El autor del Diccionario del diablo

Ambrose Bierce fue un escritor norteamericano que murió en medio de los fragores de la Revolución mexicana y dejó como legado una obra maestra de humor negro.

El libro fue editado en nuestro país en 1965, con traducción de Rodolfo Walsh y el título Diccionario del diablo. El crítico francés Alain Bosquet, luego de pasar revista a los mayores maestros de la ironía y el humor negro de la historia de la literatura, como Jonathan Swift y Lewis Carroll, puntualizó: “Parece, sin embargo, que se nos ha olvidado agregar en esta lista al más brillante, al más sistemático, al más desconcertante de todos: Ambrose Bierce”.

Había nacido el 24 de junio de 1842 en el humilde poblado de Meigs Country, Ohio, hijo de Marcus Aurelius y Laura Sherwood, fervorosos granjeros calvinistas. Sin saber cómo escapar del mal trance de aquella vida campestre, concibió una solución que se parecía mucho al suicidio: escribir. Fue autor de una docena de libros, y se consideraba un autor maldito al que debía acercarse con reparos.

El Diccionario del diablo fue su primer libro traducido al español, 60 años después de su publicación original. Fue un pionero que preparó el camino para una literatura sublevada contra los convencionalismos. Ese inconformismo y una prosa fuerte y esplendente fueron su mayor contribución a las letras ­norteamericanas.

Bierce había sido soldado de la Guerra Civil estadounidense, sereno nocturno en San Francisco, topógrafo militar, periodista desde 1868 –uno de los periodistas estrella de Randolph Hearst, el magnate mediático en el que se inspiraría Orson Welles para su película El ciudadano– y, paralelamente a todas esas andanzas, escritor. Empezó a publicar los aforismos de su curioso diccionario en 1881, cuando, según palabras de Ima Honaker Herrison, “era el más provocativo de los literatos afincados en la costa oeste de los Estados Unidos”. Posteriormente, sus Cuentos de soldados y civiles le harían ganar fama nacional. La celebridad, en lugar de darle una sociabilidad acorde a su repercusión pública, agudizó su tendencia a la misantropía, desencadenada en 1891, cuando lo abandonó su mujer. Harto de los reclamos de la popularidad, desapareció repentinamente de la vista de todos y nadie supo más de él. Hasta que el 26 de diciembre de 1913, desde México, donde se había unido a las tropas de Pancho Villa, escribió a su hija: “¡Ah! Desaparecer en una guerra civil, ¡qué envidiable eutanasia!”. Tenía 71 años y nunca más volvió a dar señales de vida. Se conjetura que murió en enero de 1914, durante la Batalla de Ojinaga.

Era despiadado con la condición humana, lo que no era más que un reflejo de la ferocidad que practicaba contra sí mismo. En su Diccionario del diablo fulgura el acero de sus ­críticas y la gracia fina y segura destilada en el humor trágico de quien ha perdido toda esperanza y lo confiesa. Un ángel caído que con su gran talento para narrar era capaz de volver a remontar vuelo. En Un suceso en el puente sobre el río, Bierce escribió: “La muerte es una personalidad cuya llegada, cuando es anunciada, debe ser acogida con solemnes manifestaciones de respeto, incluso por quienes estén más familiarizados con ella”.

Un gringo en la Revolución

Bierce definía al cobarde como aquel “que en una emergencia peligrosa piensa con las piernas”, y al egoísta como “persona de mal gusto, que se interesa más en sí mismo que en mí”. Sabía que a la historia siempre la escriben los que ganan, por eso la definía en su diccionario como “relato casi siempre falso de hechos casi siempre nimios producidos por gobernantes casi siempre pillos o por militares casi siempre necios”. Para él, la realidad era el sueño de un filósofo loco, el núcleo de un vacío al que buscaba dar sentido con la literatura.

A comienzos de 1986, el director argentino Luis Puenzo, quien ya se había alzado con un Óscar con La historia oficial, afrontó el mayor desafío de su carrera hasta ese momento: traducir al lenguaje cinematográfico una novela del mexicano Carlos Fuentes. No era cualquier novela, sino la que retomaba el rastro de Ambrose Bierce dejado en la polvareda levantada por el ejército de Pancho Villa. Gringo viejo fue considerada, por su costo de producción, como la más cara en la historia de Columbia Pictures.

El propio Carlos Fuentes visitó en reiteradas oportunidades a Puenzo durante el rodaje, preocupado por que se perfilara del modo más claro y ­verdadero la figura de su muy ­admirado Ambrose Bierce, ese escritor que, según Rodolfo Walsh, alcanzó en sus cuentos “la difícil perfección del género”.

Noticias Relacionadas