CULTURA

Albert Camus, el hombre rebelde

Murió sin haber cumplido los 50 años, pasó de la pobreza al Premio Nobel dejando una obra que ayuda a alumbrar nuestro presente y a interrogarnos sobre el futuro.

Todo lo hizo muy precozmente: fue huérfano al año, conoció de muy niño la pobreza, aprendió tempranamente a leer y a escribir, a los 15 años fue el arquero titular del Racing de Argelia, a los 23 años escribió su primera novela, La muerte feliz, con El revés y el derecho –publicado a los 24 años– conoció los halagos de la fama, a los 44 años ganó el Premio Nobel de Literatura, y murió en un accidente de tránsito a los 47 años.

Nació en un barrio obrero de Argelia, hijo de un tonelero francés y de una sirvienta española. Vivían en una casa de habitaciones chicas y sin ventilación. Cuando Camus dejó la infancia, se fue a vivir con el tío Acault, el hermano de su padre, carnicero de tradición anarquista, una especie de intelectual de la familia. Como señala el crítico irlandés Conor C. O’Brien, Camus entró en contacto con la literatura gracias a su tío, quien juraba que si alguien intentaba apartar al chico de los libros, “moriría quemado por su fusil”. Los libros compensaban a su espíritu sensible de las miserias de la realidad. Para seguir los estudios de Filosofía en la Universidad de Argel, Albert debió recurrir a la venta de repuestos de automóviles y al empleo burocrático en un despacho de la Aduana. Para colmo de males, una feroz tuberculosis lo atacó en plena adolescencia, agregando nuevas dificultades a su camino.

Albert Camus fue testigo del fracaso de la macabra administración colonial francesa y del lento derrumbe de su protectorado en el norte de África. En un artículo publicado a los 20 años, escribió: “Hay que elegir. ¡Yo sí he elegido! ¡He elegido a mi país, he elegido la Argelia de la justicia, a la que los franceses tendrán un día que reconocer!”. En sus artículos periodísticos denunciaba los miserables salarios que percibían los árabes y ponía de relieve el catastrófico estado sanitario de la comunidad.

Su consagración literaria la alcanzaría con El extranjero, La peste, La caída, obras de teatro como Calígula, y ensayos del espesor de El mito de Sísifo y El hombre rebelde. Allí brillaría la concisión de su estilo, la exactitud de sus palabras y el encanto de una escritura que presentaba al desnudo la libertad y el absurdo.

Quienes lo conocieron personalmente decían que Albert Camus era un hombre orgulloso, taciturno a veces y preocupado por sostener a su alrededor un curioso aire de nobleza. Alguien de conversación admirable, universalista y con un tono moral. Encarnó la figura de un santo sin Dios lidiando contra las injusticias del mundo, como lo describió el escritor Rodolfo Rabanal: “Una suerte de hidalgo incorruptible cuyo corazón estaba mellado por el odio que los hombres se profesaban entre sí”.

Participó de la resistencia francesa contra el nazismo y, en esos años, dirigió el periódico clandestino Combat, defendiendo con valentía ideales de justicia y libertad.

Analizó con lucidez la urdimbre de su tiempo, y dio con claves válidas para descifrar nuestro presente. Refiriéndose a los medios de prensa y su intento de construir un discurso hegemónico, decía que “allí donde prolifere la mentira, la democracia no podrá terminar de construirse”, y advertía que “ninguna grandeza se estableció jamás sobre la mentira”. Decía que la justicia, por su parte, “consiste, en primer lugar, en no llamar mínimo vital a lo que apenas si basta para hacer que viva una familia de perros, ni emancipación del proletariado a la supresión radical de todas las ventajas conquistadas por la clase obrera desde hace cien años”.

“Defender al hombre”

Cuando murió el ciclista Fausto Coppi embestido por un auto, Albert Camus declaró: “No conozco nada más idiota que morir en un accidente de tránsito”. Poco tiempo después, el 4 de enero de 1960, Camus iba por una ruta de Francia en un auto manejado a toda velocidad por su amigo, el editor Michel Gallimard, cuando, al reventar un neumático, el vehículo embistió un árbol. Camus murió de manera instantánea.

Para muchos encarnó al intelectual independiente con estatura suficiente para polemizar con filósofos de la talla de Jean-Paul Sartre. Para otros, eligió como armas de combate principios que habían pertenecido a un tiempo ya muerto. “Todo artista vive para defender al hombre”, aseguraba, y eso es lo que intentó a lo largo de su vida, sobre todo con una de las obras literarias más bellas y auténticas del siglo XX.

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