Carlos Fuentes y el misterioso origen de sus libros

Entre novelas, ensayos y cuentos, el escritor mexicano es autor de sesenta libros y obtuvo premios de la talla del Cervantes.

Decía que nunca estaba muy seguro de dónde venían los libros mientras los escribía. Sabía, sí, que cuando un libro llama a la puerta y dice “¡aquí estoy!”, iba a pasarlo muy bien escribiéndolo: “En ocasiones, determinados libros se anuncian como un relámpago súbito y otros, por lo contrario, llevan décadas madurando sus páginas”.

Con su novela El instinto de Inés, todo comenzó en su adolescencia en Buenos Aires. Su padre era diplomático y en 1934 había llegado a nuestro país como consejero de la Embajada de México, Carlos tenía por entonces 6 años. Estuvo varios años en estas tierras. En esos días tuvo la oportunidad de ver a los grandes cantantes líricos y a los mejores directores de orquesta de Europa que llegaban al Teatro Colón huyendo de los nazis. Fue entonces cuando descubrió los placeres y las maravillas del género operístico y ese deslumbramiento inicial y nunca superado, fue nutriéndose con la experiencia de los años y cuajaría, muchos años después, en esa novela donde dialogan los vivos y los muertos, en una historia donde una mujer se enamora de un hombre que no encuentra en su tiempo ni en su espacio y que, por lo tanto, debe buscarlo en otra época y en otro lugar.

Los años con Laura Diaz, nació de las conversaciones sostenidas con sus dos abuelas, reconstruyendo así un lapso de la historia mexicana que va desde 1868 a 1968, haciendo un equivalente literario de los murales de Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros.

Carlos Fuentes no tenía inconvenientes en contar sobre la trama de las novelas a medida que las escribía, pero se reservaba mencionar cómo sería el final. Sus libros abundan en acontecimientos en donde la historia suele entrar impetuosamente, organizando el relato, como lo demuestra en una de sus novelas más representativas La muerte de Artemio Cruz, uno de los grandes libros del equívocamente llamado “boom latinoamericano”. El libro cuenta la historia de un político e industrial que va relatando su vida cuando ya se encuentra en el lecho de su muerte, por esa voz pasa la historia de México, la revolución traicionada, la construcción ilegal de las grandes fortunas, la corrupción moral provocada por el poder. Para armar ese personaje, Fuentes se inspiró en algunos de los grandes popes de la política mexicana a los que conoció personalmente.

Sentía una gran fascinación por la música: “Es el único territorio donde se puede ser verdaderamente genial. Porque en la creación musical se parte siempre de cero, de la nada absoluta, y se llega a traer al mundo algo que nunca había estado ahí. No me vengan a mí con que hay música en el canto de los pájaros o en el sonido del mar. La música es otra cosa. En la literatura, en cambio, nosotros trabajamos como en las profundidades de las minas. A oscuras, con poco aire y procurando arrancarle a la tierra la moneda corriente, ese cobre de todos los días que es el lenguaje con el que hablamos y que de vez en cuando, si hay suerte, podemos convertir en algo más o menos parecido al oro”. La de músico fue una de sus vocaciones frustradas, pero escribía escuchando permanentemente música. Gabriel García Márquez lo recordaba en los años sesenta escuchando música de Los Beatles a todo volumen. Escuchar música lo ayudaba a construir el ritmo de sus relatos.

En sus libros solían abundar las pinceladas autobiográficas, cuando no fragmentos enteros de su vida. Diana o la cazadora solitaria, una novela de 1994, está inspirada en su relación con Jean Seberg, una actriz que encarnó en Hollywood a Juana de Arco y a quien Jean Luc Godard la dirigió en El final de la escapada, donde hizo las veces una joven norteamericana enamorada de un personaje protagonizado por Jean Paul Belmondo. El cine estuvo muy presente en la vida de Carlos Fuentes, tanto en los años en que fue guionista de Luis Buñuel, como en las adaptaciones cinematográficas que se hicieron de alguno de sus libros, como Gringo Viejo, película dirigida por el argentino Luis Puenzo, adaptada por Aida Bortnik, y en cuyo elenco sobresalen Gregory Peck, Jane Fonda y Patricio Contreras.

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