo y cuestionar el frente histórico como campo ficcional alienado. A volver por un momento a esa zona abismal de la identidad y la pertenencia. A volver a casa.

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