CULTURA

Bernardo Neustadt, un propagandista que inventó un estilo

Llegó a ser uno de los hombres más poderosos de Argentina, defendió las sucesivas dictaduras y en los años 90 fue el principal vocero del menemismo.

No estudió periodismo, pero desde los 14 años ejerció el oficio. Nació en Rumania y tenía 3 años cuando su familia se radicó en nuestro país. Comenzó haciendo periodismo deportivo en el diario El Mundo y llegó a dirigir la revista del club de sus amores, Racing Club. Para hacer periodismo político en los años 50, utilizó el seudónimo “El Ratón de la Rotonda”. Fue jefe de prensa del Consejo Superior Peronista durante un año, hasta que lo echaron.

Llegó a la televisión en 1961, de la mano de Pinky, pero sería en 1966 donde iniciaría su programa Tiempo Nuevo, que durante décadas fue el principal aparato propagandístico del neoliberalismo. Cualquiera que defendiera esas ideas tendría el auxilio de su espada mediática, no le importaba si el gobierno hubiera nacido de un golpe de Estado o del voto popular.

Se decía defensor de Doña Rosa, figura que encarnaba al argentino medio, de a pie, y a la que él, desde su programa, manipulaba desde la desinformación. Procuraba formatear ideológicamente de manera tal que obraba contra sus propios intereses. Su objetivo fue siempre alcanzar el desguace del Estado, rematando el patrimonio acumulado a lo largo de las generaciones y que, según él, en manos de la administración pública eran un contrapeso para el crecimiento del país, por la ineficiencia estatal y la incurable corrupción de los políticos.

En 1965 creó el semanario Extra. En los meses previos a la última dictadura, hizo golpismo desembozado contra el gobierno de Isabel Perón: “¿Quién terminará con la guerrilla industrial en los huesos sin calcio de las fábricas?”. En la última nota que escribió antes del golpe, dijo: “No había golpistas: los fabricó el gobierno. La Argentina ha sido estropeada”. Clamaba por que llegaran los salvadores de la patria: “Hay que reparar el país. Diremos algún día que los militares no buscaron el poder, pero que el vacío de poder los buscó”.

En plena dictadura, cuando en las calles se desataba la cacería a cualquiera que pareciera sospechoso, deslizaba desde la pantalla una pregunta tétrica: “¿Sabe usted qué está haciendo en este momento su hijo?”.

Durante los años de la dictadura entrevistó en su programa a la célebre periodista italiana Oriana Fallaci, que le reprochó –tanto a Neustadt como a su adlátere, Mariano Grondona–: “Estamos ante un gobierno militar que ha violado los más elementales derechos del hombre, que ha secuestrado, torturado y matado a hombres de la cultura, de la prensa, del periodismo... y en ese marco los encuentro a ustedes dos, en televisión, muy tranquilos, con un programa que se transmite semana tras semana desde hace años... Es obvio que ustedes están aquí y están vivos... porque son cómplices de lo que ha estado sucediendo”.

Tenía un hábito que haría escuela, simplificar los temas complejos con la excusa de ser comprendidos por cualquiera, pero al precio de reducirlos a consignas vacías y funcionales al poder de turno. Decía: “Yo opino, no informo, no investigo, no voy a ver gente”. En una época en que no había televisión por cable y eran muy pocos los programas políticos, la opinión de Bernardo Neustadt era un arma que todos temían.

Su programa abría con la mención sucesiva de sus poderosos auspiciantes: “Las empresas a las que les importa el país”. Sincerada, la frase hubiera sido: “Las empresas a las que les importa quedarse con el país”. Cuando Carlos Menem anunció la venta de todas las empresas estatales, Bernardo Neustadt lo recibió en su programa con champagne. Brindaron frente a cámara y hasta le cedió la conducción del programa.

Su último programa televisivo se emitió el 22 de diciembre de 1997, en Canal 2. Tenía 72 años, estaba lúcido, seguía teniendo aceitadísimos contactos con el poder real y elenco político de entonces, pero el público ya veía en él lo que siempre había sido: un lenguaraz del poder real que impedía al país crecer con sus recursos y desde sus raíces. Él, que en su programa televisivo había adoptado la muletilla “No me dejen solo”, terminó quedándose solo.

Murió de un paro cardíaco el 7 de junio de 2008, el Día del Periodista. En su sitio de internet, sus últimas palabras estuvieron dedicadas al matrimonio Kirchner: “No le creo nada al matrimonio presidencial”.

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