Rodolfo Goya, investigador de la UNLP

El científico platense que va en busca de la eternidad

Rodolfo Goya, investigador de la UNLP que se desempeña en la Facultad de Medicina, firmó un contrato para que al morir congelen su cuerpo. Así, espera alcanzar su sueño de inmortalidad a través de una solución que en la actualidad ofrece la ciencia: la criopreservación

Rodolfo Goya quiere escribir su propia historia de la eternidad. Doctor en Bioquímica e investigador del Conicet, trabaja desde hace 40 años en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), donde investiga el envejecimiento cerebral. Sin embargo, fue en 2010 cuando decidió concretar un anhelo de su juventud: firmó un contrato para que congelen su cuerpo cuando muera. 

La idea parece sacada de una película de ciencia ficción y, para muchos, puede sonar como un delirio. “Sé que es un tema raro y yo tenía cierta inhibición para contárselo a mis colegas”, admitió Goya a diario Hoy en su lugar de trabajo, el Laboratorio de Investigaciones Neuroendocrinas, ubicado en el tercer piso de la Facultad de Medicina.

En este sentido, no hay que omitir el hecho de que la ciencia, y con ella la humanidad, históricamente avanzó por personas como él, que creen en lo que hoy parece una locura y que le ponen el cuerpo a esa convicción. 

Nacido en Tolosa, mantiene una relación particular con el tiempo y su paso ineludible. Desde joven soñó con la inmortalidad, la “estrella” que persigue desde entonces. “En esa época no existía la criónica, pero con 18 años pensaba que tenía todo el tiempo del mundo para resolver el problema”, explicó el especialista. “Al madurar, aunque mantengo la chispa de ese 

idealismo, soy mucho más pragmático. Pese a que la ciencia avanza muy rápido, conozco sus limitaciones y sé que es muy difícil que cure el envejecimiento en los años que me quedan de vida”, sostuvo. 

Él, que como tantos no quiere morir, se aferra a la única solución que ofrece la ciencia hasta el momento: la criopreservación. “Hay una posibilidad muy pequeña, pero no es nula”, aclaró. 

Una vez que muera, un equipo de profesionales sumergirá su cuerpo cabeza abajo en un termo gigante de nitrógeno líquido, a 190 grados bajo cero, a la espera de que lo resuciten un día, que nadie puede precisar en la actualidad. 

La empresa encargada de hacerlo será el Instituto de Criónica en Michigan, Estados Unidos, por un costo de 30.000 dólares. Otra de las principales entidades dedicadas a esta tarea en el mundo es Alcor Life Extension Foundation, en el mismo país pero en el estado de Arizona, con costos más elevados: unos 200.000 dólares en efectivo para preservar el cuerpo y 80.000 si se opta solo por la cabeza. Esto se relaciona con que en el futuro, se estima que lo primordial será recuperar los procesos mentales y la conciencia para mudarlos a avatares cibernéticos u holográficos. 

También los rusos incursionaron en la criogenia en 2003, con KrioRus que alberga unos 25 pacientes. “Actualmente China está incursionando en la materia y con muy buenos resultados”, contó el científico. 

En el mundo, se calcula que unas 260 personas se conservan en nitrógeno. En nuestro país, los aspirantes a ese estado no alcanzan la decena. 

Hasta el momento, la ciencia no ha podido descongelar a ningún mamífero con éxito, por lo cual, el futuro del investigador después de la muerte sigue siendo incierto. “La pregunta no es si se puede congelar un ser vivo, se sabe que sí. Hay personas caminando por el mundo que fueron embriones congelados en nitrógeno, que no perdieron el alma y son absolutamente normales. La pregunta es cuándo se va a lograr con mamíferos. Hasta ahora, la mejor respuesta es que se podrá cuando la tecnología consiga congelar un cuerpo tan grande, como el de un humano, muy rápidamente”, afirmó. 

De concretarse ese paso, deberá entrar en acción un equipo de autoayuda, es decir, los encargados de preparar el cuerpo para su traslado a los centros de criónica en Rusia o Estados Unidos. Luego, urgirá reemplazar la sangre por una solución criopreservadora, porque los fluidos corporales, en su mayoría, son acuosos y, al congelarse, el agua forma cristales de hielo puntiagudos que pueden atravesar las células. “Las células son como bolsitas y esos cristales de hielo las rompen”, explicó Goya y ejemplificó esto a partir de una práctica cotidiana: “Imaginate que uno congela un peceto, al descongelarlo va a haber fluidos, líquido, en el plato. Ese fluido significa que, cuando se descongeló, esos cristales de hielo pincharon las fibras del músculo y las rompieron. Esas fibras están dañadas, entonces esas células no pueden revivir”.

Entonces, la salida está en la vitrificación, un proceso que reemplaza los cristales puntiagudos por un material amorfo que se le parece al vidrio.

Un mundo de inmortales

Jorge Luis Borges decía que aludir a la muerte hace preciosos y patéticos a los hombres. Entre los mortales ningún instante se recupera y cada acto puede ser el último. Para los inmortales, comparaba el escritor, el mundo puede multiplicarse como en una sala de espejos: cada momento es el eco de otros, sin principio ni fin visibles. Nada ocurre una vez, nada es precario, todo se repite hasta el vértigo.

En cuanto a esto, el platense anhela tener una “segunda oportunidad” para vivir en ese mundo de inmortales, que imagina “muy avanzado e interesante, en el que habrá desde métodos psicológicos hasta todo tipo de técnicas para que uno se adapte”. 

Como no tiene hijos, espera reencontrarse con sus sobrinas o con las hijas de ellas. “Va a haber gente que se va a haber criopreservado conmigo”, vaticinó.

Entre ellos, lamentó que no esté su esposa: “Ella me acompañó siempre, pero no cree en esto. Respeta mi decisión, pero no piensa en criopreservarse”. Tampoco su equipo de investigadores: “Ninguno cree, muchos se enteraron por la prensa. Estoy bastante solo en este sentido”.

Riesgo y estoicismo

En su soledad, Goya sabe que puede fallar, pero respeta a esa “vieja conocida”, la muerte. Asume que es “una tragedia inevitable y democrática que quiero tomar con serenidad y dignidad. No ser pusilánime cuando llegue el momento y hacer un gesto de rebeldía. Pero si fallo, sabré que no me resigné a morir mansamente y por lo menos lo intenté a través de la ciencia y la tecnología, lo único en lo que creo”.

Así es como mantiene la esperanza de ser el primer inmortal, porque se convence de que existe una “pequeña chance, en la que tenemos muchísimo para ganar y nada para perder”.

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