Cultura
Artigas, el padre de los pobres
Lideró un verdadero ejército popular formado por gauchos, para repartir entre sus paisanos la tierra recuperada de los españoles y plantar las semillas de la justicia social.
Una sombra deambula por Montevideo. Tiene puesta toda la ropa que posee. Calzado apenas con una carabina enmohecida, el viento de la madrugada ondea su revuelta cabellera. Atrás suyo, con sables mellados y sin empuñadura, pistolones y trabucos naranjeros, una multitud desarrapada de campesinos lo acompaña. A ese hombre no se le teme, se le admira. Por eso van ahí con él: son los hombres de José Gervasio Artigas.
Nacido el 19 de junio de 1764, hijo de Don Martín José Artigas y Doña Francisca Antonia Arnal; su abuelo paterno figuró entre los primeros pobladores de Montevideo. Después de estudiar en el colegio franciscano de San Bernardino, se hizo gaucho en los campos de su familia y aprendió las faenas rurales. Además, -como tantos otros- creció caminando por la ambigüedad de esa línea que separa la legalidad del delito.
En 1797, cuando comenzó a ganarse la vida comprando cueros en la campaña para negociar con los exportadores de Montevideo, lo incorporaron al regimiento de Blandegues Veteranos de la Frontera -cuyo nombre provenía de un pájaro litoraleño caracterizado por una especie de capucha-; cuerpo al que se destinaba a aquellos que tenían cuentas pendientes con la ley y se los indultaba al pasar al servicio de armas.
Esa naturaleza inasible que mantuvo a lo largo de su vida lo llevó pronto a su bautismo militar, que se produjo al enfrentarse -en dos oportunidades- a los ingleses (la primera, en Buenos Aires y la segunda, en Montevideo). Pero siendo ya capitán de Blandegues, desertó y se unió a los hombres que iniciarían la sublevación: serían sus gauchos quienes retomarían la verdadera bandera de Mayo.
En mayo de 1811, los revolucionarios derrotaron a las fuerzas realistas en la batalla de Las Piedras. De ese modo, bajo la bandera artiguista, las masas populares colocaron al absolutismo español al borde de su aniquilamiento en el Rio de la Plata. Para entonces, José Gervasio Artigas se había convertido en un verdadero caudillo popular. Su programa revolucionario contemplaba la democracia y el igualitarismo, la distribución de tierras y la protección de la industria local. Asimismo, su ejército se fortalecía en la medida en que miles de paisanos llegaban de todas partes a honrarse con el bello título de “Soldados de la patria”, organizándose militarmente en los mismos puntos en que se hallaban cercados de enemigos. En muy poco tiempo arrastró una masiva participación popular a la divisa que guió todas sus batallas: Tierra y libertad.
El fin del artiguismo
La Historia Oficial lo convirtió en uno de los hombres más execrados, sobre el cual la clase dominante descargó todo su odio. Bartolomé Mitre (el padre de dicha corriente historiográfica) se regocijaba de su propia saña contra el caudillo oriental y, en una carta privada a Vicente Fidel López, confesó: “Los dos, usted y yo, hemos tenido la misma predilección por las mismas figuras y las mismas repulsiones contra los bárbaros desorganizadores, como Artigas, a quienes hemos enterrado históricamente”.
Derrotado por los portugueses en Tacuarembó y traicionado por Buenos Aires y por sus propios oficiales en el Tratado del Pilar, Artigas se exilió en Paraguay. Allí permaneció treinta años. En agosto de 1850, encontrándose gravemente enfermo, dijo: “Yo no debo morir en la cama, sino montado sobre mi caballo. Tráiganme al Morito, que voy a montarlo”. La muerte lo abatió al mes siguiente, sin dejarle cumplir el deseo.