CULTURA

Una batalla ganada a la tuberculosis

Mirko Zimic es un científico peruano que logró avances extraordinarias contra una enfermedad que afecta fundamentalmente a los pobres.

Durante más de dos siglos, Lima fue la capital de todo el sur de América. Hoy en día, las grandes residencias coloniales devinieron en edificios grises donde, en algunos casos, funcionan hospitales. Allí, los médicos son como militares: no pueden negarse a ir a la guerra; si hay riesgos, deben ponerse casco.

Algunas tuberculosis son causadas por bacterias que pueden sobrevivir a los principales antibióticos descubiertos durante el siglo XX, los cuales contuvieron la enfermedad al punto de que se llegó a creer que estos la habían vencido. Son cepas de la llamada “Tuberculosis Multidroga Resistente” (MDR). En otras palabras, microbacterias mutantes, defectuosas en varios aspectos pero difíciles de exterminar. La tuberculosis común puede curarse en seis meses; la MDR requiere un tratamiento de al menos dos años. Esa coyuntura marcó el comienzo de una lucha silenciosa: decenas de científicos buscaron nuevas formas de combatir esa temible mutación.

Mirko Zimic - y su equipo- protagonizó una historia de abnegación. Se trata de un científico e inventor con un currículum intimidante: tres maestrías, un doctorado en la Johns Hopkins University, premios y medallas que aparecen desde su temprana juventud. Sus colegas lo describen como una máquina humana de imaginar prototipos y alucinar usos originales para viejas tecnologías. Es jefe de la unidad de Bioinformática y Biología computacional del Laboratorio de Investigación de la Universidad Peruana Cayetano Heredia. Allí se reúne diariamente con su equipo, que incluye infectólogos, biólogos, químicos y matemáticos, entre otros. Hoy en día, es un nuevo héroe de la ciencia, bautizado “el cazador de tuberculosis”.

Fue en 2008 cuando Zimic concibió un microscopio muy poco convencional. Lo diseñó con tubos de material termoplástico, lentes baratos, espejos mandados a hacer en una vidriería, un foco dicroico casero y una cámara Genius. Su intención era construir un microscopio invertido que costara menos de doscientos dólares. Un microscopio invertido, como su nombre lo indica, se caracteriza porque la lente de aumento está abajo y la fuente de luz está arriba. Es muy caro: estaba tasado aproximadamente entre ocho y diez mil dólares. Pero Zimic y su equipo pretendían buscar otra alternativa. De lograrse el prototipo, significaría un avance crucial en la lucha contra la turberculosis. Más aún: contra la despiadada MDR.

En un principio, la idea fue tomada como absurda:¿un microscopio de juguete contra la tuberculosis? Después de haber trabajado en la administración pública de salud, Mirko Zimic pudo ver de cerca las estadísticas sobre la enfermedad en el Perú; algo que fue muy útil para su enfoque futuro. Esa experiencia lo había hecho saber, entre otras cosas, que en el caso de los pacientes de MDR las muertes aumentaban dramáticamente si el tratamiento se iniciaba después de los tres meses. Y que eso ocurría, casi siempre, porque no había un diagnóstico rápido y eficaz.

El prototipo que construyó Zimic tenía la apariencia de un proyector de feria escolar. Era un objeto tosco y pesado hecho manualmente, con un soporte similar a una gata automotriz, parantes de aluminio y los cables eléctricos unidos con cinta aislante. Pero, para sorpresa de todos, funcionó. Era un test que podía salvar millones de vidas. Simple y barato, pero también fabuloso.

No obstante, cuando Zimic vio que era posible digitalizar las imágenes de las colonias de bacterias (gracias a la cámara ingeniosamente suspendida por debajo) se abrió otra gran oportunidad. Pensó que el sistema podía volverse más automático. Entonces, decidió crear un algoritmo- una sucesión de operaciones numéricas destinadas a solucionar un problema específico- que hiciera posible esa lectura. Finalmente, cuando la lectura de imágenes demostró ser viable, Zimic ya había logrado algo estremecedoramente alucinante: realizar diagnósticos a distancia.

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