cultura
Cuando Jorge Luis Borges hizo radio
Antonio Carrizo fue el conductor de La vida y el canto, programa mañanero con récord de audiencia que entre sus columnistas tenía a Jorge Luis Borges.
Su pasión por la lectura comenzó contemplando la vidriera de una modesta biblioteca de General Villegas. Pronto, como un incendio que no fuera a extinguirse, Antonio Carrizo se descubrió leyéndole a los que visitaban su casa y recitando versos en cada acto escolar. “La infancia mía duró hasta los 20 años- dijo alguna vez-. Un día, tarde, me fui de casa. Mamá me cargó en una valijita vieja unas camisetas y calzoncillos y emprendí camino”.
Padre boticario y madre ama de casa, Antonio Carrizo reveló que el apellido con el que se haría conocido había sido elegido en una prueba en Radio El Mundo, en 1948. En su tierra natal, se las ingeniaba para pasar publicidad en la propaladora que surcaba las calles de Villegas con altoparlantes ridículamente pesados que estaban fijados en las paredes y también en algunos de esos coches portentosos que promocionaban un almacén , una panadería o anunciaban la llegada de un recital que invariablemente se anunciaba como uno de los más maravillosos del planeta.
Dice Alejandro Dolina que el trato asiduo con Antonio Carrizo- “uno de los hombres más inteligentes que he conocido”- no sólo le permitía apropiarse del conocimiento que se le iba escapando de todos los bolsillos mientras caminaba, sino también de unas maneras que él tenía de expresarlos que ayudaban a sus colegas a construir su propia manera de comunicar. Por su parte, Carrizo le reprochaba a su amigo: “Con Dolina nos ha unido una patria geográfica: ambos somos del noroeste de la provincia y hemos laburado juntos. Pero cuando él dice que yo soy un hombre inteligente, sólo demuestra que sale poco y conoce a poca gente”.
Curiosamente, Carrizo ejerció la locución en épocas en que no existía el carnet obligatorio y su primera compañera publicitaria fue la actriz Beatriz Taibo. Su memoria prodigiosa y su facilidad para la conversación, lo llevaron a consagrarse tempranamente: “Yo, como todo lector compulsivo, soy un frustrado, un humillado por la grandeza, un ególatra, un petulante, un engreído. Voy a las librerías y me tutean. Me he pasado la vida en una librería. Amo el libro como objeto. Pasé la vida diciendo que la lectura no da derechos. No hay ninguna diferencia entre un compañero que lee y uno que no”.
Otro prócer radial como Héctor Larrea reveló que antes de ingresar al Iser para estudiar la carrera de locución, le escribió una carta a Carrizo para que lo aconsejara sobre ese camino que estaba próximo a comenzar. “Hay que tener vasta cultura, señor. La radio no es para cualquiera”, le respondió el maestro. No obstante, con una postura “antiintelectualista” y de defensa a ultranza de lo popular, Antonio Carrizo defendió hasta el final de su vida el estandarte “el sagrado mal gusto del pueblo”, así definido por el poeta Raúl González Tuñón. Decía Carrizo: “Los intelectuales no quieren al pueblo. Quieren al pueblo que ellos quieren que sea. La diferencia es, si yo voy a la cancha y hay bronca, rajo. Me escondo. Pero no voy a hacer un juzgamiento total y terrible de los muchachos que se cagan a palos. Porque conozco cómo es su vida, la de sus hijos y sus hermanas, las letrinas que tienen en sus casas precarias. Yo no puedo decirles, como muchos periodistas, esos imbéciles o vándalos. A raíz de las peleas entre los estudiantes y la Policía en Italia, Pasolini decía que se ponía del lado de la Policía porque esos eran los proletarios y los estudiantes, en cambio, eran la burguesía”.
De semejante magnitud era su carisma que podía jactarse de amistades de la talla de Bobby Fischer o Anibal Troilo. Pero no era uno de sus orgullos menores haber instado a Jorge Luis Borges a que fuera columnista en su programa de radio. A propósito del autor de El Aleph, a Carrizo le gustaba recordar lo divertido que era: “Cuando venía a la radio, conversaba de fútbol con mis compañeros. Contaba, por ejemplo, que se había hecho de San Lorenzo porque trabajaba en una biblioteca cerca del club y le habían dicho que siempre había que ser del club del barrio. Pero a mí me dijo un día que el fútbol era una de las formas del tedio. Le contesté que me resultaba raro que dijera eso porque el fútbol es un invento británico, con lo que él admiraba a los ingleses... A lo que replicó: Qué extraño, con tantas cosas que se le critican a los ingleses, que nadie les eche en cara eso”.