Cultura
4 Lonkos, un documental platense que muestra una llaga nacional
Sebastián Díaz es un cineasta de nuestra ciudad a quien le interesa la historia como manera de comprender quiénes somos los argentinos.
Se ha dicho que la historia es la política pasada, así como la política es la historia del presente. Podrá apelarse a un lenguaje neutral pero en las entrelíneas siempre aparecerá una verdad, haciendo una incisión en el hoy, lacerando cualquier versión edulcorada de la historia. Eso ocurre con los pueblos originarios, su exterminio y desmembramiento, tal como se puede advertir en el Museo de Ciencias Naturales de nuestra ciudad.
El documental 4 Lonkos, del realizador platense Sebastián Diaz, repasa la historia de los caciques Calfucurá, Cipriano Catriel, Mariano Rosas y Vicente Pincén, cuyas muertes se inscriben en el contexto del surgimiento del Estado nacional moderno, impulsado por la “Generación del 80”. Los restos de los cuatro líderes aborígenes (así como distintas piezas de las comunidades a las que representaban) fueron exhibidos como atracciones en el Museo de nuestra ciudad, a instancias de Francisco Pascasio Moreno.
El Perito Moreno no tenía una alta opinión de los habitantes naturales de estas tierras. Osvaldo Bayer recordaba que llamaba “cara de sapo” a los mapuches y hacía las siguientes descripciones: “Es asqueroso el espectáculo que presentan estas terribles viejas, ya borrachas. Estas infernales brujas, repugnantes engendros, degradan la danza saltando borrachas (...) Mujeres pintadas de negro y de melenas desgreñadas (...) Comen estos indios con tanta suciedad como los cerdos, tienen grasa hasta en los ojos, y el cabello está apelmazado por ella”. En el largometraje de Sebastián Díaz se cuenta que en el Museo se tomaron medidas antirracistas por reacción de los mismos empleados.
El Lonko Calfucurá fue el más importante cacique de la historia argentina en función de su poderío político como jefe de guerra, que entre 1830 y 1870 reunió bajo su mando a miles de paisanos indígenas. Cuando Argentina estaba dividida en Buenos Aires, por un lado, y la Confederación Argentina, por el otro; se conformó un tercer estado: la Confederación de Salinas Grandes. Tras la llamada equívocamente “Conquista del Desierto”, por orden del coronel Nicolás Levalle, se profanó la tumba de Calfucurá y sus restos fueron donados a la colección personal de Francisco Moreno, quien los exhibiría en el flamante Museo platense.
Cipriano Catriel fue un cacique de La Pampa que formó parte de los “indios amigos”, un conjunto de caciques asentados en la frontera, que decidieron estar más del lado de los criollos y los blancos que de los aborígenes. La historia oficial dice que fue asesinado por sus hermanos, pero los testimonios del documental sostienen que fue entregado por el Ejército. Se comprobó que su cabeza fue donada al Museo de Bariloche y finalmente se sumó a la siniestra colección de Perito Moreno.
Por último, Mariano Rosas (rebautizado así por el general Juan Manuel de Rosas) y Vicente Pincén. El primero fue un histórico cacique ranquel, cuyo cuerpo fue desenterrado por las tropas del coronel Racedo. Su cráneo permaneció en el Museo platense durante muchísimos años, hasta su reciente restitución. El segundo fue quizá el cacique más audaz que hubo en nuestras tierras; un indio de la plebe que no tenía títulos hereditarios ni el acatamiento de las grandes tribus, pero que tuvo a maltraer al poderoso Ejército argentino durante años. Su captura resultó legendaria y Estanislao Ceballos, el publicista de la Conquista del Desierto, decidió fotografiar este acontecimiento. Quiso mostrarlo como disfrazado de salvaje con lanza y boleadoras. El final de Pincén es incierto: no hay registro ni tumba que marque que haya muerto en la isla Martín García, donde terminó prisionero de las fuerzas roquistas.
4 lonkos compone el rostro más sangriento del genocidio estatal, pero también de la complicidad científica en la que se escudaron las élites argentinas para que estas tribus finalmente
desaparezcan del mapa nacional. Frente a este pasado, sistemáticamente silenciado por la historia oficial, a uno se le viene una famosa frase de Walter Benjamin: “Importa poco no saber orientarse en una ciudad. En cambio perderse en ella como quien se pierde en un bosque, requiere aprendizaje”.