cultura
Cuando Berisso era Babel
Un mosaico de nacionalidades en cuya diversidad se gestó una identidad que le dio a la ciudad un carácter único en nuestro país.
Berisso nació en el siglo diecinueve con la instalación de un saladero. En 1871, la fiebre amarilla diezmaba a Buenos Aires. Un italiano, Juan Berisso, propietario del saladero San Juan, instalado en Avellaneda; ante la epidemia, decidió trasladarse más al sur, hacia Ensenada. Ocho años más tarde, un caserío alojaba ya a su personal, con el que inició un segundo establecimiento, el San Luis. Al poco tiempo, el pionero se marchó hacia la Mesopotamia. Juan Berisso dejó su polémica fama en la ciudad que lleva su apellido. Uno de sus contemporáneos lo describió: “Era muy duro y, además, mujeriego”.
En los años de la Primera Guerra Mundial, Argentina trepó al primer puesto en la exportación de carnes. En 1915 se inaugura el frigorífico Armour, en tierras ganadas a las aguas, y un año más tarde su competidor, el Swift -que fue, en realidad, una ampliación de La Plata Coald Storage-. Entre el Swift y el Armour corría una calle que los marineros bautizaron Nueva York. Muchas otras llevan el nombre de puertos extranjeros-Cádiz, Marsella, Río de Janeiro-. Cuenta la leyenda que el croata Josip Broz, trabajaba en el Swift, en turnos de 12 horas. Se hizo hincha a primera vista del club Estudiantes de La Plata, por tener los mismos colores que el Estrella Roja de Belgrado. Estaba subyugado por el estilo de juego de los llamados “Profesores”, una de las delanteras más recordadas en la historia pincharrata: Ferreira, Scopelli, Zozaya, Guaita y Lauri. En un comienzo lo llamaron “El Ruso”, pero, al poco tiempo, lo bautizaron “Tito”, convirtiéndose, de regreso a su país, en el Mariscal Tito, apodo con el que gobernaría a Yugoeslavia durante más de 40 años.
El Mariscal Tito no fue el único vecino de Berisso que llegaría a celebridad mundial. En 1910 desembarcó en suelo argentino Eugene O´Neill, quien se radicó en Berisso donde su tía había puesto un bar. Se ganaba su sustento haciendo el servicio de mesa. De regreso a los Estados Unidos, escribiría obras como Más allá del horizonte, Todos los hijos de Dios tienen alas y Largo viaje hacia la noche, ganando en 1936 el Premio Nobel de Literatura.
Al parecer, los primeros pobladores de Berisso fueron árabes; sus casas eran catorce y ocupaban el centro de la localidad. Se fueron asentando, sucesivamente, contingentes de otras nacionalidades: servios, bohemios, armenios, polacos, griegos, búlgaros, rusos, ucranianos, lituanos, húngaros, israelitas, italianos y algunos españoles (sin contar unos pocos chinos y japoneses). Cada uno de estos grupos llegaba dividido en dos: los árabes, en mahometanos y cristianos; los griegos, en ortodoxos y católicos; los eslavos, en judíos y gentiles. A la incomprensión lingüística se añadían atávicos rencores y disputas ideológicas.
Los frigoríficos tenían tres turnos de ocho horas cada uno, y muchos obreros repetían el suyo. Por la mañana, el capataz se paraba a la puerta de la fábrica, apuntaba con el índice y decía: You, came here. Los más fuertes hacían valer su pecho, los codos.
Pronto surgieron conventillos de chapa y madera, separados por angostos y oscuros pasillos: a un lado quince dormitorios, al otro quince cocinas estrechas y, en el medio, el patio. La escasez de techo promovió la práctica de “las camas calientes”. Tres obreros arrendaban una cama y dormían ocho horas cada uno.
En medio de esta miseria, Berisso era una fiesta para los rubios y desgreñados marineros. Llegaban al crepúsculo, con cajones de whisky robados al barco, y de madrugada salían del London Bar -o del Dawson, que nunca cerraba-, vociferando canciones prostibularias. Los italianos iniciaron los festivales de uva chinche popularizando el vino de la costa, destilado, al comienzo, clandestinamente.
En 1923 YPF instaló su destilería de petróleo, que llegó a ocupar unos 8.000 obreros, tanto como los que tenían el Swift y el Armour. En octubre de 1945 el sindicato de la carne cambió bruscamente de manos y la gente de Berisso se lanzó, un día, hacia Plaza de Mayo, atraída por las claras y sencillas palabras de Juan Domingo Perón. Un largo arresto de José Peter, que había organizado el sindicato, fue la ocasión propicia para obtener condiciones de trabajo más benignas a través de una larga huelga. Cipriano Reyes fundó el Partido Laborista, que lanzaría la candidatura presidencial del coronel que quedaría para siempre grabado en la historia argentina.