Distanciamiento social, un hábito de origen animal

Primates, murciélagos vampiros, langostas y diferentes tipos de artrópodos adoptan estas medidas para detectar y sobrevivir a ciertas patologías.

Desde la explosión de la pandemia, el distanciamiento social se volvió la principal herramienta para detener la expansión del coronavirus y hoy, a más de un año del primer caso, sigue siendo una de las medidas vigentes para “controlar” la circulación de virus a nivel mundial.

Si bien el distanciamiento es moneda corriente en las sociedades actuales, cabe destacar que la especie humana no es la primera en acudir a este tipo de prácticas. De hecho, cientos de animales e insectos utilizan este mecanismo natural para detectar y evitar diferentes tipos de patologías.

“La amplia cobertura de la pandemia ha informado al público sobre la efectividad de reducir el contacto cercano entre humanos para reducir la transmisión de virus patógenos. La importancia de las interacciones locales en la transmisión de enfermedades contagiosas entre los anfitriones mucho tiempo se ha establecido en la literatura científica, al igual que la efectividad de la segregación de acogida en la reducción de la propagación de patógenos. La humanidad ahora está involucrada en una aplicación masiva de aislamiento social diseñada para conferir a los humanos inmunidad de comportamiento al virus Covid-19”, explica Mark Butler, investigador del Instituto de Medio Ambiente y del Departamento de Ciencias Biológicas de la Universidad Internacional de Florida, en Estados Unidos.

La distancia mínima recomendada por las autoridades sanitarias de cada país frente al coronavirus ronda los dos metros, una separación similar a la adoptada por la langosta espinosa del Caribe para evitar la transmisión del virus PaV1 a través del agua.

Desde primates hasta artrópodos, el sinfín de especies que acuden al distanciamiento físico es prueba suficiente para demostrar la evolución del fenómeno.

Esta conducta también se hace presente en las poblaciones de chimpancés, el primate más cercano a la especie humana. Entre otras cosas, estos animales suelen desterrar a los individuos afectados con enfermedades transmisibles, como es el caso de la poliomielitis.

Un poco más lejos en la cadena evolutiva se encuentran los mandriles, que también evitan interactuar con los miembros de la población que padecen parásitos transmitidos por vía orofecal.
Este distanciamiento también repercute sobre la reproducción de las especies. Dicho registro fue estudiado en las poblaciones de ratones, en las que las hembras evitan apa-rearse con machos enfermos.

Recientes estudios con murciélagos vampiros detectaron una limitación de interacción entre madres y crías afectadas por una enfermedad.

Si bien los seres humanos responden a señales visuales que se manifiestan ante cuadros febriles o estornudos, el caso de las personas asintomáticas es una limitación para la especie. Esto no sucede con los animales salvajes, que utilizan el olfato y la audición para detectar enfermedades en sus congéneres.
Un ejemplo de esto se ve en las termitas, que producen señales vibratorias al detectar ciertos patógenos, haciendo que el resto de la población de insectos se aleje de dicha señal.

“Los patógenos tienen un poder inmenso para impulsar la dinámica de la población, alterar la estabilidad de la comunidad y manipular el comportamiento de los animales. La pandemia de Covid-19 subraya ese poder en la sociedad humana, pero también destaca la efectividad de comportamientos como el distanciamiento social para mejorar la propagación de enfermedades. Pero el distanciamiento social como mecanismo de inmunidad conductual no es una construcción humana única”, señaló Butler.

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