Cultura

Aurora Venturini, la escritora platense que se consagró a los 85 años

Un premio literario que ganó hacia el final de su vida hizo que su obra tuviera repercusión en el mundo entero. Hasta García Márquez, leyéndola una noche, tuvo el deseo incontrolable de llamarla.

La amistad es una patria. Por eso no se la pierde. Así pensaba esa mujer que vivía en calle 37 entre 11 y 12, en un humilde departamento, con un aparador rebosante de premios, entre los que sobresalían el Pirandello de Oro de Sicilia, medallas, premios municipales, placas de la SADE, el premio Iniciación que le dio Borges en 1948 por su libro El solitario, el título de licenciada en Filosofía y Ciencias de la Educación que le dio la Facultad de Humanidades de La Plata. Aurora Venturini fue descubierta por el mundillo literario cuando ya era una narradora octogenaria, con más de treinta libros publicados, pero cuando le llegó la consagración, lo que ella más seguía disfrutando era hablar de las amistades que había hecho a lo largo de su vida. Entre ellas, Eva Perón.

Se había criado en un suburbio de casas antiguas en la ciudad de La Plata. Su casa tenía ocho habitaciones, dos baños y una cocina. Su padre era un militante de la Unión Cívica Radical que, durante los años 30, fue detenido y enviado por su propio partido a trabajar al penal de Ushuaia. El día que se enteró de que su hija se había afiliado al Partido Justicialista, volvió a la casa tan solo para echarla. Después volvió a irse.

Sin embargo, la vida de Aurora Venturini dispuso de una alta dosis de contradicciones. Una de ellas fue el hecho de que su familia guardara una cariñosa relación con la de una de las figuras más relevantes que dio el peronismo en toda su historia, John William Cooke. Ambos eran chicos más o menos de la misma edad, con familias de raigambre radical y que, además de ser compañeros de juego, irían formándose en la rebeldía.

Para ganarse la vida mientras iba a la universidad, daba clases en colegios secundarios y trabajaba en institutos donde atendían a personas deformes y dementes. Sin pedir nunca dinero a sus padres, se recibió de psicóloga en la Universidad Nacional de La Plata. A mediados de los años 40, fascinada por las ideas de justicia social, se hizo peronista. Se había hartado de las castas superiores, del odio de clase, del revanchismo social. Asimismo, empezó a escribir los discursos de la esposa del gobernador de la provincia de Buenos Aires, Domingo Alfredo Mercante, quien sería la encargada de presentarle a la mujer cuyas palabras y actos son el fiel reflejo de la propia trascendencia: Evita Perón.

“Nos hicimos amigas porque teníamos la misma edad y, sobre todo, ilusiones parecidas”, dijo Venturini. Al poco tiempo, la autora de Las primas empezó a trabajar en la Fundación, absolutamente consciente que en esa tarea Evita, además, estaba convirtiéndose en la principal propulsora del voto femenino, enfrentándose a quienes consideraban que la cocina y el dormitorio eran los únicos ámbitos legítimos del denominado “segundo sexo”.

Tenía muchas anécdotas de aquellos años: “Si hay algo que Evita no podía ver era gente sin dientes. Enseguida les decía: Che, vos tenés mal el comedor, te faltan sillas. Una vez, estábamos ahí y se aparece un viejo de acá de La Plata, le faltaban casi todos los dientes. Evita, en cuanto lo ve, inmediatamente lo manda a arreglarse la boca. Enseguida el viejo tuvo su dentadura nueva. Pasaron unos meses que no lo veíamos y entonces yo le dije a Evita: Lo voy a ir a ver. Cuando llego a la casa, me sonríe y veo que está igual que antes. ¿Cómo es posible que siga sin dientes, hombre?, le digo, ¿qué pasó con la dentadura? Y entonces me señala con el dedo la pared. El tipo los tenía colgados de recuerdo. ¡Los había enmarcado!”.

La mujer de siempre

Recién a sus 85 años, Aurora ­Venturini se volvió una escritora ­conocida.

Fue en el año 2007, cuando un jurado ­integrado por Juan Ignacio Boido, Juan Forn, Rodrigo Fresán, ­Guillermo Saccomanno, Alan Pauls, Sandra Russo y Juan Sasturain decidió otorgarle el primer premio de un importante concurso literario por su novela Las primas.

Ahí empezaron a lloverle entrevistas, traducciones, contratos, invitaciones de todas partes del mundo.

Ella siguió siendo la mujer de siempre, en la que reverberaba algo personal, intransferible: la felicidad de tener ideas y deber defenderlas contra viento y marea.

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