cultura

Beethoven, el perezoso

Su legado musical es uno de los más valiosos de toda la historia. Aún hoy muchos aspectos de su personalidad siguen siendo desconocidos para la mayoría.

"Soy terriblemente perezoso para las cartas y me lleva mucho tiempo escribir las desabridas letras del alfabeto en vez de notas musicales”, dijo en una carta de 1800, en línea con lo que había escrito veinte años antes: “Prefiero escribir 10.000 notas musicales a una sola letra del alfabeto”. Su preferencia por la música se evidenció en las 32 sonatas para piano, sus numerosas obras de cámara, la ópera Fidelio, sus nueve sinfonías, sus lieder, y sus dos misas y un oratorio. Sin embargo, lo que dejó escrito –en su epistolario y notas– permite alumbrar algunos de sus aspectos más ­desconocidos.

Ludwig van Beethoven dice que escribía mucho mentalmente, pero que le costaba un esfuerzo desmedido sentarse frente a un papel. Sus cartas fueron reunidas en seis volúmenes, en el siglo XX, al cuidado del ­especialista Sieghard Brandenburg. Son cartas que deben ser leídas con indulgencia en las que se notan las vacilaciones del autor, expresadas en tachaduras, palabras superpuestas, signos ortográficos colocados al azar, oraciones interminables que parecen desconocer la existencia de la coma o el punto. Algunos colegas, como Johannes Brahms, atesoraban como reliquias algunas de esas cartas que los tuvieron como destinatarios. Brahms recién entraba al reino de la música cuando Beethoven ya era un artista consagrado. Su primera Sonata para piano en do mayor fue un homenaje a la ­Hammerklavier de Beethoven. “No tienes la menor idea de lo que es para noso­tros escuchar siempre a un gigante marchando detrás de uno”, dijo Brahms a un amigo.

Las impropiedades de Beethoven a la hora de escribir no se debían a una tenaz ignorancia de las reglas gramaticales, sino a una resistencia espiritual a quitarle tiempo a la música. El filósofo alemán Theodor Adorno creyó ver en ella una suerte de “estenografía del ser interior”, una técnica de escritura que revelaba una psicología. El poeta argentino Juan Gelman dijo que esos manuscritos de Beethoven “ tienen algo de campo de batalla abandonado, con restos vivos de tensión, ansiedad y aun desesperación. Aquí la verdadera escritura es el sentimiento que no cesa, de no escribirse”.

Los sentimientos expresados en esos escritos son de lo más variados: algunos transmiten bronca que llega a furia, otros muestran la flaqueza de momentos de autocompasión. Casi todos tienen un pedido de disculpas por “la invencible pereza” de quien los escribió. Tienen especial interés los escritos referidos a algunas de las composiciones musicales, en los que se ve a un autor obsesionado por la construcción de sus obras, la crudeza de su método creativo, los errores que se deslizaban en sus partituras impresas. Esto último era algo que lo sacaba de sus casillas. En mayo de 1811 dirigió a la editorial de música Breitkopf y Hartel una carta enviada con la fuerza de un misil: “Errores –errores–, ustedes mismos son un gran error, tengo que enviar a la imprenta a mi propio copista, allá tendré que ir yo mismo si quiero que mis obras no parezcan un error. Pareciera que (en Leipzig) no existe un solo corrector de pruebas decente”. En otra carta les enrostra: “¡Ustedes me han insultado brutalmente! ¡Han dejado pasar varios errores! Todos ustedes deberán disculparse ante mi sitial de juez apenas termine el deshielo”.

No solamente la bronca lo hacía recurrir a la escritura, sino también la admiración. Hay una carta en la que elogia al músico Johann Andreas Streicher, porque “puede hacer que el piano cante”. Dos años antes de morir, Beethoven le explica al príncipe ruso Nikolái Golitsyn acerca del Cuarteto para cuerdas, opus 127 que la disonancia de un pasaje es un adorno “que todo buen cantante haría, porque se basa en el arte de la naturaleza, por un lado, y por otro, en la naturaleza del arte”.

Para este hijo de padre alcohólico y de madre crónicamente enferma, que a los 11 años tuvo que abandonar la escuela y a los 18 hacerse cargo del mantenimiento de su familia, la música era el medio más extraordinario para expresar los sentimientos humanos, y la escritura apenas un pobre remedo. A pesar de eso, gracias a sus escritos, nacidos de la lucha entre su fuerza de voluntad y su pereza, nos permitió terminar de reconstruir su retrato.

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