CULTURA

Abelardo y Eloísa: una historia de amor desaforada y trágica

Él era el filósofo más importante de su época; ella era una joven brillante y hermosa. Cuando ella quedó embarazada a él lo castraron. Ambos terminaron internados en conventos.

En el año 1163 la abadesa Eloísa murió en el convento Parácleto a la edad de 61 años. Abelardo había muerto 22 años antes, cumpliéndose su última voluntad: ser enterrado en el Parácleto, convento que él mismo había fundado. La última voluntad de Eloísa fue ser enterrada en la tumba de su esposo.

Abelardo es considerado uno de los principales filósofos de la Edad Media y el más importante de los lógicos del siglo XII. Había nacido en 1079, cerca de Nantes, en el seno de una familia noble. Su padre había dispuesto que sus hijos fueran educados “antes en las letras que en las armas”, como cuenta el propio Pedro Abelardo en su autobiografía Historia de mi desventura. A los 22 años formó su propia escuela, instalándola en el monte de San Genoveva, en las cercanías de París. Además de destacarse como filósofo y teólogo, componía versos de amor. Pero había un detalle que lo obsesionaba: era virgen. Decidió seducir a una jovencita. A Eloísa.

“Vivía en la ciudad de París una jovencita de nombre Eloísa, que no estaba mal físicamente”, así informó Abelardo en sus memorias. Eloísa vivía con su tío, el canónigo Fulberto. Abelardo preparó un plan y consiguió que Fulberto lo nombrara preceptor de su sobrina. Eloísa pronto se sintió atraída por su maestro. En su primera carta a Abelardo –escrita muchos años después de su encuentro-, Eloísa lo recordaba: “¿Qué esposa, que hija no ardía por ti en tu ausencia y no se inflamaba al verte?¿Qué reina, qué princesa, no envidió mis alegrías y mi lecho?”

Mantenían relaciones a todas horas y en cualquier parte. Dice Abelardo en su autobiografía: “Al amparo de la ocasión del estudio, comenzamos a dedicarnos por entero a la ciencia del amor. Todo lo que la pasión puede inventar de refinado nosotros lo probamos hasta agotarlo. Más nuevos eran los goces, más los prolongábamos hasta el delirio”.

El último en enterarse en París del amor de Abelardo y Eloísa fue el tío Fulberto. Cuando lo hizo, separó a la pareja. Pero ya era tarde: Eloísa estaba embarazada. Abelardo secuestró a Eloísa –que salió de Paris disfrazada de monja- y se la llevó a Bretaña. Ahí tuvieron un hijo al que llamaron Astrolabio. Casarse no había estado dentro de sus planes. Decía Eloísa: “Aunque el nombre de esposa parece más fuerte y más sagrado, fue siempre otro el más dulce a mi corazón, el de amante tuya o, incluso, el de concubina tuya y el de prostituta tuya”.

Fulberto decidió vengarse sin miramientos. Con la ayuda de otros parientes y sobornando a los sirvientes de Abelardo, entraron al cuarto donde dormía el filósofo y lo castraron. Tanto Abelardo como Eloísa decidieron tomar definitivamente los hábitos. Eloísa no había cumplido aún los veinte años. Pasarían doce años más para que se reencontraran, pero lo harían solo por carta.

Abelardo daba clases a los religiosos del convento. Sus clases eran las más concurridas y dejaban a los demás maestros sin alumnos. Su fama siguió extendiéndose y fue convocado para ocupar el cargo de abad en el convento de Saint Gildas.

Por su parte, Eloísa y las demás monjas de su convento se habían quedado sin lugar físico donde retirarse. Abelardo decidió donarles un oratorio que había creado y que se convirtió en una abadía cuya abadesa fue Eloísa. Como abadesa, Eloísa era ejemplar, pero le confesaría a su amado que seguía sintiendo la necesidad del sexo: “Hasta en la solemnidad de la misa”.

Eloísa y Abelardo mantuvieron una correspondencia que fue la base de la leyenda de su amor. Rezumaba pasión. Una pasión que el tiempo no ha logrado apagar.

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